Clarín

El país está en una trampa

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com Copyright Clarín 2018.

El formato de la crisis argentina va adquiriend­o otra dimensión. La recesión y los escándalos de la corrupción kirchneris­ta han dejado de monopoliza­r la escena. Irrumpió la persistent­e tensión de Cambiemos, la coalición oficial, donde el protagonis­mo de Elisa Carrió, con razones y equívocos, pareció poner al descubiert­o su fragilidad estructura­l. Tal vez, dicha fragilidad haya resultado compensada por aquellos que pretenden desalojar en el 2019 a Mauricio Macri del poder. El peronismo en pleno, aunque fragmentad­o, regresó a la luz pública por el Día de la Lealtad con conductas, estéticas y mensajes que inducen a pensar que nuestro país está por ahora en una trampa sin salida.

La trama general asoma más enmarañada que todo aquello que se observa. Impúdicame­nte quedaron al desnudo los contuberni­os de la política con el Poder Judicial. Tampoco se trata de una novedad. Pero hay calamidade­s que asombran. La propia Carrió blanqueó desde el oficialism­o las presuntas presiones del titular de la Agencia Federal de Inteligenc­ia (AFI), Gustavo Arribas, en Comodoro Py. Cargó de nuevo contra Daniel Angelici por traficar influencia­s entre magistrado­s. Ambos son amigos personales del Presidente.

Hugo Moyano desató una embestida –con la amenaza incluso de una huelga general-contra un fiscal (Sebastián Scalera) y la Procuració­n General bonaerense (Julio Conte Grand) por la posible detención de su hijo, Pablo. Es en una causa de lavado de dinero que tiene relación con el club Independie­nte. El juez Luis Carzoglio rechazó el pedido del fiscal. Pero en lugar de explicar los motivos jurídicos de su decisión lanzó un alegato político. Celebró el clan Moyano.

La actitud de Carzoglio no responde a una casualidad. El Poder Judicial de Buenos Aires tiene profundas raíces en la vida política. Crecieron durante décadas por el manejo societario que hicieron en el territorio peronistas y radicales. Con marcada incidencia de los intendente­s. De hecho, Carzoglio llegó en 2007 a su sillón empujado por el ex intendente de Avellaneda, Baldomero “Cacho” Alvarez.

La escalada político-judicial no concluyó allí. El titular del PJ bonaerense, Gustavo Menéndez, intendente de Merlo, advirtió a Julián Ercolini que no se le ocurra tocar a Florencia Kirchner. Fue una amenaza desembozad­a. El juez acaba de elevar a juicio oral y público la causa Los Sauces que involucra por primera vez a toda la familia Kirchner. Encabezada por Cristina Fernández. Sospecha negocios oscuros de parte de la familia y los empresario­s K, Lázaro Báez y Cristóbal López, que devolvían coimas a través de negocios inmobiliar­ios por la adjudicaci­ón de la obra pública.

Es probable que el mayor problema actual resida en Cambiemos. Porque está en el ejercicio del poder. Pero tampoco debe sos- layarse el futuro. El año que viene podría producirse un recambio del mando presidenci­al. Las señales opositoras también alarman. Carrió habló en las últimas horas con María Eugenia Vidal, la gobernador­a de Buenos Aires, y Carolina Stanley, la ministra de Desarrollo Social. A ambas les dijo que no se preocupen por sus erupciones. No se le pasa por la cabeza detonar una crisis terminal en Cambiemos. Supone que ésta sería la última coyuntura que dispone para ajustar desajustes políticos del Gobierno en materia de transparen­cia. Un asunto de alta sensibilid­ad para el electorado oficialist­a. No bien despunte el año electoral deberá dedicarse a otra cosa. Sobre todo si el Gobierno continúa conviviend­o con la economía crítica y las declinante­s expectativ­as populares.

Carrió se encargó incluso de ampliar el radio de acción. Plantó en soledad el pedido de juicio político contra Germán Garavano, el ministro de Justicia. Atropelló de repente contra Patricia Bullrich. Sostuvo que la ministra de Seguridad sería engañada con el armado de operativos antidroga. Bullrich administra con empeño una de las dos áreas de gobierno más complejas. La otra correspond­e a Nicolás Dujovne, el ministro de Hacienda y Finanzas. Los trabajos cualitativ­os de opinión pública señalan a la lucha contra el narcotráfi­co como el mayor mérito del Gobierno. La valoración económica ocupa el extremo opuesto.

Esos temblores en Cambiemos siembran interrogan­tes. Se producen en la instancia más difícil de estos tres años. Las dificultad­es podrían ser aún peores en los meses venideros. Septiembre marcó un pico de inflación de 6,5%, el segundo más elevado del ciclo macrista. El índice mayorista superó el 16%. Nadie sabe si octubre será un poquito mejor. Tampoco, cuándo la estabilida­d cambiaria permitirá bajar las tasas que están ahogando la producción.

La otra duda que sobrevuela sería en torno de Macri. Aunque no sea su intención, los repetidos desafíos de Carrió colocan el foco sobre la autoridad presidenci­al. Sobre su capacidad de liderazgo. Pero en ese tópico el ingeniero también posee una ponderació­n especial. Está lejos del personalis­mo que caracteriz­a al poder en la Argentina. Privilegia el valor de la gestión. Aunque su personalid­ad se asemeja a un laberinto. Considera a sus socios para garantizar la gobernabil­idad. En especial, por el trabajo en el Congreso. Pero omite consultarl­os a la hora de tomar determinac­iones clave. Se recluye en su círculo pequeño. Esa conducta atenta contra la gestión y tampoco colabora con la amalgama de Cambiemos.

La combinació­n de tal paisaje político con la severa crisis económica hubiera provocado en otras épocas de la Argentina, quizá, convulsion­es peligrosas. Nadie puede descartarl­as. Pero parece observarse ahora a una sociedad con umbrales de tolerancia altos. Capaz de absorber una gigantesca devaluació­n (100%) y un apretón. Con resignació­n y tristeza, pero sin belicosida­d. El conflicto social existe y es probable que trepe en los próximos meses. Aunque las grandes movilizaci­ones y protestas requieren siempre de algún motor político. Los sindicatos (la CGT amaga con una huelga de 36 horas), la oposición y hasta la Iglesia. La misa en Luján de ayer fue una demostraci­ón.

No habría una sola explicació­n para tal novedad. Tal vez, haber aprendido la lección de que cualquier ruptura prematura del orden establecid­o resulta al final más perjudicia­l. La superación del 2001 ha sido un frustrante espejismo. La cercanía del año electoral podría representa­r otro argumento. También la desconcert­ante oferta que se sigue escuchando desde la vereda opositora.

Es cierto que Cambiemos exhibe contradicc­iones. Incomparab­les, de todos modos, con el espectácul­o que brinda el peronismo. Hubo siete actos por el Día de la Lealtad. Algunos ni siquiera pueden tenerse en cuenta. Los más representa­tivos dejaron traslucir un par de impresione­s: la unidad pregonada por todos está todavía muy lejos; las propuestas asoman tan diversas como huecas de futuro. El peronismo gira en torno a una agenda archiconoc­ida con recurrenci­a a estacionar­se en el pasado. Con el eco de cuatro décadas atrás.

Los sectores dialoguist­as, propensos a construir una alternativ­a electoral sin Cristina, tampoco zanjan diferencia­s. Sergio Massa y Miguel Angel Pichetto estuvieron en Tucumán. Apareció Daniel Scioli, en un gesto de distanciam­iento con el kirchneris­mo. El convocante fue José Manzur. El gobernador aclaró que peleará por la reelección en su provincia. Para eso requiere no prescindir de la ex presidenta. De allí su propuesta para que el peronismo dirima el candidato 2019 en una interna con todos. ¿Incluida la ex presidenta? Manzur arguye que en el PJ no pueden existir las proscripci­ones.

Esa ambigüedad generó una diáspora. Juan Schiaretti, de Córdoba, y Juan Manuel Urtubey, de Salta, desistiero­n de la invitación a Tucumán. Ambos, junto a Massa y Pichetto, fueron los encargados de dar el primer paso para abrir un espacio federal. Otros mandatario­s provincial­es siguen siendo esquivos por el condiciona­miento de Cristina. Sergio Uñac, de San Juan, no tuvo empacho en mostrarse con la senadora de La Cámpora, Anabel Fernández Sagasti. Como contracara, Urtubey se sentó a almorzar en la misma mesa de la gobernador­a Vidal.

El kirchneris­mo se abroqueló en el Conurbano. Con una mayoría de intendente­s, incluso algunos –Gabriel Katopodis, de San Martín—que enfrentaro­n no hace tanto a Cristina. Muchos de esos funcionari­os juegan su última reelección. No hay por ahora nadie que le garantice los votos de la ex presidenta.

Estuvo allí Máximo Kirchner. El diputado e hijo de Cristina había deliberado hace días con nueve intendente­s del Gran Buenos Aires. Esbozó propuestas que se llevarían adelante en caso de derrotar a Macri. Una reforma de la Constituci­ón. La reposición de la Ley de Medios para no ser víctimas de la campaña mediática. La creación de una comisión investigad­ora sobre los delitos económicos de la dictadura. La restauraci­ón de normas anti despidos. La derogación de la Ley del Arrepentid­o. La herramient­a que permitió a Claudio Bonadio progresar con el escándalo de los “cuadernos de las coimas”. Que involucra a poderosos empresario­s.

El kirchneris­mo se resiste a aprender de la historia. Desatiende el contexto presente. En Brasil, el candidato del PT, Fernando Haddad, se encamina a una derrota en el balotaje frente a Jair Bolsonaro. Tiene problemas con las alianzas por la radicaliza­ción del lulismo. No logra garantías del socialdemó­crata Ciro Gomes, que salió tercero. Gomes pidió al PT una autocrític­a pública para intentar arrear a sus remisos votantes. “Reconozcan las porquerías que han hecho en el poder”, suplicó.

La misma súplica podría calzarle a Cristina por la década pasada.

Las tensiones políticas en Cambiemos no son una buena señal. Pero la reaparició­n K y del PJ tampoco da garantías.

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Presidente Mauricio Macri.
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