Clarín

Etiquetas de las que cuesta deshacerse

- Graciela Baduel gbaduel@clarin.com

Están ahí, omnipresen­tes hasta la exasperaci­ón. Rozan la piel en aquel lugar donde termina la espalda, apenas más abajo del cinturón. Hacen que levantemos cuatro o cinco veces al día la tela de la remera o la camisa a la altura del cuello. Son las responsabl­es de esa molestia que a veces sentimos al caminar y nos cuesta descubrir. Cosidas con hilos dorados y crujientes o, mucho peor, con tansa plástica, las etiquetas pueden amargarnos el día en el trabajo si no tenemos una tijera a mano. Y hasta arruinarno­s una fiesta, si ya estamos en el baile y estrenamos vestido sin haber tenido la precaución de volver a probarnos con tiempo. Poco importa si es una blusa de seda de diseño premium comprada en shopping a precio sideral, o una baratija de outlet. Molestan como el zumbido de un mosquito cuando intentamos conciliar el sueño. Tratar de sacarlas es un asunto aparte. Si los botones se pierden a la segunda abrochada, o las costuras de las sisas se sueltan sin avisar, desarmar una etiqueta puede requerir varios intentos. Algunos ilusos creen que basta con cortar a cada lado de los bordes. Pero no, justamente los bordes están recosidos y rematados con un empeño que más quisiéramo­s en otros ítems. ¿Las peores consecuenc­ias? Una lesión en la piel; o un agujero en la tela cuando ya se perdió la paciencia.

Vaya a saber uno por qué los hacedores de ropa se han empeñado en hacernos sufrir para dejar adheridas a nuestras prendas su marca, que muchas veces ni siquiera es de fábrica, sino un simple trozo de tela que reemplaza a la original. Es un detalle, sí. Pero Dios está en los detalles. ■

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