Hasta siempre, Maestro Hermenegildo Sábat 1933-2018
Murió ayer, a los 85 años. Retrató como nadie la vida política de la Argentina. Dejó una huella indeleble en las páginas de Clarín.
Llora el periodismo, el Río de la Plata, el jazz , la pintura, Gardel, Troilo y Piazzolla y sus miles de personajes dibujados. Murió el montevideano Hermenegildo Sábat, Menchi para la redacción de Clarín, colegas, amigos y, también, ese mundo del jazz por el que sentía una indescriptible pasión, que materializó tocando el clarinete.
Tenía 85 años y falleció mientras dormía, ayer a la madrugada. Nada hacía presagiar que serían las últimas horas del periodista, ilustrador y fotógrafo. Sobre todo después de que el lunes ocupara su pintoresca oficina y caricaturizara uno de los temas del día -la banda de flotación del dólarcon un George Washington sosteniendo una lupa, que se publicó en la edición papel de ayer. “Te dejo esto... ¿pensás que te puede servir?”, le consultó al editor responsable, con esa modestia natural.
“No tenía nada en la salud para preocupar, sólo se lo vio un poco cansado”, deslizaron desde su entorno familiar. Se había operado de cataratas hace unas semanas y se mostraba en- tusiasmado con los resultados. Y hasta se había cambiado los anteojos y utilizaba unos de “estilo Lennon... o Sartre”. Lo cargaban los compañeros.
Sí se lo notaba muy triste por la reciente pérdida de su amigo Julio Blank, quien tenía su oficina pared mediante. Compartieron cientos de momentos referidos a la política diaria de nuestro país y habían construido una amistad laboral. Y como no podía ser de otro modo, Sábat le dedicó una sentida ilustración con las infaltables “alitas”.
Basta pispear desde afuera su oficina, una suerte de remanso en pleno ajetreo, para disfrutar a Menchi: paredes abarrotadas de fotos de grandes figuras del espectáculo, títulos de artículos de distintos diarios que llaman la atención por algún furcio, fotos de familiares, libros, muchos libros. “Siempre leía sobre jazz, y leía en inglés. Se pasaba un buen rato allí. Y hasta se permitía una siestita cada tanto”, sopla un vecino de escritorio.
Era un grande en toda su dimensión, aunque él no se ufanaba de lo que significaba su estampa artística. Incluso, cuando le sugirieron hacer una retrospectiva sobre sus imprescindibles -que resultaban homenajes a figuras notables aunque nada mediáticas- cada domingo, respondió un inesperado: “¿Te parece, a quién le puede interesar?”.
Durante su enorme trayectoria recibió premios internacionales destacados, como el Moors Cabot de la Universidad de Columbia, por sus dibujos durante la dictadura militar, y el de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que le entregó en mano el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
A él no le gustaba que lo trataran de acuerdo a los galardones, ni que lo llamaran “maestro”. Con que le dijeran Menchi, estaba más que satisfecho. Tenía un perfil bajísimo, humilde y destacan quienes compartían jornadas, que se preocupaba por el otro, que buscaba dar una mano sin traspasar la frontera, ni entromerse... pero siempre estaba. “Mirá que yo me gano la vida estudiando jetas”, solía decir -medio en broma, medio en serio- cuando sospechaba que algún amigo disimulaba algún malestar o preocupación.
“Una vez -recuerda un periodista de la sección El País- yo estaba afrontando un juicio en otra empresa y la cosa venía cuesta arriba. Y se me acerca Menchi y me dice: ‘Te voy a dar un cuadro mío para que lo vendas’,
por si perdía el juicio”.
No se trata de ponderar a quien ya no está, simplemente de otear la personalidad de un hombre mordaz, agudo, de humor filosísimo, que se caracterizó por dispensar un trato horizontal en todo sentido. “Yo le conté que dibujaba y se interesó mucho por lo que le contaba. Me aconsejó que estudiara, me dio algunas pautas y hasta me dijo que le llevara mis trabajos, pero no me animé”, confiesa Miguel, uno de los camareros del bar del tercer piso de Clarín. “Le gustaba venir al bar, se pedía una tónica, dos empanaditas o el menú del día. Sencillito”.
Su exquisito trazo lo llevó a ser uno de los grandes observadores de la actualidad. Colaboró en las prestigiosas revistas Primera Plana y Crisis y también en el diario La Opinión, donde cuando entró puso como condición dibujar sin ningún texto acompañando la ilustración. Es que tuvo ese virtuosismo de decir todo sin palabras, incluso en épocas en que semejante osadía podría haberle costado caro. También escribió, y vaya si
publicó: 26 libros de jazz, tango y literatura.
Sus allegados recuerdan que el represor Guillermo Suárez Mason le dijo a Hermenegildo que sus dibujitos no le gustaban nada. Pero a él no le importó. Y cuando la última dictadura prohibió hacer caricaturas de Jorge Rafael Videla, Menchi lo dibujó igual, aprovechando el anuncio del Mundial ‘78.
Nunca polemizó Menchi, ni le gustó estar en el centro de la escena. Le incomodaba. Uno de los ataques más resonantes de los últimos años fue el que recibió desde el kirchnerismo a partir de una mención pública que hizo la entonces presidenta Cristina Kirchner, en 2008, en pleno conflicto con el campo por el frustrado proyecto de las retenciones móviles. Calificó a Sábat de haberle enviado “un
mensaje cuasimafioso” por la publicación de un dibujo suyo donde se la veía con su boca atravesada por dos cintas negras. Hasta Horacio Verbitsky publicó una nota en Página 12, por aquellos tiempos, titulada Con
Menchi no, en clara alusión a que él no formaba parte de la “grieta”.
Pese a que hizo su trayectoria mayormente en Argentina, adonde se instaló definitivamente en 1966 -45 años en Clarín-, se sentía uruguayo hasta la médula. En noviembre de 2017, cuando recibió el Konex de Bri
llante, exclamó tímidamente: “Uruguay, nomás”. Admiten sus colegas que “era el mejor de todos nosotros,
el distinto de verdad. Su genio pasaba por ser un creador que veía lo que los demás no vemos”.
Seguramente, Menchi tendrá el lugar que se merece en el olimpo del periodismo.