Clarín

Madres del dolor

Dalal, Carmen y Raquel hicieron el viaje que esperaron toda su vida. Fueron hasta Malvinas y pudieron reconocer la tumba de sus hijos caídos en la guerra.

- Mariano Gavira mgavira@clarin.com

Fueron a Malvinas y reconocier­on los cuerpos de sus hijos

Sus hijos viajaron al Sur enfundados en uniformes verde oliva sin decirles bien adónde iban y por qué. El último recuerdo que tienen es el de los chicos arriba de un camión militar. Algunas pudieron darles un abrazo de despedida, otras tuvieron que conformars­e con un saludo a la distancia. Las tres debieron esperar 36 años para hacer el viaje que esperaron toda su vida. El 26 de marzo llegaron hasta el cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas, y pudieron reconocer la tumba de sus hijos caídos en la guerra. Por primera vez, este Día de la Madre las acompañará la certeza de saber que sus hijos descansan en paz, allá en el lejano Sur.

“Siento que lo vuelvo a tener”. Cierra los ojos Carmen (82) y jura que lo ve. No le hace falta observar el cua- dro que tiene colgado de su hijo en el comedor, ese que ahora aprieta fuerte contra el pecho. Solo le basta con oscurecer la mirada y es ahí entonces cuando aparece él, Eduardo Araujo. Intenta imaginarlo cómo sería ahora de grande, pero no puede. Lo ve como lo vio la última vez, cuando él tenía 19 años y para despedirse levantó sus dos dedos pulgares y le dijo: “Va a estar todo bien”.

Para Raquel (83) la localizaci­ón de su hijo fue la promesa cumplida. Cuando viajó en 2009 recorrió las tumbas de los héroes argentinos, pero ninguna llevaba el nombre de Daniel Ugalde, que apenas tenía 20 años cuando luchó por el país. En ese momento, cuenta, levantó la mirada al cielo y con sus mejillas que rozaban el viento helado de Malvinas, dijo: “Te prometo Danielito que te voy a devolver el nombre, te lo prometo”.

Dalal es la mamá de Daniel Massad y el día que se reencontró con su hijo en las islas se acostó sobre la placa que lleva su nombre y despacito le dijo: “Dani, en estos años no sabés todas las cosas que pasaron”. Así le relató uno a uno los momentos más importante­s que ocurrieron en estas casi cuatro décadas. Ahora, en el calor de su casa de Banfield, la mujer dice que las heridas empiezan a sanar: “No era consciente de la necesidad que tenía de poder tener un lugar donde llorar con él”.

Este Día de la Madre será para estas tres mujeres, como también para todas aquellas quienes volvieron a recuperar la identidad de sus hijos fallecidos en Malvinas, una oportunida­d para el alivio definitivo. Lejos de esa placa fría que identifica­ba a 123 tumbas con la frase “Soldado argentino solo conocido por Dios”, ahora será para ellas su soldado argentino reconocido por mamá.

En los Araujo, la noticia movilizó tanto a toda la familia que hoy se reunirán en Colón, Entre Ríos. Allí los otros nueve hermanos (junto a sus hijos) que tiene Carmen se juntarán para comer un asado y recordar a Eduardo. Los Ugalde harán lo propio en la casa de uno de los otros dos hijos que tiene Raquel, mientras que los Massal planean lo mismo, con un brindis antes del almuerzo como homenaje a Daniel. certeza.

Esta historia que termina hoy, comenzó el 2 de abril de 1982. Primero

la incertidum­bre por la poca informació­n con la que contaban esas madres mientras sus hijos se dirigían a las islas. Luego la comunicaci­ón a la distancia, a través de cartas escritas a la luz de las velas, con los estruendos de las bombas que explotaban como banda sonora. Al final, el silencio de décadas por parte de los diferentes gobiernos y del Ejército. ¿Qué pasó? ¿Cómo murió? ¿Dónde está? Eran las preguntas que esas mujeres se hicieron durante muchísimos años.

Una dictadura militar acorralada intentó desesperad­a un éxito patriótico sobre el Reino Unido que fue un desastre. Mandaron a la guerra soldados tan poco preparados que muchos no tenían siquiera una placa de

identifica­ción en el cuello. Por eso en Darwin más de la mitad de las tumbas figuraban sin nombre.

Fue recién en diciembre del año pasado cuando el Comité Internacio­nal de la Cruz Roja y el Equipo de Antropolog­ía Forense después de un trabajo de excavacion­es y rigor científico

(ver El complejo proceso...), comenzaron a llamar a los familiares que cuatro años antes habían llevado su muestra de ADN para la localizaci­ón de los cuerpos. Raquel fue la primera madre a la que le comunicaro­n la identifica­ción de su hijo: “Cerré los ojos y escuché con atención. Las palabras que oí segundos más tarde fueron un antes y un después. Confirmaro­n algo que yo ya sabía: era Daniel, mi hijo estaba ahí”. Carmen supo también que su ‘Eduardito’ yace bajo la cruz número 16 del Sector B3 en el cementerio de la Isla Soledad. Dalal apretó fuerte la mano de su marido y juntos escucharon la noticia.

Carmen en ese mismo momento también recuperó las pertenenci­as que descansaro­n durante décadas junto al cuerpo sin localizar de su hijo. Esas que ahora guarda en un folio como un tesoro: una postal con la imagen de la virgencita de la Merced, una pulsera de plata, una libreta del Ejército, una factura del pago de la cuota de una materia que debía del secundario y una cédula de conducir casi sin estrenar.

Dalal tiene el cuarto de su hijo intacto. Un póster del Mundial 74, la foto del viaje de egresados a Bariloche, la televisión amarilla desde donde miró el programa “24 horas por Malvinas”, la cama hecha, preparada para un regreso que nunca llegó. Para ella es su santuario donde puede hablar con Daniel.

Raquel mantiene guardadas en una caja de zapatillas de la década del 80’ las ocho cartas que su hijo le mandaba desde el Sur. Cuenta que sólo las leyó dos veces: cuando las recibió y luego de visitar su tumba en las islas: “Nunca nos habló sobre la guerra, solo decía que sacaría a los ingleses de nuestras tierras y describía lo que veían sus ojos”. Pero había algo que se repetía en cada texto escrito a puño y letra. Daniel era fanático de San Lorenzo y en toda oportunida­d preguntaba cómo había salido el ciclón.

Hoy, estas tres “madres de Malvinas” tendrán su día para cicatrizar la herida.

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En el día de mamá. Dalal, en paz, con el retrato de su hijo Daniel.
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FOTOS: LUCÍA MERLE Con Daniel en brazos. En una caja de zapatillas de la década del 80’, Raquel mantiene guardadas las ocho cartas que su hijo le mandaba desde el Sur.
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“Siento que lo vuelvo a tener”. Dice Carmen cada vez que cierra los ojos y jura que vuelve a ver a su hijo.
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Heridas. “No era consciente de la necesidad que tenía de estar en un lugar donde llorar con él” ,dice Dalal.

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