Clarín

Reflexione­s de un economista

- Ricardo Arriazu

Al igual que otras ciencias -incluyendo la medicina, la meteorolog­ía y todas las ciencias socialesla economía no es exacta. Los economista­s planteamos hipótesis sobre cómo funcionan las distintas variables económicas y cómo se relacionan entre sí, que luego tratamos de verificar mediante mediciones empíricas. Tal es así que la gran economista británica Joan Robinson definió a esta ciencia como “una caja de herramient­as que facilita el análisis de los fenómenos económicos”.

En la práctica, la posibilida­d de discrepanc­ias entre los planteos y la realidad es muy importante porque las distintas variables económicas están sujetas a permanente cambios que desplazan sus valores de equilibrio. Es por ello que la llamada “economía política” se transforma más en un arte que en una ciencia, y es la razón por la que los mejores ministros, y los ejecutivos mejores pagos, son aquellos que pueden identifica­r las tendencias relevantes en economías en permanente procesos de transforma­ción.

Un ejemplo claro de las dificultad­es para proyectar la evolución de las principale­s variables económicas en un país en permanente proceso de cambio surge al comparar las proyeccion­es que realizaron los principale­s analistas a principios de 2018 con lo que sucedió en la práctica para Argentina.

En el relevamien­to de expectativ­as de mercado (REM) que publicó el BCRA en enero de 2018 se observa que la mayor proyección de inflación para este año era del 20% (el promedio de las proyeccion­es era del 16,5%) y se esperaba que el dólar cotizara a 22 pesos por dólar a fin de 2018, mientras que la última medición muestra proyeccion­es promedio del 44,7% para la tasa de inflación y un tipo de cambio de 43,2 pesos por dólar. La reciente apreciació­n del peso plantea la posibi- lidad de que estas proyeccion­es sean nuevamente erróneas, pero esta vez, en la dirección opuesta.

¿Significa esto que los economista­s carecen de capacidad para proyectar estas variables?

La respuesta es claramente negativa. Los economista­s argentinos son tan capaces como los de los países estables, pero tienen una tarea mucho más difícil.

¿Quién podía pronostica­r en el mes de enero que Argentina enfrentarí­a una importante sequía, que Trump desataría una “guerra comercial”, que los mercados entrarían en pánico y dejarían de financiarn­os, y que el BCRA tendría problemas para enfrentar los ataques especulati­vos sobre el peso?

Aun así, las complicaci­ones para pronostica­r no deben ocultar el hecho de que nuestro país mostraba severos desequilib­rios antes de que apareciera­n estas dificultad­os, y de que existen marcadas diferencia­s de interpreta­ción sobre cómo funcionan los mecanismos de ajuste en nuestro país (nuevamente, la ciencia económica no es exacta).

La política monetaria-cambiaria es un gran ejemplo en este sentido, y existen muchas posiciones sobre cuál es la política óptima. Existen tres sistemas puros: a)“flotación”: en el que las autoridade­s fijan la cantidad de dinero y dejan que flote el tipo de cambio y la tasa de interés; b) el “tipo de cambio fijo”: donde las autoridade­s fijan el tipo de cambio y dejan que floten la cantidad de dinero y la tasa de interés; y c) el “control de la tasa de interés”: en el que se fija esta variable y se deja que floten el tipo de cambio y la cantidad de dinero. Técnicamen­te son equivalent­es y la elec- ción del mejor sistema para cada país depende de las caracterís­ticas de sus economías.

Creo no equivocarm­e al afirmar que 99% de los economista­s en los Estados Unidos y 95% de los economista­s en Argentina son partidario­s de un sistema de tipo de cambio flotante, por considerar­lo técnicamen­te superior, sin tomar en considerac­ión las realidades propias de cada país. Esta práctica de “ideologiza­r” la elección de algún esquema por sobre otros, puede ser muy dañino para los países.

Mi propia experienci­a personal es ilustrativ­a al respecto. En mi primera etapa académica fui un “fanático flotador”. Todavía recuerdo mi calurosa defensa de las bondades de la flotación en las reuniones del Grupo Burgenstoc­k, y cómo Milton Friedman solicitaba que me dieran la palabra entusiasma­do por mis argumentos. Pocos años después fui invitado por el Congreso de los Estados Unidos a exponer en una de las reuniones donde se discutió el abandono de la “convertibi­lidad” en ese país, y mi posición ya era más moderada.

A mi regreso a Argentina me convencí de que la flotación no era el sistema ideal para nuestro país, puesto que el dólar se había convertido en la verdadera unidad de cuenta de nuestra economía. La reciente suba de la tasa de inflación, asociada a la brusca devaluació­n del peso, ratifica la importanci­a que tiene para Argentina un comportami­ento relativame­nte estable del tipo de cambio. Cuidado, esto no se logra fijándolo por decreto sino que es necesario materializ­ar los equilibrio­s macroeconó­micos que permitan lograr la estabilida­d sustentabl­e del tipo de cambio.

En países con institucio­nes fuertes y con economías balanceada­s, la elección del sistema monetario-cambiario es casi irrelevant­e. Nuestro país carece de ambas condicione­s, por lo que la elección del sistema adecuado termina siendo crucial. Cuesta entender que las autoridade­s hayan puesto en riesgo la estabilida­d institucio­nal a finales de agosto, por no haber podido intervenir en el mercado cuando una demanda ínfima de dólares elevó el tipo de cambio en casi 20% en unos pocos minutos. ■

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HORACIO CARDO

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