Un avezado cazador de mosquitos
Sólo tenés que matar lo que te mantiene vivo. La frase me retumba en la cabeza más o menos desde los cinco, seis años. Empecé a entenderla a los diez, once; a cuestionarla hacia la adolescencia y ya de grande no me peleé más con ella. Básicamente comprendí que me resultaba imposible cumplir con ese mandato, y punto. Lo lamento, tengo mis muertos en el placard. Los tengo y los colecciono. Se dio por casualidad hace un par de veranos cuando me sobró un cajón del ropero y decidí poner allí los insectos que yo mismo iba liquidando en un procedimiento que bauticé “el aplauso de la muerte”.
Tampoco es que vaya a matar por deporte. No sé cazar, no sé pescar, pero soy hábil persiguiendo insectos en general, y mosquitos en particular. No puedo evitarlo. Las sociedades protectoras de animales se hacen las tontas, además crecí con Raid, que los mataba “bien muertos” y esa saña, ese placer que nos vende la publicidad, se fue convirtiendo en un aprendizaje. Si me preguntan, hoy podría con- siderarme un fumigador avezado.
Yo no mato ni la vaca que tanto me gusta. Tampoco al cerdo que empecé a querer desde la costillita, en diminutivo, con cariño y puré de manzana. No mato más que mosquitos, pero lo hago siempre que puedo. Cuando me molestan y cuando no.
Las moscas no vienen a mí, vienen a mi comida. En cambio los mosquitos deben creer que tengo sangre de Rutini. Les resulto muy atractivo. Ya tengo 27 achicharrados o reducidos a cenizas en el cajón especialmente dedicado a mosquitos. Es una fosa común. Este verano pienso seguir. Aviso.