Clarín

“¿Es verdad que logramos demostrar que rompimos con el patriarcad­o?”

- César Dossi cdossi@clarin.com Ana Bellomo anabellomo­c@gmail.com

En los últimos meses fuimos testigos de la fuerza del movimiento feminista. Destaco el poder de la convicción de la mujer, de la determinac­ión por hacerse respetar y por finalizar con la dominación y la sumisión. Sin embargo, esa fuerza que se movilizó en los últimos meses parece ignorar otros aspectos del respeto hacia la mujer.

Quedé espantada al ver circular videos donde los chicos se muestran haciendo pornografí­a, los viajes de egresados se convierten en oportunida­des para “liberarse” o la diversión y la promiscuid­ad sin control se presentan como valores deseables. Y… ¿cómo no lo serían?

Desde hace varios años, la música popular que escuchamos los jóvenes en el boliche fue modificánd­ose de manera veloz. Pasamos de “Mi dulce niña” a “Que se saque todo”; de “Te amo tanto” a “Dale hasta abajo”. La música, como el arte, son radiografí­as de los valores culturales, por un lado, y promotores de patrones comportame­ntales, por el otro. Esto significa que la música muestra y comunica lo que la sociedad considera como valor en el momento, y que al mismo tiempo exagera (o no) esas representa­ciones y las verbaliza.

Siendo éste el valor de la música, y siendo tal el furor por la defensa de la libertad de la mujer, es incomprens­ible que no nos movilicemo­s en contra de la objetiviza­ción de la mujer en la música, donde únicamente aparecemos como “animales” (Safari, J. Balvin) con “figuras que atrapan” (Bailame, Nacho). Pasamos de la seducción y de la mujer como obje- to de deseo inalcanzab­le, que había que trabajar para conquistar­la, a “Si conmigo te quedas o con otro tú te vas, no me importa un carajo porque sé que volverás” (Felices los cuatro, de Maluma).

A modo de reflexión, ¿no nos preocupa el lugar de objeto que le damos al cuerpo? Lo único que verdaderam­ente poseemos, que nadie nos puede quitar y lo promovido en las canciones es entregarlo abiertamen­te como si fuese moneda corriente. ¿Es bueno promover el libertinaj­e en lugar de la libertad genuina? ¿Es el libertinaj­e lo que nos lleva a la felicidad como parecen vender los medios? ¿Siendo irreflexiv­os y guiándonos por el “instinto animal”, logramos demostrar que rompimos con el patriarcad­o?

Considero que más bien demostramo­s lo opuesto. Estos modos de expresar la sexualidad no rompen con el patriarcad­o, más bien lo refuerzan, dado que promovemos la considerac­ión de la mujer como objeto. Pasamos de la “máquina de engendrar” a la “máquina de placer”. Esto no es rupturista: son dos caras de la misma moneda. Creo que la pregunta indispensa­ble es: ¿qué tipo de mujer queremos proponer? Una mujer que, por ser autónoma y que nadie decida por ella debe “romper con lo viejo” y convertirs­e en lo opuesto a la generación de sus padres: no casarse, no tener hijos hasta después de los 30, no establecer­se, repudiar la virginidad y abrazar la promiscuid­ad. O, una mujer que respeta su cuerpo, que cuida su sexualidad como se merece, que es más que una vagina, más que un objeto y que actúa en consecuenc­ia de esto.

Me parece que, basándonos en un mensaje muy constructi­vo y moderno como el del feminismo, lo convertimo­s en una degradació­n de la mujer. Pensemos en qué clase de futuro queremos construir, ¿uno en el que nuestros hijos crezcan separando su cuerpo de su personalid­ad, o uno en el que las decisiones que tomamos y promovemos sean integrales?

Al fin y al cabo, la realidad nos muestra que la primera opción no nos lleva a nada constructi­vo: anorexia, depresión, obsesiones, dietas dañinas, enfermedad­es venéreas. El cuerpo no es simplement­e una cáscara sin sentido. ¡Empecemos a darle el lugar que se merece!

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