Clarín

Es verdad, aunque usted no lo crea

El director de varias películas de la saga “Bourne” vuelve, como en “Domingo sangriento”, a basarse en un hecho real: la masacre de 77 personas en Noruega, ese día de 2011. El filme acaba de competir en Venecia y ya puede verse por Netflix.

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

22 de julio

Drama. EE.UU., 2018. 143’, SAM 16. De: Paul Greengrass. Con: Anders Danielsen Lie, Jonas Strand Gravli. Disponible en: Netflix. Cannes se la perdió, por aquello de que las películas que entran en competició­n por la Palma de Oro deben exhibirse en salas de cine en Francia. Y 22 de julio quedó atrapada en la disputa entre Netflix, que la produjo, y el Festival más importante del mundo, por lo que su première fue en la reciente Mostra de Venecia, donde el excelente filme de Paul Greengrass sí estuvo en la competenci­a por el León de Oro.

Como en Domingo sangriento, Vuelo 93 y Capitán Phillips, el director de tres de las películas de la saga de Bourne se basó en hechos reales. Con 22 de julio, entonces, vuelve a sacudir al espectador con un relato conmovedor acerca de la matanza de 77 personas en Noruega, ese día de 2011.

Tal vez por su época como documental­ista de la televisión, Greengrass­s (63) es como un adicto a utilizar mucha cámara en mano para reflejar cierto estilo de realismo. También, eso le da más dinamismo y sentido de realidad, por ejemplo, a las escenas en las que el Anders Behring Breivik (Anders Danielsen Lie) el asesino, rifle en mano, persigue a los estudiante­s en la isla de Utoya.

La película abre con un contrapunt­o, un montaje paralelo, entre la preparació­n de un artefacto, una bomba, con la que Behring Breivik voló dependenci­as gubernamen­tales en Oslo, y cómo los jóvenes del Partido Laborista se aprestaban a discutir en la isla de Utoya, un día antes de que iban recibir la visita del primer ministro Jens Stoltenber­g (Ola G. Furuseth).

Los primeros 40 minutos de 22 de julio son de una tensión exasperant­e, y las escenas, con la violencia poco contenida que se ven, son realmente shockeante­s.

Pero lo que vendrá luego -el espectador se pregunta ¿cómo sigue esto?será casi tan devastador como lo visto hasta ese momento.

Por un lado, porque el terrorista de extrema derecha, que está en contra de la inmigració­n, y del Islam, va a jui- cio y pide que lo defienda un abogado (Jon Oigarden) que no comulga precisamen­te con sus ideales. Pero, se ve que la ley en Noruega no permite que el designado por el reo se niegue a defenderlo, y hasta apelan a decir que sufre demencia para librarse de la prisión. Y por otro, el relato sigue a Viljar (Jonas Strand Gravli), uno de los jóvenes más prometedor­es del grupo, que es violentame­nte lastimado por el asesino, pero que por suerte sobrevive, aunque casi no puede caminar.

Ese núcleo, el familiar -su madre es candidata a intendenta de su pueblo-, con el hermano menor que sobrevivió ileso (en lo físico, no así en lo psíquico) y su padre es la columna sobre la que 22 de julio se levanta.

Y si hubo un contrapunt­o al inicio, volverá, cuando el ritmo y el montaje alternen entre lo que pasa con el asesino y con Viljar.

Un párrafo aparte merece Anders Danielsen Lie, el noruego que desde hace más de 25 años trabaja en películas y que le confiere al asesino una frialdad y un toque de sadismo, no sólo cuando mata, o sea en las acciones, como cuando habla, seguro y convencido de lo que quiso hacer. Y que lo haría de nuevo.

Un filme que pone los nervios de punta, que no da respiro y cuya tensión sujeta al espectador en sus dos horas y veinte. ■

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NETFLIX Asesino. Anders Behring Breivik, interpreta­do por el talentoso Anders Danielsen Lie, no demostró arrepentim­iento alguno.

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