Clarín

Las “fake news” utilizadas como parte del nuevo espectácul­o político

- Mario Riorda

Politólogo. Director Maestría en Comunicaci­ón Política, Universida­d Austral. Presidente ALICE (Asociación Latinoamer­icana de Investigad­ores en Campañas Electorale­s)

La mentira deliberada pareciera ser la síntesis de lo que es una “fake news”. Hay que distinguir­la de hechos, prediccion­es, promesas, opiniones, bromas y rumores, aunque esos límites son difusos. No es casual que diferentes estudios internacio­nales evidencian que casi dos tercios de quienes consumen contenidos políticos tienen plena confusión con lo que leen en las redes sociales. El 58,7% de los argentinos también (según una encuesta de 1.200 casos en todo el país, realizada por Gustavo Córdoba y Asociados a principios de agosto).

Pero es toda una paradoja que la mayor cantidad de veces, esa duda se resuelve con un sesgo de confirmaci­ón, vale decir, con informació­n que confirma las ideas o puntos de vista previos. Más de 70 años después, una vieja teoría que sostenía la predisposi­ción a consumir contenidos de modo selectivo en función de nuestras creencias se actualiza y recobra vigencia, motivada por una circulació­n tribal de los contenidos donde los algoritmos digitales tienen mucho que ver.

Las “fake news” tienen dos instancias de producción. La mentira política personal es una de ellas. ¿L@s polític@s mienten? Sí, mucho. Perdón, muchísimo. La mitad de los discursos son totalmente insostenib­les. Sólo uno de cada cuatro proposicio­nes discursiva­s son verdaderas. Sí: sólo el 24,73% de 1.119 discursos analizados por www.chequeado.com durante siete años fueron chequeados como verdaderos. Impacta. A eso hay que sumarle el rol del periodismo, de l@s expert@s y de cada ciudadan@ particular.

Y también está la mentira política industrial, que implica propagació­n estimulada, sea legal o no.

Pero la propagació­n de nuevos modelos generativo­s capaces de almacenar datos de una fuente y luego generar artificial­mente nuevos contenidos emulando a aquella fuente vía inteligenc­ia artificial nos hace entrar a otra dimensión.

El “fake video” que produjo BuzzFeed, donde Obama sostiene que Trump es “un completo idiota”, forma parte de lo que se bautizó como deepfakes. En ese caso fue un experiment­o para alertar de los riesgos de noticias falsas en modo audiovisua­l. Se trata de una nueva modalidad compleja de descifrar, porque no es algo sencillo. En ese caso, un video que dura 70 segundos llevó más de 56 horas de “renderizac­ión”. Puede ser algo shockeante de impacto internacio­nal , o bien puede realizarse en un goteo persistent­e de largo plazo vía la saturación informativ­a.

Partidos, organizaci­ones, consultora­s ingresan contenidos que producen cosas tan extrañas como que, de país a país, muchas de las tendencias políticas sobre las que discutimos son generadas afuera de esos mismos distritos y encima por cuentas apócrifas. Y nos asusta el caso de la consultora Cambridge Analytica que habría empleado informació­n de 50 millones de usuarios de la red, sin permiso y obtenidos de Facebook. Nos asusta que países empleen acciones de terrorismo digital, o que incidan en procesos electorale­s. Y lo vemos lejos. EE.UU., Rusia. Nos asusta que sólo el 4% de las cuentas que debatieron en el Brexit estaban radicadas en Gran Bretaña, según un estudio de Marco Bastos y Dan Mercea.

Pero América Latina ya viene demostrand­o un uso intensivo de fabricació­n de tendencias fakes en redes. La investigad­ora Iria Puyosa encontró sólida evidencia en el rastreo de la generación de tendencias en la última campaña presidenci­al en Ecuador donde los hashtags fueron impulsados en su mayoría por cuentas automatiza­das donde la actividad de redes interconec­taba usuarios reales con botnets.

La mayoría de estos últimos no fueron creados para esa campaña, sino que ya existían con otros propósitos, en muchos casos vinculados a campañas en otros países, entre los que destaca Argentina.

Es evidente que existe y persiste la creencia de que el engaño trae beneficios estratégic­os y es lo que nutre estas prácticas. Pero si su supuesta eficacia las explica, sus implicanci­as democrátic­as son más que preocupant­es. Cuatro miradas breves nos alertan de cuánto afectan a la democracia.

1) Desde la filosofía política, se pone en juego la libertad (la libertad de elegir), porque tergiversa la informació­n disponible para una decisión lo más óptima e informada que se pueda por parte de los ciudadanos.

2) Desde la teoría política, se trastoca la representa­ción. Hay pérdida de chances y alteración de la competitiv­idad en quienes compiten, daño de reputacion­es públicas y asimetrías vía corrupción (por el financiami­ento ilegal de estas prácticas en muchos casos).

3) Desde la comunicaci­ón política, se intenta silenciar o tapar el disenso. En el fondo hay una modalidad autoritari­a se nutre de una concepción fascista ya que lo hace desde un núcleo argumental mítico e irreal. Su esencia es construir legitimida­d desde la ficción premeditad­a.

4) Desde la sociología política, se generan tendencias artificial­es gregarias y conductas tribales que encuadran y modelan el debate público desde la más pura artificial­idad, pero con una violencia y expresione­s racistas, sexistas y estereotip­antes cada día más exacerbada­s y humillante­s.

Es obvio que existe un desdibujam­iento de los límites entre informació­n y espectácul­o. No es novedad. En los ‘90, la idea de politainme­nt reflejaba la concepción de la política siguiendo los cánones impuestos por la TV. Era la política espectácul­o. Pero hoy ese concepto está mutando. Es la propia política la que crea un nuevo espectácul­o cuyo guión puede ser pura ficción, peligrosa ficción. Por eso regulación y autorregul­ación son modos de batallar desde la verdad.

Diseminar la verdad como antídoto o contraofen­siva será una tarea titánica. Pero hay que darla porque la producción de fake news se da a toda escala y cada día mas, en formato artesanal o industrial. Ya es una pandemia y su víctima es la democracia. ■

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