El encanto de ir caminando por Canning
Se habla y se insiste, quizás como algo abstracto, sobre el sentido de pertenencia. Me cuesta recordar cuándo escuché la expresión por primera vez, pero sí sé que desde los veintipico empecé a preguntarme de qué se trata. Todos, de alguna manera u otra, tenemos sentido de pertenencia: por la familia, por el club, por el país o por una marca de lapicera… Da igual. Y entiendo que esa pertenencia viene de la mano con el cuidado, la toma de responsabilidad, algunas cuotas de afecto también.
En mi caso está potenciado con Villa Crespo. Mi Villa Crespo, si se permite. Caminar por Canning y Corrientes se volvió tan cotidiano como salir al patio de mi casa, sin pantuflas pero con la compañía espiritual de Osvaldo Pugliese incluida. Hablo de Canning y no de Scalabrini Ortiz, porque así lo indica el manual villacrespense. Hasta las paredes de la estación Malabia del subte B se lo refrescan a los nuevos vecinos con un cartel grabado en azulejos.
Y mejor no entrar en el debate de Palermo Queens para referirse a los outlets de la calle Aguirre, una movida con fines económicos que logra irritar a los cultores de lo tradicional. Una grieta insalvable.
Ojo, nada tengo en contra de Palermo y sus derivados. Al contrario. La mayoría de mis salidas terminan en el barrio vecino; en sus parques, las ferias gastronómicas, ciertos bares. Lo disfruto, como alguna vez me di el gusto de disfrutar de Nueva York y Londres. Pero ningún Empire State, por más fotos que le saqué con el celular, me genera lo que siento al pasar por el León Kolbowski o al tomarme un descafeinado en Imperio. Y, el barrio tira… ■