Clarín

El encanto de ir caminando por Canning

- Brian Cohn bcohn@clarin.com

Se habla y se insiste, quizás como algo abstracto, sobre el sentido de pertenenci­a. Me cuesta recordar cuándo escuché la expresión por primera vez, pero sí sé que desde los veintipico empecé a preguntarm­e de qué se trata. Todos, de alguna manera u otra, tenemos sentido de pertenenci­a: por la familia, por el club, por el país o por una marca de lapicera… Da igual. Y entiendo que esa pertenenci­a viene de la mano con el cuidado, la toma de responsabi­lidad, algunas cuotas de afecto también.

En mi caso está potenciado con Villa Crespo. Mi Villa Crespo, si se permite. Caminar por Canning y Corrientes se volvió tan cotidiano como salir al patio de mi casa, sin pantuflas pero con la compañía espiritual de Osvaldo Pugliese incluida. Hablo de Canning y no de Scalabrini Ortiz, porque así lo indica el manual villacresp­ense. Hasta las paredes de la estación Malabia del subte B se lo refrescan a los nuevos vecinos con un cartel grabado en azulejos.

Y mejor no entrar en el debate de Palermo Queens para referirse a los outlets de la calle Aguirre, una movida con fines económicos que logra irritar a los cultores de lo tradiciona­l. Una grieta insalvable.

Ojo, nada tengo en contra de Palermo y sus derivados. Al contrario. La mayoría de mis salidas terminan en el barrio vecino; en sus parques, las ferias gastronómi­cas, ciertos bares. Lo disfruto, como alguna vez me di el gusto de disfrutar de Nueva York y Londres. Pero ningún Empire State, por más fotos que le saqué con el celular, me genera lo que siento al pasar por el León Kolbowski o al tomarme un descafeina­do en Imperio. Y, el barrio tira… ■

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