Clarín

“Mujercitas”: rencor por la traición de Jo March

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

Hay que decir que mujeres que nos consideram­os jóvenes leímos Mujercitas y vivimos parte de nuestra infancia ahí, junto a la familia March. Hay que pensar que algo tenían esas cuatro hermanas para seguir hablándono­s, por más que el libro se hubiera publicado en 1868, por más que la acción ocurriera entre 1861 y 1865.

¿Qué teníamos que ver con ellas las chicas que crecimos acá en la Buenos Aires de los años 60 y 70, un siglo después? ¿De qué nos hablaba ese discurso de resignació­n y bondad y sacrificio?

Mujercitas fue nuestro Harry Potter, me dice una periodista. Porque leímos el primer libro, el segundo, Señoritas, el tercero, Hombrecito­s, el cuarto, Los muchachos de Jo. Porque íbamos y veníamos por ese mundo, conocimos a toda la parentela, odiamos a los malos, nos enamoramos del vecinito de al lado. Y casi todas fuimos Jo, Jo March, la segunda hija, la que hoy imaginamos andrógina, la que patinaba por lagos helados con ese casinovio que no termina- ba nunca de ser, la que se cortaba el pelo -"su única belleza", decía el texto- para conseguir la plata que necesitaba la hermana enferma.

Jo escribía y eso a muchas nos puso de su lado. Pero no sólo eso. Escribía cuentos "sensaciona­listas", qué horror, y los publicaba en "tabloides", que buscaban darles emociones a sus lectores. Una adelantada, en la época el tabloide era el género que era prudente odiar. "El New York Tribune apareció en 1851 en 'lucha contra el sensaciona­lismo', escribe el periodista Javier Darío Restrepo en la página de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoameri­cano. Y al sensaciona­lismo lo llama "enfermedad infantil de la prensa".

Todo eso hacía Jo March, casi en secreto. ¿Por qué queríamos ser Jo March? Porque escribía y escribía lo que se le cantaba. Como un hombre, cosas de hombres, si eso pagaba bien. Éramos ella porque ponía su libertad antes que nada. Y, sobre todo, porque deseaba. Jo March era una mujer con un deseo propio, fuera del estereotip­o. Si "una mujer debe ser soñadora, coqueta y ardiente", Jo March se rapaba, le cerraba la puerta al casinovio que no tenía defectos que no fueran hermosos y se ganaba sus morlacos con el fruto de su cerebro. Desea- ba. No era un estereotip­o, no era el contorno de una mujer a ser rellenado por cada caso particular. Esa era nuestra Jo.

Y sin embargo.

Y sin embargo un día Jo March le abrió la puerta al profesor Bhaer. ¿Cómo se le ocurrió? ¿Cómo se le ocurrió fijarse en ese señor mayor que ha cambiado de vida por motivos sacrifi- ciales?

¿La atrajo su conversaci­ón intelectua­l? Es un buen punto: Jo escribe, lee, un hombre de conocimien­to tiene lo suyo.

¿La atrajo la figura paternal que, en fin, calma la angustia por el futuro?

El profesor Bhaer llega suavemente pero cuando se entera de que su amorcito escribe y qué cosas es concluyent­e: tiene que dejar esas porquerías, tiene que portarse como una dama, tiene que crear edificante­s historias para niños. Y Jo se casa con él.

No, Jo, no era así.

No esperábamo­s que entregaras tu escritura así de fácil porque lo exigía un caballero. No queríamos que nos dijeras que la única felicidad posible eran la obediencia y la adaptación. No se hace, Jo: acá estábamos, en el futuro, esperando que hicieras tu camino como nosotras queríamos hacer el nuestro.

Con el correr del tiempo, y fuera de las páginas, supimos que Louisa May-Alcott, la escritora -¿la verdadera Jo?- fue presionada por su editor para llevar a la jovencita por la buena senda, cuando el libro ya era un éxito. "La mitad de las desgracias de nuestra época proceden de las parejas mal avenidas que a toda cosa intentan vivir su vínculo legal con decoro hasta el final”, decía Alcott en una entrevista. Ella tampoco había querido escribir su saga de chicas pero, como contó: “Siempre preferí escribir cosas más escabrosas pero hay que pagar las cuentas”. Y, aunque no se casó, escribió para chicas, como quería el doctor Bhaer.

Eso nos enseñaste Jo, que el deseo hay que defenderlo. Por más que sea el siglo XXI, Jo. Y aunque haya que pagar las cuentas.

¿Por qué queríamos ser ella? Porque escribía y porque tenía un deseo propio fuera del estereotip­o.

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