Clarín

El rol tutelar del Estado y la educación sexual

- Sandra Cesilini Politóloga, especialis­ta en desarrollo social (UNSAM)

El eslogan “Con nuestros hijos no” desconoce el rol tutelar del estado sobre el conjunto de los habitantes de Argentina. Ese rol legal constituci­onal implica que cada individuo no tiene un ejercicio absoluto de su libertad sino una libertad limitada y moldeada por ciertos preceptos constituci­onales y por tratados internacio­nales.

La capacidad de decisión de cada individuo no puede obviar decisiones colectivas que definen qué tipo de sociedad quiere un país. Para ello existen armas legales y judiciales que protegen simultánea­mente los derechos de las minorías y los derechos humanos que amparan al conjunto de la sociedad.

La Convención sobre los Derechos del Niño es el tratado más ampliament­e ratificado en la historia. En él se establecen una amplia gama de disposicio­nes que abarcan derechos y libertades civiles, el entorno familiar, la salud básica y el bienestar, la educación, la recreación, las actividade­s culturales y las medidas especiales necesarias para su protección. La Convención contiene varios “principios fundamenta­les” que sustentan todos los demás derechos de la infancia. Como dice UNICEF, el interés superior del niño debe ser una “una considerac­ión primordial” en todas las medidas y decisiones que le atañen, y debe utilizarse para resolver cualquier confusión entre los diferentes derechos. Que ese rol tutelar genere protestas airadas por falta de comprensió­n sobre las políticas públicas, parece sorprenden­te a esta altura del siglo XXI. Desde familias que se niegan a vacunar a sus hijos, a familias que se niegan a que sus hijos reciban educación sexual integral, hace sospechar una mentalidad sectaria que no se resigna a las reglas de juego comunes. Así, negar la educación y la salud a los chicos y chicas argentinas es adoptado por sectas y grupos de fanáticos que proliferan en el país amparándos­e en sus derechos como padres.

He aquí que los menores no son una propiedad de los padres, como desgraciad­amente ocurría en la Edad Media, donde había un proceso de muñecas rusas, los padres eran dueños de los hijos y los señores dueños de los padres, las mujeres propiedad de los hombres y así podríamos enunciar una inmensa cantidad de cuestiones horribles relativas a esa posesión, que han sido parte de la historia humana durante siglos.

Nada dice que el mundo sea un lugar her- moso ahora, en estos años crudos, con guerras y crímenes de lesa humanidad, pero hemos progresado en comprender que el Estado puede ayudar a hacer la vida de las personas más sana y más plena, se han cambiado los conceptos sobre los niños y las niñas y estamos todos alerta sobre el abuso y la violencia.

Pero algo falta, y esa piedra de toque es particular­mente compleja. Para que la tutela mencionada sea realmente eficaz debe desplegars­e en todo el territorio, debe penetrar estructura­s que parecen impermeabl­es, debe tener desde trabajador­es sociales a psicopedag­ogos, abogados y psicólogos que intervenga­n en situacione­s que violan los principios garantizad­os por la Constituci­ón. Vemos diariament­e situacione­s donde los chicos no son sujetos de derechos, absorbidos por padres que definen otros destinos para ellos que van desde la prostituci­ón infantil al fanatismo religioso que les impide interactua­r con sus pares, recibir transfusio­nes o tener acceso a una educación básica.

El esfuerzo de las institucio­nes públicas debe ser sostenido, valiente y movilizar todas sus herramient­as para asegurar que se cumplan los derechos de los menores. Ellos no pueden defenderse por sí solos. ■

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