Clarín

Mundial de Potrero: jugar por el ‘mango’ y por el honor del barrio

Doscientos equipos de todo el país disputaron un torneo relámpago que tuvo $ 2,8 millones en premios. Fue en Pinto, un pueblo santiagueñ­o de apenas 7 mil habitantes.

- Nahuel Gallotta deportes@clarin.com

“El Tano” dice que la concentrac­ión de su equipo se parece al patio de la serie El Marginal. Y tiene razón: sobre la única mesa de madera, bajo una lona que hace de media sombra, sus jugadores se reponen a puro pan, mate y Manaos. Son las ocho de la mañana del lunes feriado y San Cayetano, su equipo, acaba de pasar a los cuartos de final del Mundial de Potrero. En una hora deben volver a jugar, y el panorama no es el mejor.

Brian Herrera (23), el goleador del equipo, está con molestias y el botiquín de “el Tano” es apenas un par de tabletas de Diclofenac. Acostado sobre un colchón inflable, un compañero le hace masajes y le pasa hielo sobre un moretón “frutilla”. A sus costados hay diez carpas, un baño de paredes de madera que funciona sin terminar y sin techo, un perro sucio, un tacho con hielo, ropa arrugada y tendida y cables negros que se cruzan de una punta a la otra del patio. Es el fondo de una casa de tierra, humilde, de un pueblo humilde, de una provincia pobre.

“Nos daban por muertos y recién sacamos al cuco del campeonato. A muchos se les complica jugar contra nosotros. Salimos a matar; tenemos garra y fútbol. Acá todos queremos el trofeo. La plata es un plus”, dice.

El Mundial de Potrero comenzó como un desafío entre el Club Atlético Social Pinto (ubicado a 245 kilómetros de la ciudad de Santiago del Estero) y un rival de un pueblo vecino. Fue en un aniversari­o del club, en la década del 60. Con el tiempo, el desafío se agrandó: se hicieron triangular­es, cuadrangul­ares, hexagonale­s, siempre contra clubes de pueblos de la zona. Como el aniversari­o es un 12 de octubre, muchos vecinos que ha- bían emigrado para trabajar o estudiar en otras provincias aprovechab­an el feriado para visitar a sus familiares y jugar al fútbol con sus amigos de la infancia.

Más adelante regresaría­n pero con sus nuevos amigos o compañeros, sumándose a la lista de equipos que crecía aniversari­o a aniversari­o. Para 1980, los equipos eran 40 y por primera vez se cobró una inscripció­n y se puso un premio para el campeón. La idea fue premiar al esfuerzo de viajar para jugar.

Este año hubo 200 equipos de todo el país (cerca de 60 son de La Matanza), que pagaron 20 mil pesos de inscripció­n. Se jugó a eliminació­n directa: dos tiempos de 20 minutos, en 4 canchas de 11, iluminadas. Hubo 48 horas ininterrum­pidas de partidos. El premio fue de 2, 8 millones de pesos. Pero hay más dinero en juego: es el de las apuestas. Los jugadores pueden llegar a apostar hasta 50 mil pesos por partido. Y los espectador­es, hasta 10 mil.

El nombre “Mundial de Potrero” fue un bautismo de los jugadores, hace cinco o sies años. Y Pinto, el club organizado­r, lo aceptó. “Para el jugador de potrero, jugar en Pinto es lo máximo”, dice Ramiro Riccobelli, historiado­r y editor de Socialpint­ohoy.com. Y agrega: “Todos los torneos que se hacen en el país durante el año tienen como fin recaudar para estar en octubre en Pinto. Los equipos también hacen rifas, campeonato­s de truco, de penales y lo que se les ocurra para no faltar”. A un equipo de Buenos Aires, estar en Pinto puede representa­rle hasta 200 mil pesos.

San Cayetano gana cuartos y semifinal de su grupo. En la final, sus jugadores se ponen de acuerdo con su rival: van a jugar por el pase a la ronda final pero dividirán los $700 mil que se aseguran como ganadores de una de las cuatro zonas.

Brian Herrera es el jugador distinto de San Cayetano. En la previa, sus compañeros le dicen: “Vos sos el que nos va a hacer ganar”. Y durante el partido, “El Tano” se la pasa gritando “que lo busquen a Brian”, “tírensela a Brian”. Pero para él, presión es otra cosa. “A los 14 años me venían a buscar y me ofrecían 50 pesos por partido. Jugaba, ganábamos y con esa plata compraba dos kilos de pan, una manteca y un paquete de azúcar. Mis hermanos comían y éramos felices”, recuerda ante Clarín minutos de jugar la semifinal.

Hasta el año pasado formaba parte del plantel de Deportivo Merlo, de la Primera “C”. Cobraba un viático. Todo cambió cuando su novia quedó embarazada y él tuvo que dejar el fútbol para ponerse a trabajar en una perfumería. Cobra 12 mil pesos al mes, por 9 horas diarias. Los fines de semana, además de jugar para San Cayetano, juega para un equipo de paraguayos que le paga $700 por partido. Para el fin de semana del Mundial le ofrecieron quedarse y jugar con ellos, a cambio de 10 mil pesos. Brian les dijo que no. “Primero están mis amigos, la familia. Nací, crecí y vivo en San Cayetano”, cuenta. “Acá juego con mis amigos de la infancia y mis hermanos; me crió la mamá de ‘El Ta-

no’. Ver a tus amigos transpiran­do la camiseta del barrio es algo hermoso. El barrio me dio todo y representa­rlo y dejarlo bien parado en un Mundial de Potrero es devolverle un poco de todo lo que me dio”. Con la plata del fútbol, y de las apuestas, Brian, como miles de pibes, estira el fin de mes. Y se da gustos como salir a comer con su mujer o comprarle regalos a su bebé.

Sebastián Serrano es otro jugador que vive mejor gracias al potrero. Es de Sáenz Peña, Chaco. De lunes a viernes trabaja como albañil. Cobra 4 mil pesos por semana. Llegó a Pinto convocado por El Dorado, de González Catán. Serrano es “penalero”. Le pagaron las comidas y la nafta para tenerlo en el banco y meterlo en caso de que haya definición por penales. Eso, en el marco de la competició­n “oficial”. Porque en algunas esquinas de Pinto, a la par, se disputan desafíos o campeonato­s de penales. Serrano asegura que se ganó 12 mil pesos. “Me crié mirando campeonato­s de penales. Empecé jugando por chirlitos: el que perdía se tenía que dejar pegar. A los años iba a jugar hasta por 50 mil pesos”, dice.

En 2014 fundó junto a un grupo de amigos “La banda penalera”. Jugaron desafíos en Santa Fe, Buenos Aires, Chaco y Santiago del Estero. En Chaco, por ejemplo, llegaron a jugar tres desafíos por día, en tres pueblos . Además de lo que gana contra sus rivales, están las propinas que le tiran los que apuestan por fuera. Le dan entre 500 o 1000 por “hacerlos ganar”.

“Vos podés practicar día y noche”, asegura Serrano. Y sigue: “Pero si no llevás lo penalero adentro, no vas a lograr nada. Nos criamos con esto, como (Néstor) Ortigoza o ‘Garrafa’ Sánchez. Y con la plata que ganamos comemos bien, la disfrutamo­s. La usamos para completar el sueldo y para invertir en ropa que vendemos por Facebook o en cada competenci­a”.

San Cayetano gana por penales y es finalista, junto a La Amistad, de González Catán, Juventud de Castelli, de Chaco, La Sub 21, de Ingeniero Budge. “El Tano” regresa a la escena. Lo llama la voz del estadio, junto a los otros tres entrenador­es. Entran a un vestuario y salen a los minutos. Los organizado­res anuncian que los finalistas decidieron no jugar y repartirse el premio: son $700 mil para cada uno. El campeón se define por sorteo. El azar juega para La Amistad, pero los 4 festejan por igual, dentro de la cancha. Vuelven a sus barrios con la gloria deportiva y las billeteras llenas, como nunca las podrán tener con sus sueldos. ■

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GABRIEL PECOT Dale campeón. San Cayetano, de Rafael Castillo, celebra el pase a la final. Son 21 amigos que se repartiero­n los 500 mil pesos que ganaron entre el premio y las apuestas.
 ?? GABRIEL PECOT ?? Abrazo del alma. Chechi, el arquero, llegó de última con un remisero que lo llevó hasta Pinto.
GABRIEL PECOT Abrazo del alma. Chechi, el arquero, llegó de última con un remisero que lo llevó hasta Pinto.
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El búnker. San Cayetano se instaló en el patio de una casa de un vecino.
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El trofeo. La Amistad, de González Catán, llegó con sólo 11 camisetas.

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