Clarín

Café y dos medialunas, su conquista de libertad

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Sale al hall del edificio para recibirnos. Saluda a los encargados y termina de combinar con ellos un arreglo para su casa. Vuelve a entrar al departamen­to. Magdalena ofrece café, té y gaseosa. Insiste. Ya tiene listas las bandejas con las bebidas y las tazas. En el living de su planta baja en Recoleta entra el sol y su frondoso jardín por los ventanales. Magda muestra con orgullo las azaleas en flor. Un rayo de luz rebota en los sillones. Los almohadone­s llevan motivos de gatos. Tuvo cuatro. Todos rescatados de la calle. Pero Magda extraña en especial a Juárez. El Gato Juárez tiene una nota colgada, enmarcada y firmada por su dueña. Magda sirve el café. “Soy muy cafetera”, admite. Pero no es por eso de que pasó 30 años levantándo­se a las 4 de la madrugada. El café más bien parece un gesto de independen­cia, de libertad, en la vida de Magda. Un placer íntimo y personal. Le viene desde que tuvo su primer sueldo, a los 18 años. “En casa me daban mate cocido. ¡Y yo lo detestaba!”, exclama la menor de nueve hermanos. “Entonces, cuando tuve un poco de plata, me iba a desayunar al bar de la esquina, en Marcelo T. de Alvear y Libertad. Me pedía un café con leche y dos medialunas y leía los diarios”. Su primer trabajo fue en una publicació­n de la acción católica, “Gente Joven”, y de ahí pasó a Maribel, revista de Editorial Sopena. Se le ilumina la cara. Se disculpa y pide por favor a esta cro- nista si le molestaría subirse a una silla para alcanzar el último estante de la biblioteca. “Sería imprudente que yo lo hiciera”, se disculpa Magda. Me descalzo las botas, trepo al asiento que la otra Magda sostiene firme desde el piso. Me estiro. Ya casi lo logramos. Tengo los dos cuadernos “Éxito”, edición doble y con espiral. “No son los cuadernos de Oscar Centeno”, ironiza Magda. Contienen todas las historieta­s “María y su problema”, la columna semanal que escribía en 1960 en Maribel. Cada recorte, prolijamen­te pegado junto a su viñeta, está firmado por “Claudia”. ¿Por qué Claudia, Magda?, nos intriga. “Estaba de moda cambiarse de nombre, y a mí me gustaba ése, no sé por qué...”, razona.

Se casó a los 22 años con César Doretti. Tuvieron cinco hijos. De chiquitos, con sonrisas blanco y negro, pose en escalera, sonríen todos en las fotos de la misma biblioteca. El mayor, Edmundo, falleció hace varios años. La cara se le tensa a Magda. También cuando evoca al “Tano” Sergio Dellacha, su pareja durante 27 años. Jamás conviviero­n, “ese es el secreto”, admite, “salvo al final, cuando se enfermó”. Magda lo cuidó. “El Tano me enseñó mucho y me ordenó”, reflexiona la mujer que además de hacer radio la escucha mientras maneja.

¿Magda también maneja? ¡Sí! Y le acaban de renovar el registro por dos años más. Está feliz. “Jamás tuve una multa. Sólo una infracción porque estaba mal estacionad­a”, confiesa. E invita otro café.

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