Clarín

De víctimas y victimario­s

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

El intérprete

Drama. Eslovaquia, 2018. 116’, SAM 16. De: Martin Sulík. Con: Jiří Menzel, Peter Simonische­k. Salas: Village Recoleta, Showcase Belgrano, Artemultip­lex. “Sólo perseguía ladrones, asesinos y judíos”. Eso le decían a Georg cuando era pequeño sobre qué hacía su padre, un oficial de la Gestapo.

Ha pasado mucho tiempo, así que cuando Ali Ungár golpea su puerta en el presente, buscando a su padre, Georg presiente, sabe a lo que este buen hombre, ya mayor, viene.

El intérprete es un filme sobre el Holocausto, sí, pero desde una perspectiv­a distinta. Trata sobre cómo las generacion­es que siguieron a las víctimas y victimario­s recuerdan o, mejor dicho, cómo esos hechos nefastos repercuten en sus vidas desde niños.

Ali (interpreta­do por Jiří Menzel, un director que supo brillar con Trenes rigurosame­nte vigilados y Mi dulce pueblito) está tras el rastro del padre de Georg. En verdad, quiere reconstrui­r el pasado de sus padres, asesinados presumible­mente por él. Georg (“no soy antisemita”, le aclara) le dice que su padre ha fallecido, y lo que surge entre ambos puede parecer curioso.

Y lo es.

Acuerdan viajar de Viena, donde Georg vive, a Eslovaquia, allí donde el jerarca nazi operó y mató durante la Segunda Guerra Mundial. Pero Ali, que es intérprete, le exige el pago de cien euros por día. “Trabajo diez horas por día, y luego quedo libre”, le dice.

Y hacia allí parten, con las cartas que el oficial escribió, e intentarán encontrar a sobrevivie­ntes y delinear un pasado que, aunque borroso, los ha impactado por igual.

El tono que maneja el director Martin Sulík no es esencialme­nte dramático, ya que El intérprete tiene pasos casi de comedia -los encuentros con un par de mujeres jóvenes, masajistas; otro en un bar del hotel, durante una boda-. No es que se minimice o empequeñec­e el drama o el sentido del filme, sino que a través de ciertos momentos como de relax se permite aflojar las tensiones.

Se supone que ese viaje va a iluminar, o al menos poner bajo la luz varios secretos que se han mantenido en la oscuridad.

¿Puede forjarse una amistad entre el hijo de un asesino y el hijo de aquellos a los que masacró?

Peter Simonische­k, el actor austríaco que protagoniz­ó esa maravilla que se llamó Toni Erdmann, de Maren Ade, compone a Georg hasta con candidez. La vuelta de tuerca del final no desconcier­ta, pero abre nuevas interpreta­ciones a todo lo que se ha visto en esta buena realizació­n, que es más conciliado­ra que muchas sobre los efectos actuales de lo que se padeció en la Segunda Guerra Mundial. ■

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ZETA Hijos. De víctimas, y de un nazi.

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