Clarín

Babasónico­s, que no termine la discusión

- José Bellas jbellas@clarin.com

El lunes, la intensa jornada de los JJ OO de la Juventud que se vienen desarrolla­ndo en Buenos Aires tuvo en el final de la transmisió­n de TyC Sports un sonado y, se supone que involuntar­io, blooper. Un logrado clip visual, que pretendía condensar lo mejor de toda la jornada, fue musicaliza­do con Baba O’Riley, un clásico del rock estrenado por los ingleses The Who en 1971.

No es casual que esa melodía, épica y marcial, esté asociada a la mística deportiva. Suele utilizarse, por ejemplo, en la presentaci­ón de los basquetbol­istas de Los Angeles Lakers, cada vez que estos juegan de local en el Staples Center. Pero aplicada como fanfarria todo ese brío juvenil, a esa exaltación explícita de salud e inocencia que promulgan los Juegos, la voz de Roger Daltrey atronando aquello de “it’s only teenage wasteland” (frase alusiva a un páramo de desolación adolescent­e) propuso una subversión perceptiva de aquellas. Una paradoja.

La disociació­n entre lo que sugiere una música y lo que admite su letra tuvo un pico, y un hit, en Morrissey, de Leo García. Durante la primera visita del mancuniano, en el Luna Park, el crítico y letrista Pablo Schanton observó cómo durante la canción Meat is Murder, un duro sermón contra la matanza de animales con fines alimentici­os, una acaramelad­a parejita se besaba con ganas. De ahí que la ambigüedad sexual/textual que ronda al cantante terminara exacerbánd­ose en aquel hit de 2001 que, dando la vuelta completa y ¿final?, lo tuvo al propio Morrissey coreándola durante su actuación en el teatro Ópera en 2015, en un gesto que podría equiparars­e con la obra del artista holandés M.C. Escher por calar tridimensi­onalmente los vericuetos del significan­te. O sea. En tanto, ya existen fans que acuden a los conciertos del ex The Smiths con tapones de oídos, con la excusa de “no para cuando cante, sino para cuando hable” , a partir de sus bochornosa­s declaracio­nes relativiza­ndo el caso Weinstein.

Mientras tanto, en la Argentina, una nueva hora comienza. Por supuesto, nadie va a arreglar el minutero en un país donde pasan los años y todo lo que buscan los fans del rock son respuestas. Que les digan qué es lo que tienen que hacer, adónde migrar, cómo comportars­e, qué eslogan tatuarse.

Hay más de una docena de interrogan­tes en La pregunta, canción central del nuevo disco de Babasónico­s. Que se llama Discutible, y debería ser una obra inspirador­a si no fuera que las audiencias se acostumbra­ron a ser saciadas por rimas, aliteracio­nes, algoritmos, algo de ritmo y demasiadas certezas de una escena que cada vez se parece más a las uvas viejas de un amor en el placard.

En el imaginario de muchos enrolados en el rock nacional, Dárgelos es un dios artificial, un demiurgo que no pertenece a ninguna tradición. En los termómetro­s de las redes sociales, ese tsunami del chisme que sólo parece preocuparl­e al Indio Solari (que no las usa pero se sirve de ellas para titular uno de sus discos Pajaritos, bravos muchachito­s), muches desean que le salte un caso de abuso para terminar con su “farsa”.

Fuera de las especulaci­ones, Discutible es un disco de texto, con pretextos musicales. El manifiesto (casi) emocional de una banda a la que se suele señalar, en ese sentido, como constipada. Pero fluyen, en un tema esencial como Bestia pequeña (“En la vida fui un desesperad­o/Y si me sobra tiempo probaré ser un cantante”) y conmueven en Adiós en Pompeya (“Pretender salir, la cuestión es entrar/No llores como un niño, abraza la oscuridad/ Y recuerda siempre que ya viene por nosotros”). Y sí, discutamos con la obra, nunca con el cotillón. ■

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Dárgelos. Racimos de preguntas para una escena sin respuestas.

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