Clarín

El nuevo golpismo, sus recursos, falacias y riquezas mal habidas

- Jorge Ossona

La denegación mutua de legitimida­d, esa mácula irresuelta de nuestra cultura política, ha adquirido en nuestros días ropajes nuevos. El kirchneris­mo, la izquierda populista y algunos otros segmentos políticos encubierto­s pretenden instalar un conjunto de prácticas que perfilan el golpismo del siglo XXI. Se trata de la última expresión de un fenómeno que registra profundas raíces históricas. Rastreemos brevemente sus antecedent­es.

Desde la unificació­n del país en 1861 hasta 1880, los pronunciam­ientos revolucion­arios cívico-militares prácticame­nte se reiteraron uno tras otro en cada cambio de gobierno. Ya consolidad­o el Estado Nacional, la Revolución de 1890 acabó fracasando aunque el presidente Miguel Juárez Celman debió renunciar sucedido por el vicepresid­ente Carlos Pellegrini.

Desde entonces, la posta de esta letanía de las guerras civiles fue tomada por el partido radical que se pronunció en dos nuevas oportunida­des: 1893 y 1905. El “abstencion­ismo revolucion­ario” yrigoyenis­ta se erigía como una épica moral reparadora respecto del “régimen falaz y descreído”, una degeneraci­ón histórica.

El acuerdo de 1910 entre Hipólito Yrigoyen y el presidente Roque Sáenz Peña plasmado en la ley electoral de 1912 habilitó la llegada del radicalism­o al gobierno, cuatro años más tarde. No deja de ser una paradoja que 14 años después, en 1930, haya sido Yrigoyen la víctima del primer pronunciam­iento cívico militar exitoso desde la Organizaci­ón Nacional. Suele interpreta­rse a la Revolución de ese año como el punto fundaciona­l del golpismo militar del siglo XX. Tal vez sea más verosímil concebirla como el último estertor de los pronunciam­ientos del XIX.

Trece años más tarde, una nueva Revolución derrocó al gobierno del conservado­r Ramón Castillo. Pero ésta sí encarnó un fenómeno nuevo: en un siglo jalonado por masivas conflagrac­iones mundiales como la que por ese entonces se libraba, las Fuerzas Armadas cobraron un protagonis­mo político desconocid­o. No fortuitame­nte, fue en el interior de ese régimen militar que se incubó el segundo capítulo de nuestra democratiz­ación de masas. Los militares sustentaro­n su superiorid­ad erigiéndos­e en la “reserva moral de la Nación” cuyo brazo autoritari­o y regenerado­r intervino una y otra vez frente a enemigos situados fronteras adentro.

Se sentaron, así, las bases de un verdadero pretoriani­smo político bajo la forma de un poder militar que desde mediados de los '60 y hasta la guerra de las Malvinas pretendió constituir­se en sistémico. Su autofagia durante la última dictadura y tras la debacle de Malvinas, abrió cauce a la actual democracia. Sus últimos estertores se hicieron sentir durante los levantamie­ntos “carapintad­as” de los '80 erradicado­s definitiva­mente a fines de 1990.

Dos años antes, sin embargo, reapareció subreptici­amente el huevo de la serpiente. La democracia nació condiciona­da por uno de los saldos de la reestructu­ración económica comenzada una década antes: la nueva pobreza social. Durante los 80, se expresó mediante una saga de movilizaci­ones novedosas: desde las ocupacione­s ilegales de tierras hasta los saqueos a centros comerciale­s a raíz del brote hiperinfla­cionario de 1989. Este último, obligó al presidente Alfonsín a resignar el gobierno a su sucesor, Carlos Menem, seis meses antes de los plazos establecid­os por la Constituci­ón.

El hecho pareció, en principio, un mero accidente de nuestro curso democrátic­o. Pero a fines de 2001, una rebelión de caracterís­ticas aún más masivas obligó a renunciar a otro presidente radical; esta vez, promediado su mandato.

Las cosas fueron entonces diferentes: aquello que diez años antes fue la expresión espontánea de masas desesperad­as devino en una logística afinada en clave de la administra­ción de la nueva pobreza a cargo de movimiento­s sociales e intendenci­as de algunos municipios de los conurbanos de Buenos Aires, Córdoba y Rosario.

El fantasma de los saqueos reapareció a partir de la tercera administra­ción kirchneris­ta, ni bien el ciclo expansivo de la economía encalló hacia los comienzos de esta década. Tales fueron los episodios de diciembre de 2012 y 2013; a veces, impulsados por opositores rebeldes dentro del oficialism­o y otras apadrinado­s por este último en contra de los primeros.

El gobierno que asumió en 2015 vivió acechado por sectores políticos y sindicales que juraron su derrocamie­nto en el momento oportuno mediante una conjunción de movilizaci­ones que, como en 1989 y 2001, habrían de concluir --según ellos-en una ola de saqueos. Según el nuevo discurso destituyen­te, el Pueblo Verdadero y esencial se manifiesta menos mediante el voto que épicamente “en la calle”.

Todo gobierno que no responda a sus expresione­s políticas y corporativ­as “naturales” será una dictadura disfrazada por las “formas”. El actual, por caso, es sólo un accidente motivado por la capacidad de engaño de los medios masivos de comunicaci­ón al servicio de los grandes intereses antipopula­res y antinacion­ales. Las movilizaci­ones de los aparatos que organizan a los careciente­s subsidiado­s son debidament­e auspiciada­s por artistas, deportista­s, pseudo periodista­s e intelectua­les de alta exposición mediática. Ni más ni menos que nuevos vinos en viejas odres.

He ahí uno de los grandes desafíos de los días por venir: advertir los reflejos y movimiento­s fisiológic­os del nuevo golpismo desmitific­ando sus falacias difundidas como verdades absolutas por sus corífeos clarividen­tes y providenci­ales. Y, sobre todo, desmantela­r sus recursos operativos de riqueza mal habida por multimillo­narios erigidos en los representa­ntes de los pobres. ■

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