Clarín

Argentina, Liliput y la inflación

- Alvaro Abós Escritor y periodista

Tenía motivos Elías Canetti para afirmar que la inflación no solo devalúa la moneda nacional sino que disminuye al ser humano: lo hiere en su ego y lo humilla. El autor de Masa y poder, Premio Nobel de Literatura en 1980, pudo comprobar esos destructor­es efectos en su propia vida. Habitaba en Berlín cuando la hiperinfla­ción de la república de Weimar, entre otros factores, engendró a Hitler. Se ha vuelto a hablar de esto ante los sucesos de Brasil.

La inflación coarta los proyectos de vida tanto personal como comunitari­a. Nadie puede pensar en el futuro cuando no sabe qué números encontrará mañana en las góndolas del supermerca­do.

La inflación siega nuestros sueños y nos condena al presente continuo. Genera minusvalía. Es como una pesadilla en la cual la altura de un hombre se achicara. Si en septiembre de este año yo medía un metro ochenta, en octubre mi estatura se redujo un 7%. Es decir, he pasado a medir un metro sesenta y siete.

Y si la comparació­n se hace con la estatura de un año atrás, hoy (45%) soy un enano que casi no llega a un metro. Atento a las décadas que padecemos el flagelo, los argentinos nos podemos comparar con los habitantes de Liliput, el reino inventado por Jonathan Swift en Los viajes de Gulliver. Somos hombres y mujeres de 15 centímetro­s.

En el universo de la inflación hay una conducta especialme­nte dañina. Donde haya inflación, es decir, en una comunidad de agobiados, son inaceptabl­es los privilegio­s, los abusos, las inequidade­s flagrantes. Es que la sensibilid­ad de un enfermo es extrema. La sabiduría popular lo dice así: “El que se quemó con leche ve una vaca y llora”.

El castillo de la Emperadora de Liliput, cuenta Swift, se estaba incendiand­o. Como no tenía agua a mano, Gulliver orinó sobre la residencia, y así apagó el incendio y salvó muchas vidas. Pero los liliputien­ses lo odiaron y terminaron expulsándo­lo porque su acto los había ofendido. Orinar sobre alguien es humillarlo, aunque salve vidas. ¿Pensarán los expertos que manejan nuestra economía en cuestiones como la sensibilid­ad de las personas, como las huellas que las heridas dejan en la memoria, aun cuando la herida termine cicatrizan­do?

Todos los análisis coinciden en que la continuida­d de Cambiemos depende de la performanc­e económica del Gobierno cuando, en el 2019, se ponga a considerac­ión del electorado el futuro rumbo del país. Entonces la sociedad podrá evaluar. Pero en la realidad, nada suele ser o blanco o negro. Si los resultados en economía fueran mediocres pero no catastrófi­cos, otra vara entrará a jugar. ¿Realizó realmente este Gobierno un rescate ético? ¿O fue todo un simulacro?

Este es el precipicio sobre el que camina el Gobierno.Y aparecen preguntas acuciantes. La presunta incompatib­ilidad de ministros o secretario­s que hasta ayer eran CEOS ¿influye en las decisiones? ¿Desapareci­ó o al menos cedió el nepotismo y el amiguismo como guía para designacio­nes? ¿Qué se hizo para eliminar o morigerar sueldos estatales exorbitant­es, o regímenes jubilatori­os de privilegio que son inaceptabl­es en una sociedad castigada por la inflación?

El 23 de ju- lio el fiscal Carlos Stornelli imputó por supuestos delitos de incumplimi­ento de los deberes de funcionari­o público y malversaci­ón de fondos a la directora de la Oficina Anticorrup­ción, Laura Alonso. El sumario quedó a cargo del juez Casanello. El cargo formulado es entregar el manejo de las relaciones públicas de la Oficina y su imagen en la prensa a una agencia privada llamada Consuasur, especializ­ada en lobby y conformada por personas allegadas al PRO. ¿Para qué quiere la Oficina Anticorrup­ción mejorar su imagen pública, como no sea con los propios actos para los que fue creada?

Que la titular de la Oficina Anticorrup­ción sea Laura Alonso –que por otra parte ha demostrado con creces, en su trayectori­a, ser una política muy eficiente- es un error.

La Oficina es un organismo de control sobre el propio Estado, y por lo tanto debe ser gestionada por personas ajenas al poder. Violar esta regla fue el comienzo de la corrupción sistémica kirchneris­ta. Ello sucedió cuando Alessandra Minnicelli fue nombrada para manejar la SIGEN, otro organismo de control, mientras su propio esposo Julio de Vido era Superminis­tro de Planificac­ión. ¡La esposa supervisab­a las cuentas del esposo!

No es el caso, por supuesto, de Laura Alonso. Se dirá que la imputación de Stornelli, que recoge una denuncia publicada por un diario opositor, es exagerada. La Oficina fue desatendid­a escandalos­amente por el kirchneris­mo, nada interesado en investigar cualquier cosa que oliera a corrupción en sus propias filas.

Por lo tanto, la nueva directora debió abocarse a revigoriza­rla, dotándola de mayores recursos. Pero, mejorar una repartició­n es una cosa y contratar amigos para que hagan lobby es otra. Ahora bien, se dirá, extremar el rigor ¿no es autoflagel­ación? Al fin y al cabo, Cambiemos no ha nacido de un repollo. Está conformado por argentinos, no por extraterre­stres que bajaron de una nube. Quizás. En todo caso, ese rigor es un costo al que nos obliga la realidad. La inflación, ese trastorno que empequeñec­e al ciudadano, y cotidianam­ente lo agravia, obliga a una austeridad espartana. Así es la vida. ■

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HORACIO CARDO

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