Clarín

Menchi, la muerte, y los ojos abiertos

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Lloramos esta semana al inmenso Menchi Sabat. Se murió mientras dormía, en la noche del 1° al 2 de octubre. Lo despedimos, lo velamos, lo homenajeam­os; todavía no asumimos que sea verdad su partida. Le dedicamos un suplemento, vamos ensayando hablar de él en pasado, pero seguimos sin creerlo, sin creérnoslo. Si es difícil reconcilia­rse con la idea de la finitud, hacerlo con la de la concreción de la muerte es casi imposible. Morir durmiendo, dice alguien, la muerte perfecta. Si es que ese trance, irremediab­lemente, deberá ser atravesado, qué mejor que hacerlo así, casi inadvertid­amente, sin conciencia, sin dolor, sin darse cuenta. Recuerdo a Marguerite Yourcenar y su frase en “Archivos del Norte”, la segunda parte de su trilogía autobiográ­fica: “Si el tiempo y la energía me son otorgados, quizás prosiga mi relato hasta 1914, hasta 1939, hasta el momento en que la pluma se me caiga de las manos”, junto a su deseo de llegar consciente a ese último acto de su vida. Suscribo esas palabras. Irse sin posibilida­d de despedida, de rendir cualquier asignatura pendiente, de saldar alguna deuda con el pasado o con el presente, de decir adiós, me resulta inconcebib­le. Desaparece­r de la faz de la Tierra sin noción de que se lo está haciendo. No saber, al cerrar los ojos en la noche, que ya no habrá amanecer. Disolverse en un sueño que, sin que lo advirtamos, será eterno. Vuelvo a Yourcenar, esta vez a la frase que pone en boca de Adriano, en sus célebres Memorias: “La meditación de la muerte no enseña a morir y no facilita la partida (...) Por ello tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos”.

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