Clarín

MAL DE AUSENCIAS

La ausencia del personaje de Luis Brandoni marca un vacío, tanto para el relato como para el espectador.

- Silvina Lamazares slamazares@clarin.com

Arrancó por TNT la segunda temporada de “Un gallo para Esculapio”, con Peter Lanzani, pero sin Luis Brandoni.

Ganador del Martín Fierro de Oro a lo mejor del año pasado, Un gallo para Esculapio volvió a la pantalla con la misma calidad, la misma intensidad para retratar el Conurbano, el mismo mega despliegue de producción, la misma magia desde la dirección, con los mismos guiños a ciertos recursos cinematogr­áficos del gran Leonardo Favio y, sin embargo, la serie no parece ser la misma. Al menos, por lo visto en el primer capítulo que anoche estrenó TNT (va los martes a las 23 y repite miércoles y domingo).

Falta una pieza fundamenta­l: el Chelo Esculapio, esa divina criatura que moldeó la ficción para lucimiento de Luis Brandoni. Quedó clarísimo que el personaje murió y que -gracias al Dios que uno quiera- Sebastián Ortega no es proclive a rescatar a sus muertos del más allá para hacerlos hablar desde las nubes del recuerdo. Pero su ausencia, paradójica­mente, se hace notar desde el peso narrativo.

La primera temporada giró claramente alrededor suyo. No en vano el programa lleva su apellido en el título. Ahora, ¿para quién sería el gallo? A más de uno le debe quedar la sensación de que al Chelo lo mataron antes de tiempo (¿antes, tal vez, de imaginar una segunda temporada?), porque en este nuevo arranque su figura, a caballito del talento del Beto Brandoni, se hace extrañar. Ya no está el líder de la banda de piratas del asfalto, no está el hombre que manejaba las riendas de las riñas de gallo, no está el marido de Nancy (Julieta Ortega), no está el maestro de Nelson, el referente, ese delicioso cabrón que encendía la historia.

No es que esté apagada, pero hasta que se reordene la banda hay cierto aroma a añoranza. El asunto es que la trama se comió el primero de los seis capítulos -todos disponible­s desde hoy en Cablevisió­n Flow- tratando de mostrar cómo se rearma el rompecabez­as, con más énfasis en reflejar la marginalid­ad de ese pedacito bonaerense que en la historia en sí. Cuando, en cada uno de los 9 episodios del año pasado, el relato gozaba siempre de una hondura cautivante.

Producida por Undergroun­d y dirigida por Bruno Stagnaro, la serie - que este año no se emite por TV abierta- carga el foco sobre Nelson (Peter Lanzani), el misionero que llegó a la Capital y le debe su reinvenció­n al Chelo. Ahora, con un salto de tiempo de seis meses, el chico vuelve del Interior para vengar esa muerte, pero sus aparicione­s en el episodio inicial son en cuentagota­s. Pocas para evaluar su flamante rol. Sí queda de manifiesto que el nuevo mandamás será Yiyo, viejo secuaz de Esculapio, a cargo de Luis Luque. En el medio se mueven las cartas para presentar un juego de traiciones y lealtades entre los miembros del grupo, con Loquillo (Ariel Staltari, también coguionist­a de la serie) tirando hilos desde la cárcel.

Con una fotografía y una estética muy atractivas, y un relato ágil que suele echar luz sobre la oscuridad conceptual de la zona, Un gallo para Esculapio 2 está para competir en las grandes ligas, pero ya sin el capitán del campeonato anterior en cancha. ■

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Luque, Lanzani. Yiyo y Nelson en la ficción, otra vez en problemas.

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