De las duchas gratuitas a las estaciones
En la cabeza de los porteños, los baños de las estaciones de tren siempre fueron sinónimo de suciedad, mugre, asco. La renovación de las terminales ferroviarias de Retiro y Constitución modificó un poco esa imagen. Pero fue apenas un cambio en una Buenos Aires que, llamativamente, se fue quedando con pocos y malos sanitarios públicos.
A fines del siglo XIX aparecieron en la Ciudad los primeros mingitorios en la vía pública, sólo para hombres. Se copiaba, como en tantos otros temas, una tendencia de las grandes ciudades europeas. Pero esos primeros servicios estaban apenas cubiertos por unas estructuras metálicas que casi no daban privacidad.
A comienzos del siglo XX se construyeron los baños públicos subterráneos, cuyo acceso era parecido al de las estaciones de subte. Uno de los más grandes estaba en Plaza Lorea, la de Rivadavia y Paraná: contaba con seis inodoros y cuatro lavatorios para mujeres y otro tanto para hombres.
Para esa época también había en Buenos Aires casas de baño, duchas gratuitas atendidas por empleados públicos, que hasta ofrecían jabón y toalla. Las aprovechaban los viajantes, obreros y quienes vivían en conventillos. Algunos quedaban en Caseros 768, Córdoba 2226, Sáenz 3460 y French 2459.