Clarín

Réquiem por Sheila y la infancia olvidada

- Silvia Fesquet

“Hoy tengo cuarenta y ocho años y a veces, en mi nostalgia, siento la impresión de que continúo siendo una criatura (…) Tú fuiste quien me enseñó la ternura de la vida, mi Portuga querido. Hoy soy yo el que tiene que distribuir las bolitas y las figuritas, porque la vida sin ternura no vale gran cosa. (…) En el tiempo de nuestro tiempo, no sabía que muchos años antes un Príncipe Idiota, arrodillad­o frente a un altar, preguntaba a los íconos, con los ojos llenos de lágrimas: ‘¿por qué les cuentan cosas a las criaturita­s?’ Y la verdad es, mi querido Portuga, que a mí me contaron las cosas demasiado pronto”.

(“Mi planta de naranja lima”, José Mauro de Vasconcelo­s)

Quién sabe si, a su modo, habrá sido feliz. Si en sus apenas 10 años de vida se habrá asomado a algo parecido a un instante de felicidad. La foto a través de la cual conocimos su rostro transmite más vale, a pesar de la enorme sonrisa franca, la imagen de alguien acostumbra­do a tutearse con la desdicha; uno de esos seres que solemos definir como sufridos. Y los pocos datos que trascendie­ron de su vida, informacio­nes fragmentad­as, declaracio­nes cruzadas por unos y otros, sinceras o intenciona­das, dan cuenta, detalle más o menos, de una infancia dura y difícil, en la que el amor y el afecto, tan vitales como una buena alimentaci­ón a la hora de la crianza, parecen haber estado ausentes. De una separación complicada en que padre y madre, a estar por los dichos, parecían disputar, más que la tenencia de los hijos, la de sus planes sociales. De un padre con problemas de alcoholism­o y una madre investigad­a por venta de drogas. De una nena obligada a pelear con otras nenas por dinero, a salir a mendigar, a la que habían sacado del colegio. Los testimonio­s también hablan, a pesar de todo eso, de una chiquita dulce, obediente y responsabl­e, que se ocupaba de sus hermanitos, acompañaba a su mamá a la iglesia evangélica, y soñaba con ser bailarina. Las evidencias determinan que esa nena, Sheila Ayala, fue asesinada a metros de la casa paterna donde estaba viviendo, en el Ba- rrio Trujui de San Miguel, y que se habría defendido con uñas y dientes de un intento de abuso. Determinan también que su cuerpo, envuelto en una bolsa, fue descartado como basura, mezclado con muchos otros desechos. La Justicia imputó, como presuntos responsabl­es de semejante horror, a su tía materna y madrina y a su pareja, detenidos ambos, deslindand­o responsa- bilidades una, negándose a declarar el otro.

El drama, lamentable­mente, ni empezó ni terminará con este hecho. Mientras la sociedad conmovida lloraba por Sheila, el fiscal de San Martín declaraba que, sólo en el distrito, atienden cinco casos de sospecha de abuso infantil por día. Según estadístic­as del Ministerio de Justicia de la Nación entre fines de 2016 y principios de 2018, fueron víctimas de abuso sexual 2.094 niños, niñas y adolescent­es. Y esto teniendo en cuenta que es el delito que menos se denuncia. Se comprobó, asimismo, que en casi dos de cada tres casos (64%), el agresor pertenece al ámbito familiar de la víctima. De acuerdo con el Registro de Femicidios de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia, 23 nenas y adolescent­es fueron víctimas fatales de violencia de género el año pasado, 10 de las cuales eran menores de 12 años. Y el tema va aún más allá: un trabajo realizado por Unicef determinó que en el 70% de los hogares argentinos los chicos son sometidos a algún tipo de maltrato, a través de métodos de disciplina violenta, tanto física como verbal. La violencia está entre nosotros, y se ensaña brutalment­e con los más débiles, con los más desprotegi­dos, con los más inocentes, con los que no pidieron estar en este mundo.

Pienso en los hermanitos de Sheila; en sus primos, separados hoy de sus padres presos; en todos los chicos del Barrio Trujui; en los de San Miguel, en los de todas las geografías. En todas esas criaturita­s a las que, como en el libro de Vasconcelo­s, les contaron y les cuentan las cosas demasiado pronto. Pienso en quién responderá, por ello y por ellos.

La violencia se ensaña con los más débiles, los más desprotegi­dos, los más inocentes.

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