Clarín

LA PELÍCULA DE “EL POTRO”

En esta biografía autorizada de Rodrigo, el cantante es ingenuo y sus adicciones sólo están sugeridas.

- Gaspar Zimerman gzimerman@clarin.com

Hoy estrena el filme de Lorena Muñoz (que ya había dirigido “Gilda”) sobre el Potro Rodrigo.

Crítica El Potro, lo mejor del amor

Drama. Argentina, 2018. 122’, SAM 16. De: Lorena Muñoz. Con: Rodrigo Romero, Malena Sánchez, Florencia Peña. Salas: Zonacines Coto Lanús, Monumental, Atlas Flores. Detrás de los supuestos escandalet­es que antecedier­on el estreno de El Potro sólo puede haber una astuta estrategia de marketing, o el ansia de algunos personajes por volver a tener sus quince minutos de fama, o la necesidad de los chimentero­s de llenar minutos de aire y portales. Porque esta biografía autorizada de Rodrigo Bueno -aunque un cartel al principio se ataje y señale que la historia apenas está “inspirada en hechos reales”- está despojada de elementos para la polémica. Es respetuosa al punto de llegar a caminar por la cornisa de la insipidez.

En Gilda, Lorena Muñoz ya dio muestras de pericia para contar la vida de un ídolo popular. Estilístic­amente, su segunda ficción está en la misma línea. Abundancia de planos cerrados, cámara en mano, y escenas con más sombras que luces cuando se está mostrando a Rodrigo en su vida cotidiana, para crear intimidad y realismo. Todo lo contrario cuando El Potro se sube al escenario: así, la estética acompaña el subibaja emocional y el contraste entre lo doméstico, zona de conflicto, y lo público, territorio de fuego y pasión (para decirlo en palabras del homenajead­o). El complement­o entre el drama y la música funciona a la perfección; el repaso por la lista de hits es exhaustivo.

También superan la prueba las actuacione­s. Empezando por la del debutante Rodrigo Romero, que, más allá del parecido físico, disimula su falta de experienci­a y hasta canta mejor que el original. Ingenuo, dulce, tierno, este Rodrigo de ficción está lejos del pícaro, zarpado, pasado de revolucion­es, que saturaba la televisión y las revistas a fines de los ‘90.

Tal vez para evitar caer en la caricaturi­zación, todos los personajes es- tán suavizados con respecto a su versión mediática. La Betty Olave de Florencia Peña es un poco sobreprote­ctora, pero no hay asomo de la desencajad­a que fue carne de los programas de la tarde. Lo mismo con el manager de Fernán Mirás, una figura paterna sin sombras de explotador o mafioso. Hay un solo villano, llamado Angel (Diego Cremonesi), que en realidad es un demonio que conduce al cantante por el camino del pecado.

Así, los excesos son el punto de conflicto en esta historia de ascenso social y descenso personal: las mujeres y la droga, tentacione­s que el cordobés encuentra en Buenos Aires y lo alejan de su familia. Sólo se ve al Rodrigo mujeriego; el adicto está sugerido. Nadie pide sensaciona­lismo, pero aquí todo es tan asordinado que el drama pierde fuerza. Y, entonces, tampoco termina de encajar, como sí ocurría en Gilda, la pátina mística o épica -en escenas con reminiscen­cias de Leonardo Favio- con la que se quiere bañar a este Potro domado. ■

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Fuego y pasión. Marixa (Jimena Barón) y El Potro (Rodrigo Romero).

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