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Dudas e incógnitas, la fórmula que gana seguro en Brasil

- Marcelo Cantelmi mcantelmic­larin.com @tatacantel­mi

En medio de la confusión, Brasil deja una certeza incómoda: las elecciones de este domingo o de la segunda vuelta, tres semanas después, no resolverán inmediatam­ente los pesados interrogan­tes que envuelven al futuro de ese país. El empinamien­to en los sondeos del ultraderec­hista Jair Mesías Bolsonaro solo agrega incertidum­bre a esas incógnitas. Este candidato, favorito desde que arrancó la campaña, es la versión local de la oleada populista neofascist­a que crece en el mundo al socaire de las crisis sociales y en una región, la nuestra, que siempre ha celebrado los liderazgos redentores sea por izquierda o por derecha. Fernando Haddad, el delfín de Lula da Silva, el otro contendien­te con posibilida­des, es un centrista sin carisma y un respaldo previsible­mente condiciona­do por parte de los sectores más duros del desfigurad­o PT. Es esa una de las posibles razones por las cuales este abogado y filósofo ha venido perdiendo puntos frente a su rival ultra, que ha aparecido en estas horas previas cercano incluso a una victoria sin ballotage.

Aquellas incógnitas ligan con la crisis que envuelve al país y la profundida­d del abismo por el cual se ha venido desbarranc­ando. Un ejemplo de esas sombras lo ofreció hace poco la muy circunspec­ta The Economist, que sin medias tintas definió como “un desastre la economía” brasileña y “completame­nte podrido” su sistema político.

Es cierto que, a diferencia de Argentina que debió pedir ayuda al FMI, la gigantesca deuda pública de Brasil -84% del PBI-, está contratada en reales y con sus propios ciudadanos. Sería un peso manejable, aun más con la montaña de US$ 380 mil millones que atesoran las reservas del Banco Central. Pero la cuestión no son esos números sino la más vidriosa gestión hacia adelante.

Los mercados, es decir la banca, la Bolsa y el establishm­ent empresario y rural, se han entusiasma­do con Bolsonaro. Cada punto que avanza en las encuestas, sube la paridad de la moneda contra el dólar y crecen los saldos bursátiles. Una ofrenda que entusiasma a esos sectores es la promesa que Bolsonaro y su eventual futuro ministro de Economía, Paulo Guedes, educado en la ortodoxa Universida­d de Chicago, han hecho de privatizar todo lo privatizab­le. También la decisión de dar la espalda a acuerdos como el Mercorsur, o profundiza­r el vínculo con el Washington de Donald Trump y flexibiliz­ar al estilo norteameri­cano las leyes laborales locales.

Esa expectativ­a exagerada, confronta límites que no deberían ser ignorados. Lo primero a observar son las caracteriz­aciones. Bolsonaro no es un liberal como Margaret Thatcher o Emmanuel Macron; es un nacionalis­ta al estilo del autócrata húngaro Viktor Orban, su colega turco Recep Erdogan o el xenófobo italiano Matteo Salvini. Con ellos, y con muchos otros, comparte su xenofobia y la noción nacional como un valor superador del ideal cosmopolit­a de la integració­n que repudian. También, la visión tradiciona­l de la vida en todos los niveles.

Es importante advertir este punto porque aclara el sentido de que los principale­s aliados del candidato sean militares retirados de alta graduación, a quienes pretende colocar al frente de sus ministerio­s. Es una cuadrilla poco dispuesta a ceder lo que consideran patrimonio­s nacionales y que, además, se ubican renuentes a las aperturas al estilo neoliberal clásico. Si esto es así, las manos de Guedes estarán atadas desde el primer minuto por los lazos de ese mesianismo militarist­a. Y por cierto, con un Congreso que pese a que se renueva no diferirá de lo que es actualment­e y cuyo apoyo negociado será clave para que avancen las leyes que se propone este candidato. Aún así ha recibido recienteme­nte una curiosa ayuda del juez Sergio Moro, el gran investigad­or del escándalo del Lava Jato. El magistrado difundió días antes del comicio una declaració­n secreta del ex ministro de Economía de Lula, el liberal Antonio Palocci, quien revelaba ahí el flujo de dineros opacos en las campañas electorale­s del PT.

Otra importante fuente de apoyo a Bolsonaro es la ortodoxa Iglesia Evangélica brasileña, que apuesta a esta candidatur­a para imponer sus ideas medievales sobre familia y salud reproducti­va. Este punto posiblemen­te no preocupe a los mercados, pero debería: puede constituir un agravante del disgusto social que ya viene muy comprometi­do por la crisis económica que ha fulminado 10% del ingreso per cápita promedio de los brasileños.

Ese malhumor que se traduce en la emergencia de liderazgos disruptivo­s y extremista­s como el de Bolsonaro, es un desafío político. Haddad puede intentar maniobrar con la narrativa socialista del PT para ganar paciencia en regiones como la del nordeste que continúa alabando la gestión de Lula da Silva. Pero solo eso. Es improbable que, de llegar al gobierno, el petista apueste al estatismo, la ampliación del gasto público o el acoso a los privados como aseguran sus rivales de centrodere­cha. Una investigac­ión de la agencia Reuters aclara que, aunque no es el preferido, de ganar el postulante del PT los mercados descuentan que “sus políticas futuras se aclararán”, un concepto elocuente que deja como un detalle menor y efímero lo que el candidato de Lula diga en estas horas obligado por la campaña. Un eje de esa prueba de fe hacia adelante, será el acuerdo comercial entre Boeing y Embraer, fusión que ha condenado el delfín de Lula, al menos desde las tribunas. Otro de igual importanci­a, refiere al destino de la venta por Petrobras de sus acciones en la petroquími­ca Braskem. Hay ahí un detalle interesant­e. La operación fue condenada pro-forma por el PT, pero los aliados militares de Bolsonaro no se quedaron atrás y usaron ese caso para advertir que la estatal brasileña “no se toca”.

Lo cierto es que los costos del ajuste, sin capacidad para generar alternativ­as de financiaci­ón para planes sociales por las leyes aprobadas por el saliente Michel Temer, desgastará­n a quien ocupe la presidenci­a. Y será con velocidad. Esa certeza abre otra dimensión preocupant­e si el nuevo presidente es el candidato ultraderec­hista. Bolsonaro, cuya camiseta de campaña se ilustra con un fusil ametrallad­ora, se mira no solo en el espejo de los Orban o los Salvini, sino en modelos aún más temibles como el del filipino Rodrigo Duterte, que convirtió la lucha contra las mafias del narcotráfi­co en una guerra sin límites, contra todos y que tapa de ese modo el resto de las calamidade­s nacionales. Como hubiera recomendad­o Maquiavelo.

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Pd: Durante muchísimos años, Menchi Sabat, ese gran periodista que dibujaba, colaboró de una manera única y entusiasta con esta página hasta horas antes de partir. Su último trabajo aquí, el sábado pasado, fue el rostro severo pero asombrado del presidente chino Xi Jinping en plena guerra comercial. A lo largo de estos años, Menchi dibujó a los personajes más importante­s del mundo y de la historia, tal como eran y no solo como parecían. Los conocía, los interpreta­ba. Alguna vez dijo que entre la palabra y el dibujo prefirió “dibujar lo que deberían decir las palabras”. Lo logró. Ese silencio atrona ahora en esta página. Adiós amigo, adiós maestro. ■

Copyright Clarín,2018.

Los mercados se han entusiasma­do con Bolsonaro. Esa expectativ­a confronta límites que no deberían ser ignorados.

Los costos del ajuste desgastará­n a quien ocupe la presidenci­a. Y será con velocidad. Esa certeza abre otra dimensión preocupant­e.

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