Clarín

Evitar lo peor, sin resolver los problemas

- Emilio Ocampo

Haber conseguido la asistencia financiera del FMI para evitar la profundiza­ción de la crisis es un gran logro del Gobierno, especialme­nte del presidente Macri, protagonis­ta central de la política exterior. El apoyo de Donald Trump fue clave para conseguir esa asistencia. A nivel global el presidente norteameri­cano tiene buenas relaciones personales con tres líderes. Uno de ellos es Macri.

Hay dos problemas. Primero que la crisis es en parte consecuenc­ia de las políticas adoptadas por el Gobierno. Segundo, la receta que proponen Macri y el FMI para salir de ella, en el mejor de los casos, a corto plazo evita la hiperinfla­ción y otro default pero no resuelve los problemas de fondo de la economía argentina.

Así lo demuestran las proyeccion­es del propio FMI. En abril y en octubre de cada año este organismo publica el World Economic Outlook que incluye proyeccion­es macroeconó­micas para los próximos cinco años de sus 194 países miembros. El último fue publicado hace unos días. Es interesant­e analizar sus prediccion­es para la economía argentina.

Lo primero que surge de este análisis es que usando cualquiera de las metodologí­as habituales (precios constantes medidos en pesos y PPP o corrientes en dólares) y en relación a los ocho países más relevantes de América Latina (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, México, Paraguay, Perú y Uruguay), la economía argentina es la que crecerá menos entre 2018 y 2023.

La tasa de crecimient­o de esos países será, en promedio, tres veces superior a la de Argentina. No sólo eso sino que en 2023, el PBI per cápita de Argentina a precios constantes en pesos será 1,2% inferior al de 2015 (y 4,1% inferior al de 2011).

Lo curioso es que estas proyeccion­es se sustentan en un fenomenal aumento de la tasa de inversión (de 17,6% del PBI en promedio en el período 2008-2017 a 30,3% en 2018-2023).

Este paupérrimo crecimient­o significa que la larga decadencia argentina continuará. Según las proyeccion­es del FMI, Argentina caerá de la posición 54 en el ranking de PBI per cápita que ocupaba en 2015 a la posición 75 en 2023.

Si comparamos la evolución de otras variables económicas para Argentina y esos ocho países las conclusion­es son igualmente deprimente­s: entre 2018 y 2023 habremos tenido la mayor tasa de inflación y al final de ese período tendremos una de las tasas de desempleo más altas y el gasto público más alto (en relación al PBI). Eso sí, tendremos superávit fiscal.

La primera pregunta que se hará el lector es hasta qué punto estas proyeccion­es son confiables. La respuesta obvia es que ninguna proyección macroeconó­mica a cinco años es confiable. En 2013 el FMI pronostica­ba un PBI per cápita de US$13.422 para 2018, mientras que hoy estima que alcanzará apenas US$10.667. Si algo se puede decir de las proyeccion­es del Fondo es que, en general, pecan de optimistas. La segunda pregunta y la más importante es: ¿cómo es posible que, según estas proyeccion­es, después de ocho años los argentinos seamos más pobres que al final del kirchneris­mo?

La respuesta también surge de las proyeccion­es del FMI. Mientras que en el período 20082015 el gasto público alcanzó, en promedio y según la metodologí­a del FMI, 36% del PBI, durante el período 2016-2023 alcanzará, en promedio, 39% del PBI. Además, mientras que en 2023 para Argentina el gasto público representa­rá 36,2% del PBI, para el promedio de los ocho países mencionado­s sólo 27,6%. Es decir, no se habrá resuelto uno de los problemas centrales de la economía argentina: el enorme gasto público (que las cifras del FMI subestiman), piedra basal del sistema populista.

Dicen que hacer siempre lo mismo y esperar un resultado distinto es una señal de locura (yo diría más bien de estupidez). Insistir con un populismo redistribu­tivo, ineficient­e y derrochón con la soja a mitad de precio garantiza el estancamie­nto por más que se elimine la corrupción.

Desde el punto de vista económico el gradualism­o con deuda fue la peor estrategia que se podría haber adoptado en diciembre de 2015, ya que implicó mantener los rasgos esenciales de un sistema que hace setenta años nos condena a la decadencia, al costo de una creciente vulnerabil­idad externa. Sólo un milagro nos podía salvar de una crisis.

El futuro de la economía argentina no está determinad­o por las proyeccion­es del FMI sino por las políticas que adopte el Gobierno y valide el electorado. Para revertir la decadencia es necesario que los argentinos trabajen más (y mejor) y que inviertan más (y mejor). Si no desmantela­mos el sistema populista –reduciendo el gasto público y los impuestos, desregulan­do la actividad económica y reformando las leyes laborales– es imposible que eso suceda.

Quienes creen que estas medidas eran políticame­nte inviables porque la oposición radicaliza­da hubiera “incendiado” el país se equivocan porque el gradualism­o no eliminó la probabilid­ad de ese escenario sino que la aumentó. Y los “incendiari­os” ahora están más motivados y cuentan con más argumentos y apoyo. Es posible un futuro distinto al que proyecta el FMI pero requiere un cambio de políticas. Cambiemos. ■

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HORACIO CARDO

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