Empezar a cumplir tareas pendientes
Somos lo opuesto a moralejas y refranes. Es una de nuestras pasiones sacrosantas. Si podemos dejarlo para mañana, no lo hagamos hoy. Tanto Esopo, tanto texto evangelizador, tanta fábula sobre el deber ser, tanta infancia arrepentida, todo mezclado, debió habernos convertido en estos postergadores de la vida, llenos de cuentas pendientes y de deudas afectivas, y de verbos no dichos. También es cierto que somos unos pelotines irredentos, que se nefregan en parábolas y alegorías, que desdeñan esas patrañas, y capaces de dejar todo pendiente sin tanto mito, tanta quimera y tanta utopía. Pero sucede que somos más frágiles que la inmortalidad que proclamamos y que ejercemos, divertidos e inconscientes, como si el mañana fuese sólo un adverbio de tiempo, como clamaba el elogio a la locura de Joan Manuel Serrat. Y de pronto, te embosca la vida, te hace una zancada, te cruza al borde del área con la pierna en alto, te sacude burlona a la vuelta de una esquina y lo pendiente se convierte en un enigma indescifrable. Ahora que se acerca otro inicio de semana, y antes de terminar el desayuno, una buena propuesta para encarrilarnos sería reconciliarnos con lo pendiente, convertir ese haber en un debe; nefragarnos, si queremos, en Esopo y sus manías, después de todo el griego era un buen chico pero un poco pesado, y correr a saldar el café pendiente, el abrazo pendiente, la charla pendiente, lo no dicho pendiente. Las grandes tragedias humanas están hechas de lo que no dijimos. Es cierto que, acaso, debamos tragarnos nuestro orgullo, otro generador de conflictos. Si no me creen, lean la fábula del lobo orgulloso y el león. Es de Esopo.