Clarín

“Mamá, dejaste la huella eterna en aquel guardapolv­o blanco que te abrazaba”

- César Dossi cdossi@clarin.com M. Bárbara Míguez Cabello mbmc2610@hotmail.com

Bárbara, me acoplo a las palabras que te dedicó un alumno el 2 de diciembre de 1968, cuando aún no nos habíamos elegido: “Sigo pensando, en que si yo fuera noche, día, luz, flor, usted para mí, sería Dios”.

Siempre te vi elegante, culta, talentosa e inmensa, aun cuando me enojaba, porque a mis 46 años “me retabas” si estaba mal peinada, “me recordabas” agradecer un regalo o me “corregías” la redacción de un escrito, porque tu pluma era tan impecable como tu alma generosa. Desde que conservo recuerdos viví como una rareza que tuvieras como amigos a quienes fueron tus alumnos: que Silvia Garrido te hubiera elegido como testigo de su casamiento; que cada 11 de septiembre te saludaran cálidament­e y cuando otra de ellas le puso tu nombre a su hija, deseando que se pareciera a vos. Con los años comprendí que esa entrega permanente e incansable hacia nosotros, tu familia, tus seres más amados, era la misma que le brindabas a tus amigos, a los amigos de tus amigos, a los pacientes de tu amiga de toda la vida, la grandiosa Sofia “Tita” Goldztein, y a cualquiera que necesitara ayuda. Era lo que tus alas invisibles habían desplegado con aquellos niños, a los que despedías con un “Hasta mañana hijitos”, dejando tu huella eterna en esos valores que te caracteriz­aban: tu capacidad infinita de ponerte en el lugar del otro, de estimular, enseñar el valor de la justicia y la verdad.

Admiré tu afán de hacer con perfección todo lo que pasara por tus manos benditas: desde tu prolijidad en la costura hasta escribir una carta de lectores por la cual lograste lo que no pudo un amparo judicial y aquel enfermo tuvo a tiempo su intervenci­ón quirúrgica; nunca me hablaste de solidarida­d, sino que la ejecutaste: aún nos veo ingresar a aquella casa to- mada cerca de la escuela N° 16 Distrito Escolar N° 12, donde eras vicedirect­ora, para llevarle la cena a aquellos hermanitos que iban a tu escuela, del mismo modo que abriste tu casa desinteres­adamente para evitar que los escasos recursos económicos y la distancia a la facultad fueran un impediment­o para que P y E se recibieran… “Yo tenía un sueño y no sabía cómo lograrlo y ella me ayudó a realizarlo”, me dijo una de ellas.

Desde el 22 de septiembre pasado en que partiste, el mundo es menos justo, ético, digno, generoso, solidario, creativo, la vida menos bella, ya no habrá otra Bárbara Cabello de Míguez Otero, mi mamá y la de José María, la esposa de Yemmy, la abuela de sus amadísimos nietos Felipe, Manuel y Sofía, amiga irremplaza­ble y maestra inolvidabl­e. Pero al mismo tiempo siento que sos inmortal, porque tu impronta vive en cada persona que conoció el honor de estar en tu vida. Mamá: “Platero”, esa joya literaria que supiste inculcar con tanto amor, generación tras generación, era “pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón” … seguirás en tus hijos, tus nietos y en cada Silvia, Julio, Alcira, Rosita, Martita, M. Liliana, Irene, Olga, M. del Carmen y en todos quienes aún sienten tu voz en el aula. Te fuiste homenajead­a, te abrazaba tu guardapolv­o blanco, sonaba un aplauso sostenido, interminab­le, porque no alcanza una vida para agradecer todo lo que hiciste por todo ser humano que se cruzó en tu camino. Indudablem­ente, debiste tener dos corazones.

Mi gratitud eterna por la vida hermosa que nos diste, por tu compromiso, por tu ética, por tu sencillez, por tu sensibilid­ad, por tu dignidad. Gracias por haber sido mi mamá, si hay otra vida, elegime como hija, por favor.

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Su lugar en el mundo. Bárbara, en el aula de la Escuela N° 18, D.E.N° 13 de la CABA).
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