Clarín

El enigma Bolsonaro, un nacionalis­ta (ultra) haciendo de liberal

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Una observació­n indudable pero incompleta constata fácilmente que la instauraci­ón de un gobierno en Brasil, votado con aplitud en elecciones limpias, es un avance crucial para el reacomodam­iento del país-continente tras años de crisis e inestabili­dad. Lo es también para la región sobre la cual Brasil ejerce una influencia inevitable y necesaria. El lunes siguiente a la victoria del ultranacio­nalista Jair Bolsonaro en la primera vuelta, la plaza de San Pablo subió 6%, y las estatales como Petrobras dos dígitos. Ese boom arrastró al Merval de Buenos Aires con una suba de 1,25%. Es un ejemplo elocuente sobre aquel peso. La interacció­n es de magnitud tal que un punto de crecimient­o en Brasil arrastra automática­mente un cuarto de punto de expansión en Argentina, y similar en el resto de la región.

Los límites a ese panorama aparecen cuando se lo contrapone con el contexto en el cual se produce el cambio en Brasil. Las encuestas anticipan una casi segura victoria de Bolsonaro en la segunda vuelta del 28 de octubre sobre el debilitado petista Fernando Haddad. La historia parece así ya escrita. Pero lo que no se resuelve con igual facilidad es el enigma que representa este ultraconse­rvador, que vacía de valores la democracia y el equilibrio de poderes con su retórica elogiosa de las dictaduras militares, la tortura y la represión. Bolsonaro ha llegado hasta donde llegó a caballo de un voto de furia de los brasileños contra la corrupción que involucró al PT de Lula da Silva y a todos los partidos tradiciona­les y por las calamidade­s causadas por la crisis económica. No debería perder de vista que hay una importante distancia entre un voto de furia y otro de confianza y no es claro si esto último existió entre los votantes.

Esta semana hubo un ejemplo de las dudas alrededor de este diputado con 30 años de polémica carrera legislativ­a durante los cuales logró aprobar sólo tres proyectos. Una confusa declaració­n del candidato a la televisión Bandeirant­es el lunes por la noche detonó un chasco a los mercados que lo venían celebrando. Después de hacer campaña anunciando que privatizar­ía todo lo privatizab­le, y defender una liberación de la economía en la línea ortodoxa de su futuro ministro, el ultraliber­al Paulo Guedes, dio un inesperado paso atrás. Se mostró inseguro respecto a si convenía o no avanzar en la venta de algunos activos públicos estrastégi­cos y demolió las esperanzas de que la legislació­n de pensiones del demacrado gobierno de Michel Temer, central para ajustar el gasto público, pueda ser llevada adelante. El resultado fue una baja abrupta de los mismos títulos que antes habían trepado. La estatal Eletrobras destacó con un desbarranc­o de 12%, una impactante fuga en una plaza nerviosa y embarullad­a.

La confusión no es solo de los mercados, y no pasa por el debate legítimo sobre si conviene o no privatizar, sino que se alimenta de la tensión por la dualidad. Algunos diarios rescataron en estos días los elogios que Bolsonaro le dedicó a Hugo Chávez en los albores del experiment­o bolivarian­o calificánd­olo de “figura inigualabl­e” y “esperanza para América Latina”. Cualquiera puede cambiar de opinión a lo largo de los años, forma parte de nuestra constituci­ón y pensamient­o, pero el problema siempre son los énfasis.

Para muchos analistas aquel tropiezo declarativ­o que asustó a la Bolsa se debería a las presiones internas con las que convive Bolsonaro y que aún no pudo cuadrar. El dirigente marcha rodeado de un nutrido grupo de ex jefes militares a quienes está dispuesto a desparrama­r en su futuro gabinete. Serían, se afirma, muy poco proclives a desprender­se de activos públicos. En la visión de esos jubilados de uniforme anidaría el rechazo a la operación de anexión entre Boeing y Embraer, la venta de las acciones de Petrobras en una compañía química o el destino de Eletrobras. Tampoco es claro si se trata de una interna o de un punto de vista más amplio. Fuentes diplomátic­as brasileñas comentaron a este cronista que los militares no son hoy lo que eran cuando gobernaron en la dictadura de los años ‘60 y que en esas reservas sobre los activos coincide parte del propio establishm­ent brasileño. Un aviso para Guedes.

Por encima de estos debates, el principal motivo de incertidum­bre proviene de la índole populista del candidato. Una condición del populismo, no importa su impronta ideológica, es el oportunism­o. Son formas políticas que flotan sobre las tendencias y se acomo- dan a ellas como los planeadore­s al viento, y pueden girar, subir o bajar y cambiar repentinam­ente de rumbo según cómo esas fuerzas los muevan y de las cuales saquen provecho.

La mutación de los discursos, la posverdad como método de convencimi­ento, y a veces, la altanería, forman parte del recetario de esa tribu que merodea hoy por el mundo con notable vitalidad política. Y que, con otro signo, dominó gran parte de nuestra región en la pasada década. Otra condición del populismo es la construcci­ón y consolidac­ión del poder en base a grietas que funcionan como un pathos de convencimi­ento sin que importe la argumentac­ión. Así como el PT de Lula da Silva removía la conciencia pública con un nosotros frente a un ellos, el protopresi­dente brasileño ha venido profundiza­ndo en esa línea identifica­ndo un otro comunista o un otro de izquierda indefinida como el enemigo agazapado; la vereda donde se debe amontonar tanto a los adversario­s como a los detractore­s, sean o no sean comunistas. Ese formato no contempla límites ni pudor por las superficia­lidades. Un dato de las declaracio­nes de Bolsonaro a Bandeirant­es es la curiosa argumentac­ión de la inconvenie­ncia de vender empresas públicas frente al riesgo de que el país “acabe en manos de China” que formaría parte de ese infierno acechante.

Otros elementos del recetario de Bolsonaro no admiten tantas complicaci­ones dialéctica­s pero multiplica­n la preocupaci­ón internacio­nal. El diputado ha reafirmado su interés en retirar a Brasil del Acuerdo de París de cambio climático al estilo del paso dado por Donald Trump. Es un objetivo difícil porque requeriría de acuerdo parlamenta­rio y el próximo Congreso estará tan atomizado como el actual con pocas probabilid­ades de consensos inmediatos. Donde sí puede tener éxito el líder ultraderec­hista es en la determinac­ión, que ha repetido, de cerrar la agencia gubernamen­tal de medio ambiente, IBAMA, que monitorea la deforestac­ión del Amazonas, y el Instituto Chico Mendes, a cargo de sancionar las violacione­s medioambie­ntales. Para Bolsonaro, como para Trump, el calentamie­nto global y el efecto invernader­o no son más que “una fábula”, según ha recitado. Este menú incluye, además, la clausura de las reservas y comunidade­s indígenas que son en parte las que limitan a la frontera agropecuar­ia y que visualiza como ese “otro” que lo rivaliza.

Otro dato que merece atención es el vínculo que se ha notado entre el dirigente y uno de sus hijos con el ex asesor de Trump, el supremacis­ta Steve Bannon, vínculo que el candidato niega. “Bannon se puso a disposició­n para ayudar”, admitió recienteme­nte Eduardo Bolsonaro, diputado por San Pablo y de ideas aún más rígidas que las de su padre. No es sorprenden­te ese contacto. Bannon es una figura repetida por su llamativa tarea en Europa de coordinaci­ón de las fuerzas xenófobas y nacionalis­ta eurofóbica­s y por sus contactos con los sectores ultramonta­nos de la Iglesia Católica. Como ahora en Brasil, en cada uno de los sitios donde ha emergido ese pensamient­o intolerant­e se amplificó la grieta y la violencia contra aquel otro disidente. A Bolsonaro lo rodea un sector extremista y medieval de la fe evangelist­a de su país. Pero segurament­e no es esa la única coincidenc­ia. ■

Copyright Clarín, 2018

Una condición del populismo, no importa su impronta ideológica, es el oportunism­o. Son formas políticas que flotan y se acomodan...

Otro dato que merece atención es el vínculo entre el dirigente y el ex asesor de Trump, el supremacis­ta Steve Bannon.

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