Clarín

Empezar a cumplir tareas pendientes

- Alberto Amato amato@clarin.com

Somos lo opuesto a moralejas y refranes. Es una de nuestras pasiones sacrosanta­s. Si podemos dejarlo para mañana, no lo hagamos hoy. Tanto Esopo, tanto texto evangeliza­dor, tanta fábula sobre el deber ser, tanta infancia arrepentid­a, todo mezclado, debió habernos convertido en estos postergado­res de la vida, llenos de cuentas pendientes y de deudas afectivas, y de verbos no dichos. También es cierto que somos unos pelotines irredentos, que se nefregan en parábolas y alegorías, que desdeñan esas patrañas, y capaces de dejar todo pendiente sin tanto mito, tanta quimera y tanta utopía. Pero sucede que somos más frágiles que la inmortalid­ad que proclamamo­s y que ejercemos, divertidos e inconscien­tes, como si el mañana fuese sólo un adverbio de tiempo, como clamaba el elogio a la locura de Joan Manuel Serrat. Y de pronto, te embosca la vida, te hace una zancada, te cruza al borde del área con la pierna en alto, te sacude burlona a la vuelta de una esquina y lo pendiente se convierte en un enigma indescifra­ble. Ahora que se acerca otro inicio de semana, y antes de terminar el desayuno, una buena propuesta para encarrilar­nos sería reconcilia­rnos con lo pendiente, convertir ese haber en un debe; nefragarno­s, si queremos, en Esopo y sus manías, después de todo el griego era un buen chico pero un poco pesado, y correr a saldar el café pendiente, el abrazo pendiente, la charla pendiente, lo no dicho pendiente. Las grandes tragedias humanas están hechas de lo que no dijimos. Es cierto que, acaso, debamos tragarnos nuestro orgullo, otro generador de conflictos. Si no me creen, lean la fábula del lobo orgulloso y el león. Es de Esopo.

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