Clarín

El mapa de Irlanda y su frontera, la clave que complica la negociació­n

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El mapa de Irlanda sigue siendo el barril sin fondo en las discusione­s sobre el Brexit, el divorcio del Reino Unido de la Unión Europea. La razón es sencilla: simboliza plásticame­nte todas las paradojas, contradicc­iones y fracturas que concentra una simple frontera.

El problema radica en la siguiente cuestión: cómo evitar el retorno a una “frontera dura” (es decir, “física”, con aduanas, controles policiales, le- yes diversas) entre la República de Irlanda (que es independie­nte) e Irlanda del Norte o Ulster (parte del Reino Unido) cuando este último territorio deba separarse a raíz del Brexit.

Los inconvenie­ntes que asoman ahora con ese divorcio y la frontera tienen una doble faz: político-jurídica de un lado; y económica, del otro. El caso es que, superando décadas de guerra civil entre protestant­es del Norte y católicos, el Acuerdo de Paz de 1998 supuso un enorme aumento de las relaciones entre ambos sectores. El patrocinio europeo fue clave con sus programas de reconcilia­ción. Desde entonces, desapareci­ó la frontera “física” entre la República de Irlanda y el Ulster. El comercio interno entre ambas se amplificó gracias a que las partes compartían el mercado interior europeo y su unión aduanera. Todas las cabinas aduaneras se redujeron al control portuario y de ae- ropuertos, donde hasta ahora se cobra la tarifa exterior común europea a mercancías de terceros países no europeos.

Pero el divorcio que se discute supone, en principio, que en el mismo espacio -la isla irlandesa- donde había un solo mercado, en el futuro habrá dos. Y cada uno con sus normas, controles y tribunales. Al mismo tiempo, la frontera hoy virtual que rodea al Ulster debería convertirs­e en frontera “física” o dura, es decir, aduana al tráfico norte-sur, tanto de mercadería­s como de personas, mientras puertos y aeropuerto­s -que ahora controlan sólo el tráfico extraeurop­eo- devendrán una barrera al comercio este-oeste entre las dos islas.

Justamente ese escenario es lo que tanto Irlanda como el Ulster y Bruse- las quieren evitar por dos razones: quebrar la integració­n económica atrasaría la región, empobrecie­ndo a todos. Y, además, porque reinstalar garitas de aduaneras y policiales podría revivir en la memoria de sus habitantes el recuerdo de los años del horror de la guerra civil.

Con todo, resta otro problema. Protestant­es y católicos irlandeses quieren seguir en la UE. La llamada “cláusula de unidad” incluida en el Acuerdo de Paz consagra un derecho de autodeterm­inación para sus habitantes al reconocer que, si ese pacto se lesiona, podrán votar en referéndum si quieren volver a su vieja relación con Londres o, en su defecto, marchar hacia una Irlanda unida. Si el Ulster se uniera a la otra Irlanda, afectaría entonces a la soberanía británica. ■

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