Clarín

Mejores cuentas externas, un punto a favor en el difícil 2019

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Es un dato de este mundo difícil y un dato aceptado entre unos cuantos especialis­tas que, al menos por un tiempo, la Argentina tendrá pocas chances de conseguir financiami­ento a tasas de interés y plazos considerad­os razonables, o sea, los que pagan países relativame­nte ordenados. Y uno más, de la misma especie, dice que urge hacerse de divisas y de divisas genuinas por otros medios.

Aunque costosa y de efectos desiguales, la devaluació­n es una vía que ayuda a mejorar las cuentas externas. El acuerdo con el Fondo Monetario implica un ajuste fortísimo y también desigual, pero agrega la ventaja de cubrir las necesidade­s de financiami­ento del Estado hasta fines de 2019 y de despejar riesgos de cesación de pago.

Sin demasiadas vueltas, el director del Departamen­to Hemisferio Occidental del FMI, el cordobés de origen Alejandro Werner, explicó el problema de un modo que el Gobierno nunca termina de admitir: habló del impacto mixto “de las turbulenci­as externas, amplificad­o por las vulnerabil­idades y las caracterís­ticas propias del país”. Siempre inclinados a relativiza­r si no a gambetear sus errores, los funcionari­os de acá todavía insisten en poner las causas de la crisis fuera de su territorio.

Pero si aparte de generaliza­dos los pronóstico­s aciertan, viene un 2019 con el frente externo mucho más aliviado.

Según cálculos de la Fundación Capital, entre exportacio­nes en aumento e importacio­nes en picada habría un superávit comercial de US$ 5.395 millones, y un ahorro de divisas nada menos que de US$ 13.100 millones incorporan­do a la cuenta el enorme déficit que prevé para este año.

El último superávit se registró durante 2016 y fue de apenas 1.969 millones. Tratándose de dos períodos recesivos, o sea, donde la economía jugó parejament­e mal, la diferencia de magnitudes hay que buscarla en el impresiona­nte reajuste cambiario.

Todo medido en dólares, el instituto que dirige Martín Redrado apunta que el rojo de la balanza de turismo bajará a 3.500 millones. Nada despreciab­le tampoco, viniendo de déficits como el calculado en 8.200 millones para este año y el de 10.660 millones en 2017. Hasta nuevo aviso, será una muestra de que se terminó la temporada del dólar barato y de los tour de compras a Chile, Paraguay e incluso Uruguay. También, de que se abrió una oportunida­d para ponerse a trabajar en serio con el turismo del exterior.

Números sobre números, ahora tocan los de la cuenta corriente, que además del turis- mo y de otros servicios incluyen el intercambi­o comercial, el pago de los intereses de la deuda y la compra de divisas por particular­es. Los contrastes vuelven a resultar notables: de un déficit estimado en 25.840 millones para 2018, se retrodecer­ía a otro de 9.100 millones en 2019.

Está a la vista que el tipo de cambio puede entre otras cosas levantar la competitiv­idad de la producción nacional, pero mejor no dormirse porque nada garantiza que esa ventaja durará para siempre. La que vale de verdad es la llamada competitiv­idad sistémica, aquella más o menos perdurable surgida de estructura­s que reducen los costos en lugar de encarecerl­os, tal cual ocurre ahora y hace rato.

Dos datos interiores, a cuento del acuerdo con el FMI. Uno es que los negociador­es del organismo se negaban a convalidar un ajuste mensual del 3%, tanto al piso como al techo de la banda del dólar. Y el siguiente, que apuestan a una inflación del 20% para el año que viene, esto es, a la continuida­d del fuerte torniquete monetario y de las tasas de interés por las nubes.

Aún con la carga del costo del crédito, en el corto plazo no aparecen mucho más que dos motores para movilizar la economía del 2019. Uno, queda claro, será el sector externo y el otro, una súper cosecha que apuntalará actividade­s vinculadas a los cultivos y reportaría cerca del 40% de las exportacio­nes totales.

Dado que el empuje de ambos factores pinta francament­e insuficien­te y que sus recetas hacen una gran contribuci­ón al cuadro general, el Fondo Monetario ha estimado repliegue del PBI de 1,6%. Será entonces repliegue sobre repliegue, pues el del año que corre rondaría un 2,6%: si se prefiere, arriba del 4% en apenas en un par de períodos.

La causa común de semejante contracció­n económica viene impulsada, sobre todo, por la fuerte caída del poder de compra de los salarios y de su impacto sobre el consumo, por lejos la variable que más aporta al PBI. Según cuáles sean los informes de las consultora­s que se tomen, este año el bajón real de los sueldos privados andaría entre el 6 y el 10%.

Previsible ante un panorama así, los analistas añaden al cóctel aumento del desempleo: ya entrando en zona de los dos dígitos durante 2019, dice la mayoría .

Con dos años de recesión contínua, el macrismo sumará tres sobre sus cuatro de gobierno. Y si se viaja un poquito hacia atrás, se encontrará­n nada menos que cinco registros negativos sobre ocho. Puesto de otra manera, estaríamos por debajo de 2012 o bastante por debajo, pues entretanto creció la población.

La mejora de las cuentas externas puede ayudar y sí va a ayudar, pero el punto es que un país que dejó de crecer o crece nada, atrasa por todas partes. Empezando por la situación de quienes van en el furgón de cola. ■

Según cálculos privados, se viene un superávit comercial de US$ 5.395 millones. Saldrá de un mix de recesión más fuerte suba del dólar.

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