Adiós a un artista excepcional
HORACIO CARDO
Diseñador e ilustrador, publicó en los principales medios del mundo. Trabajaba en Clarín desde hacía casi cuatro décadas. Tenía 74 años.
Era un gran artista y como tal ponía en juego todo su talento tanto cuando ilustraba una nota para el diario como cuando pintaba por puro placer, cuando creaba obras no vinculadas con la actualidad. Horacio Fidel Cardo era un hombre de convicciones y, entre otras cosas, estaba convencido de que en lo visual las divisiones responden a razones más vinculadas con el mercado que con el arte. “La ilustración, el dibujo, la pintura, la escultura, todo es una misma cosa”, solía decir. ¿Acaso alguien se pregunta si Daumier o Toulouse Lautrec eran pintores, dibujantes o ilustradores?
Cardo creaba sus mundos como un montajista de técnicas visuales. Poderosamente expresivas, a menudo dramáticas, sus imágenes finales surgían casi siempre una fusión, un collage de pintura, fotografías escaneadas, dibujos, imágenes digitales... La continuidad de su trabajo como ilustrador y su obra artística es perfecta. No es fácil distinguir los límites: determinar exactamente dónde el dibujo se transforma en pintura y cuándo ésta deja lugar a la fotografía o la imagen gráfica escaneada. Sus piezas tienen algo de criatura orgánica en plena metamorfosis. No era esa su única capacidad transformadora: la más asombrosa era sin duda la de convertir una idea en imagen, lo que acerca a Cardo a los visionarios. Los mundos y esferas aparecen en numerosas obras suyas, lo que acerca su universo al de los utopis- tas; pero enseguida aparecen también los emblemas patrióticos escolares y los objetos más pedestres: lápices, broches de la ropa, escarapelas, el sol de los sellos de goma.
En su caso, la diferencia entre obra y trabajo acaso se limitaba al tiempo de producción. Desde que recibía de los editores de Opinión de Clarín – donde trabajaba desde 1979 la nota que debía ilustrar hasta que enviaba su obra, no pasaban más de dos o tres horas. La mayor parte de las semanas, recibía los materiales por adelantado.
El desafío tenía además una dificultad agregada: tratándose de una página de Opinión, debía articular con los del autor del texto sus propios puntos de vista, no necesariamente coincidentes, sobre temas casi siempre controvertidos. Podría decirse que esa capacidad es puro oficio. Pero lo otro, lo de hacer aparecer una imagen de solidez estética conceptual, es puro talento.
Esa capacidad y el brillo, hecho de complejidad y sutilezaa, fueron valorados tempranamente por grandes diarios internacionales. Vivió muchos años en los Estados Unidos (de hecho, tuvo una pareja en ese país). Desde que empezó a publicar sus trabajos en la página de Opinión de The New York Times, su destino quedó asociado a la sección de reflexión y análisis en todos los grandes medios en los que publicaría regularmente, como The Washington Post, Los Angeles Times, The Nation, las revistas Time y Playboy, entre otros. En todos ellos fue un lúcido testigo de la época en que le tocó vivir, aunque siempre desde un ángulo interpretativo, que valoraba el papel de las imágenes como visiones del futuro.
Desde hacía años había regresado a Buenos Aires y poco antes de 2000 se había instalado en Pinamar. Desde allí –por correo electrónico– recibía las columnas de opinión y artículos, a los que dotaba de imágenes. El mismo había imaginado y diseñado su propia casa como una obra. Su mayor placer era reunir allí a sus cinco hijos: Nuria, Ivana, Iara -el único varón-, Samanta y Sabrina. ■