Clarín

La vida antes y después de tener un auto

- Roberto Pettinato

Un país no puede crecer culturalme­nte si no adopta un coche automático.

No sé de dónde viene la historia de los cambios y el agarrar la palanca cada dos minutos esperando que el motor te indique que podés pasar a tercera.

¡Es estresante!

Antes pensábamos que las ciudades no estaban preparadas para ciertas cosas. ¡Hoy no lo están ni para los autos ni para los niños ni para doblar ni para estacionar ni para cruzar!

Ni siquiera está preparada para decirte la verdad sobre las multas.

“No te hagás problemas, yo te las arreglo”, te dirá uno. “Tenés que ir a hablar”.

Esa es la frase que más me gusta. Como si el “ir a hablar” fuera a disolver la mitad de las multas sin ninguna razón.

“¿Este es su auto?”. “No lo sé”. “Sí lo es -te responden-. Ahí puedo ver el número de la patente”. “No veo nada, sólo una nube”.

Así va la charla, hasta que uno se cansa de intentar llegar a un acuerdo.

Los autos son un problema desde el primer segundo: vos estás ahí, en el conceciona­rio, ansioso, expectante por verlo brillante, oliendo a nuevo, y siempre está ese que te dice:

-Apenas toque la calle pasa a valer un 20 por ciento menos.

¡Y sin embargo seguimos comprándol­o igual!

Y si lo pensamos, son todos microprobl­emas. ¿Por qué? Porque creemos que ahí podemos hacer lo mismo que en casa: tener relaciones sexuales, comer un sándwich y conducir con una sola mano, agacharnos para recoger unas llaves o una botella, ordenar en un semáforo los papeles, tirar el asiento para atrás, usar las 3 posiciones del volante, jugar a abrir y cerrar las ventanilla­s, intentar meterlo en un espacio imposible (y al tocar al de atrás, rezar que justo en ese momento no esté adentro y salga furioso a chequear su paragolpes).

Por otro lado, nunca tenemos conciencia de cómo conducimos. El que va al lado es el que lo sabe y el que lo sufre. Nosotros creemos que somos delicados. Es más: hasta lo hacemos convencido­s de que controlamo­s cuánta nafta nos queda, aunque se hayan encendido casitas, muñecos, signos, luces, números y tanquecito­s rojos varios.

¿Saben qué? ¡No conocemos ni la mitad de las funciones! ¿Por qué? Porque nunca leímos un manual!

-¿Esto para qué es?

-Supongo que es Sport.

-¿Qué quiere decir?

-Que el auto va sonriendo.

-¿Y ese reloj?

-Es la hora.

-Ah, mirá. ¿Y el reloj de al lado? -Es la... ¿humedad? Nunca tuve tanto miedo como cuando alguien me dijo que podía conducir en velocidad crucero si no había nadie en la ruta. Ok, lo pongo. ¿Pero cómo hago para pararlo si llega a aparecer un caballo?

Sucede lo mismo en un semáforo. Uno se mueve. Todos nos movemos. Yo hago al revés. Me quedo parado y dejo un enorme espacio para poder avanzar a velocidad y hacerle sentir al de atrás que (ahora sí) nos hemos adelantado y hasta despejado el atasco.

No es cierto. Pero luce como una verdad a medias. Jaja.

Nosotros aprendimos de nuestros padres. Muchos nos hemos sentado en su falda y “hacíamos que” manejábamo­s. De hecho, a mí me pasó, muchos años después, de ir a dar el examen... ¡y sentarme en la falda del instructor! Me rechazaron, pero él todavía me escribe. Jajaja. No, en serio: heredamos todos los tics.

1) Viajar a 80 en rutas de 140. 2) Tocar bocina en todas las esquinas.

3) Hacerle lavar el coche a un hermano menor.

Y algo más heredamos: apenas si conocemos la mitad de las señalizaci­ones en una ruta. Para muchos, los conos naranjas significan “obreros trabajando”. Para mí siempre fueron “brujas castigadas y hundidas en asfalto tibio”. Jajaja. Y les digo: hace poco descubrí que cuando aparece la letra “E” en el tanque quiere decir empty (vacío) y no “¡eh, todavía te queda algo!”

Hace unos días pasé por una galería de arte. Insólito. Había autos de colección estacionad­os en la vidriera como si fueran obras de arte.

Entré y dejé el mío al lado de los demás. Salió el encargado y me puteó.

-¡Estos autos están en exposición! -me dijo.

-Bueno, ahora el mío también. -El suyo no es de colección. -Ah, ¿no? Ahora no lo es. Pero espere 40 años y vera cómo entrará la gente a preguntar. Jajaja. ■

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