Clarín

Viejo es Cuatro Vientos y aún sigue soplando

Los integrante­s del cuarteto repasan su trayectori­a y cuentan cuál es la clave que los mantiene unidos.

- Eduardo Slusarczuk eslusarczu­k@clarin.com

“Cuatro Vientos es un grupo de música de cámara. Por más que hagamos música popular y nos movamos, es un grupo de música de cámara, y sobre eso está basado”. Así de claro, Julio Martínez define su “invento”, que a lo largo de tres décadas adoptó di- ferentes formas: de los conciertos didácticos en escuelas a la pantalla de El agujerito sin fin y Cablín; de una versión particular de La tempestad en el Teatro San Martín al escenario del Colón, y de contar (soplando) la historia de la música en una hora al formato “sinfónico” con el que mañana, a las 21, festejan sus 30 años, en el ND Teatro.

Una especie de estado de mutación permanente, cuya descripció­n Leo Heras prefiere tercerizar. “No recuerdo las palabras exactas de Marcos Mundstock, pero él escribió un texto que usamos bastante, en el que dice que somos cuatro músicos’de feria’ -intercede Jorge Polanuer-, que de golpe se transforma­n en cuatro músicos de una sinfónica... Ese es un poco el juego”.

Heras no usa la palabra juego en vano; precisamen­te por ahí va la idea del cuarteto desde su formación, acá cerca y hace tiempo, con Marcelo Moguilevsk­y en sus filas. “En el fondo, play significa jugar y tocar. Y tal vez el espíritu de Cuatro Vientos es poner en práctica esa dicotomía de la palabra anglo.

Lo cierto es que el caso del grupo aplica a la perfección a la idea anglo del dos en uno, desde el mismísimo primer soplo. “Cuatro Vientos comenzó con espectácul­os en escuelas, llevando el famoso ‘concierto didáctico’, que para nosotros mismos era aburrido hacer. Entonces, nos dijimos: ‘Che, si vamos a hacer algo, tratemos de no aburrirnos’. La idea era que los pibes se divirtiera­n”.

“En los comienzos -recuerda Martínez- conocí a un muy buen arreglador y persona, que fue Vivian Tabbush, con quien armamos el primer espectácul­o. Y él tuvo la brillante idea de convocar a Mario Camarano, que fue el director de nuestro primer espectácul­o, ‘Contando una historia a los cuatro vientos’. Así, formamos un equipo que nos sirvió para hacer algo desacarton­ado”, explica Martínez.

Polanuer: No era sólo hacer algo divertido, sino que fue un pie para sacar cosas que cada uno de nosotros llevaba consigo: la idea de divertir a los demás, la alegría de hacer música... A través de diferentes equipos fuimos sacando eso; primero con Camarano, luego con Claudio Hochman, Toti Glusman...

-¿Cuál fue la clave para haberse mantenido trabajando juntos durante tanto tiempo?

Diego Maurizi: Yo fui el último que entró, y por ahí eso permite ver las cosas desde afuera, hasta que uno se hace parte. Y ahí puedo citar el slogan de “el poder de la música”. Y dentro del fenómeno de la música, que es tocar juntos, y que remite a roles, a compartir el tempo, la afinación y un montón de otros aspectos que tienen que ver con lo técnico, en lo cotidiano me encontré con un grupo que también funcionaba y funciona humanament­e con un montón de parámetros fundamenta­les, que tienen que ver con el respeto, con el sacrificio, con el aguantarse, con el pelear, discutir y después generar consenso... Es una relación fascinante, porque hay amistad, pero también compromiso por hacer bien el trabajo. -¿Tuvieron que enfrentar prejuicios de colegas?

Heras: En general, creo que uno enfrenta el prejuicio. Tengo la anécdota de un violinista que decía que no había que moverse para tocar. Y lo veías y tocaba todo duro; o un famoso trompetist­a argentino que decía que éramos unos exhibicion­istas. Martínez: A mí me ha pasado en la orquesta, que había un oboísta que me decía: “Che, ustedes, con eso, son medio payasos...” Pasaron los años y un día me preguntó si le podía conseguir entradas para venir a vernos. -¿Cuándo decidieron empezar a hacer música para todo público? Martínez: Te voy a hacer una pequeña corrección. Con los espectácul­os para chicos, nosotros no hicimos música para chicos.

Maurizi: Por ahí, cuando empezamos a convocar a adultos cambió la concepción del espectácul­o. Empezó a ser más un concierto. La excusa del argumento o la historia dio paso a pensarlo más desde el lugar de cómo armar el repertorio y los climas. Heras: Pero nuestro trabajo fue una puesta teatral para chicos. Esa fue la clave. No nos importaba la obra desde lo académico. Nuestro objetivo era que ellos pudieran oír Mozart y, por ahí, al sentirse atraídos por esa música, podían otro día ir a escuchar la obra entera, por otros músicos. Polanuer: Que no se movieran. ■

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ANDRÉS D’ELÍA Vigentes. “Cuatro Vientos”, un grupo de música de cámara que tocó en escuelas y en el Colón.

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