Clarín

Adiós a un artista excepciona­l

HORACIO CARDO

- Eduardo Villar * evillar@clarin.com * Editor de Arte en la Revista Ñ

Diseñador e ilustrador, publicó en los principale­s medios del mundo. Trabajaba en Clarín desde hacía casi cuatro décadas. Tenía 74 años.

Era un gran artista y como tal ponía en juego todo su talento tanto cuando ilustraba una nota para el diario como cuando pintaba por puro placer, cuando creaba obras no vinculadas con la actualidad. Horacio Fidel Cardo era un hombre de conviccion­es y, entre otras cosas, estaba convencido de que en lo visual las divisiones responden a razones más vinculadas con el mercado que con el arte. “La ilustració­n, el dibujo, la pintura, la escultura, todo es una misma cosa”, solía decir. ¿Acaso alguien se pregunta si Daumier o Toulouse Lautrec eran pintores, dibujantes o ilustrador­es?

Cardo creaba sus mundos como un montajista de técnicas visuales. Poderosame­nte expresivas, a menudo dramáticas, sus imágenes finales surgían casi siempre una fusión, un collage de pintura, fotografía­s escaneadas, dibujos, imágenes digitales... La continuida­d de su trabajo como ilustrador y su obra artística es perfecta. No es fácil distinguir los límites: determinar exactament­e dónde el dibujo se transforma en pintura y cuándo ésta deja lugar a la fotografía o la imagen gráfica escaneada. Sus piezas tienen algo de criatura orgánica en plena metamorfos­is. No era esa su única capacidad transforma­dora: la más asombrosa era sin duda la de convertir una idea en imagen, lo que acerca a Cardo a los visionario­s. Los mundos y esferas aparecen en numerosas obras suyas, lo que acerca su universo al de los utopis- tas; pero enseguida aparecen también los emblemas patriótico­s escolares y los objetos más pedestres: lápices, broches de la ropa, escarapela­s, el sol de los sellos de goma.

En su caso, la diferencia entre obra y trabajo acaso se limitaba al tiempo de producción. Desde que recibía de los editores de Opinión de Clarín – donde trabajaba desde 1979 la nota que debía ilustrar hasta que enviaba su obra, no pasaban más de dos o tres horas. La mayor parte de las semanas, recibía los materiales por adelantado.

El desafío tenía además una dificultad agregada: tratándose de una página de Opinión, debía articular con los del autor del texto sus propios puntos de vista, no necesariam­ente coincident­es, sobre temas casi siempre controvert­idos. Podría decirse que esa capacidad es puro oficio. Pero lo otro, lo de hacer aparecer una imagen de solidez estética conceptual, es puro talento.

Esa capacidad y el brillo, hecho de complejida­d y sutilezaa, fueron valorados tempraname­nte por grandes diarios internacio­nales. Vivió muchos años en los Estados Unidos (de hecho, tuvo una pareja en ese país). Desde que empezó a publicar sus trabajos en la página de Opinión de The New York Times, su destino quedó asociado a la sección de reflexión y análisis en todos los grandes medios en los que publicaría regularmen­te, como The Washington Post, Los Angeles Times, The Nation, las revistas Time y Playboy, entre otros. En todos ellos fue un lúcido testigo de la época en que le tocó vivir, aunque siempre desde un ángulo interpreta­tivo, que valoraba el papel de las imágenes como visiones del futuro.

Desde hacía años había regresado a Buenos Aires y poco antes de 2000 se había instalado en Pinamar. Desde allí –por correo electrónic­o– recibía las columnas de opinión y artículos, a los que dotaba de imágenes. El mismo había imaginado y diseñado su propia casa como una obra. Su mayor placer era reunir allí a sus cinco hijos: Nuria, Ivana, Iara -el único varón-, Samanta y Sabrina. ■

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Este año. En junio publicó el retrato de Einstein para una columna de J. Edelstein y A. Gomeroff. Y en mayo, con diferencia de semanas, la nota de Emilio Ocampo “Perón, la insensatez y el ‘déjà vu’ del ajuste”, y “La soledad, otra tarea para el Estado”, artículo de Ricardo Iacub.
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Muestra de su obra. En una sala de Estambul, en Turquía, donde fue premiado.

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