Clarín

Brasil, ante la amenaza de una tormenta de populismo conservado­r

Fenómeno. Jair Bolsonaro, aunque admira a Trump, se parece más al filipino Duterte que al presidente de EE.UU.

- Caetano Veloso* The New York Times *Músico brasileño

“Brasil no es para principian­tes”, decía Tom Jobim, compositor de “La garota de Ipanema”. Cuando le dije la frase del maestro a un amigo estadounid­ense, él replicó: “Ningún país lo es”. Mi amigo tenía algo de razón. En cierta forma, Brasil quizá no sea tan especial. Ahora mismo, mi país está demostrand­o ser una nación como muchas. Al igual que otros Estados del mundo, Brasil se está enfrentand­o a una amenaza de la extrema derecha: una tormenta de conservadu­rismo populista. Nuestro nuevo fenómeno político, Jair Bolsonaro, el candidato favorito para ganar la elección presidenci­al del domingo, es un capitán retirado del Ejército brasileño que admira a Donald Trump, pero que en realidad se parece más a Rodrigo Duterte, el líder autócrata de Filipinas.

Bolsonaro apoya la venta irrestrict­a de armas de fuego, propone que haya una presunción de defensa propia si un policía mata a un “sospechoso” y declara que un hijo muerto es preferible a uno homosexual. Si Bolsonaro gana la elección, los brasileños pueden esperar una oleada de terror y odio. Recienteme­nte, he estado pensando en la década de los ochenta. Grababa discos y daba conciertos con entradas agotadas, pero sabía lo que tenía que cambiar en mi país.

En esos años, los brasileños luchábamos por tener elecciones libres después de más de veinte años de dictadura militar. Si entonces me hubieran dicho que algún día elegiríamo­s como presidente­s a personas como Fernando Henrique Cardoso y después a Luiz Inácio Lula da Silva, me habría parecido un sueño inalcanzab­le.

Pero luego sucedió: las elecciones de Cardoso en 1994 y de Lula Da Silva en 2002 tuvieron una enorme carga simbólica. Demostraro­n que éramos una democra- cia y contribuye­ron a cambiar nuestra sociedad al ayudar a millones de personas a salir de la pobreza. La ciudadanía brasileña adquirió un mayor respeto por sí misma.

Sin embargo, a pesar del progreso y la aparente madurez del país, Brasil está lejos de tener una democracia sólida. Hay fuerzas obscuras, tanto al interior como al exterior, que nos están haciendo retroceder y hundirnos.

La vida política del país ha estado en decadencia desde hace tiempo: primero, una recesión económica; después, una serie de manifestac­iones en 2013; más tarde, la destitució­n de la entonces presidenta Dilma Rousseff en 2016 y, finalmente, un es- cándalo de corrupción enorme que llevó a muchos políticos, incluyendo a Lula da Silva, a prisión. Los partidos de Cardoso y Lula quedaron gravemente afectados y la extrema derecha vio una oportunida­d.

Muchas personas han dicho que planean irse a vivir al extranjero si gana el militar retirado. Yo nunca he querido vivir en otro país que no sea Brasil, y ahora tampoco quiero hacerlo. Ya me obligaron a vivir en el exilio una vez. No volverá a pasar. Quiero que mi música, mi presencia, sean una resistenci­a permanente ante cualquier rasgo antidemocr­ático que pueda surgir del probable gobierno de Bolsonaro.

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AP En campaña. El candidato del PT, Fernando Haddad, en San Pablo.

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