Clarín

La lucha de las identidade­s

- Olivia Muñoz-Rojas Doctora en Sociología por la London School of Economics (LSE)

Quiero que hablen de racismo todos los días… si la izquierda está centrada en la raza y la identidad y nosotros apostamos por el nacionalis­mo económico, podemos machacar a los Demócratas”, dijo Steve Bannon, el estratega de Trump, el año pasado en unas sonadas declaracio­nes que recogieron varios medios.

Con el triunfo de los populismos de derechas en América y Europa regresa al debate público la contraposi­ción entre clase social e identidad o, dicho de un modo más gráfico, entre desigualda­d económica y discrimina­ción por razón de raza, etnia y/o género.

De fondo, una hipótesis o una acusación: la izquierda se ha olvidado de la clase social como categoría de análisis y la ha sustituido por la de identidad, abrazando las causas de las grandes minorías raciales, étnicas y sexuales. Con ello ha contribuid­o a instaurar una lógica identitari­a que ha relegado la lucha contra la desigualda­d económica a un segundo plano y ha terminado por reforzar el neoliberal­ismo y servir a los intereses de la extrema derecha.

Surgen varias preguntas. ¿Qué prima más en el votante populista de derechas, la xenofobia o el rechazo a la globalizac­ión económica? ¿Es posible desligar ambas categorías, esto es, la clase social de, por ejemplo, la identidad racial? ¿Acaso el concepto de clase trabajador­a no se plantea, a su vez, como sinónimo de una cierta identidad?

“Es como si hubiéramos perdido el lenguaje para hablar de la pobreza, la relativa; de lo que significa vivir en circunstan­cias que dificultan poder tan siquiera soñar con algo mejor”, escribe Malin Ullgren en el diario sueco Dagens Nyheter tras el aumento exponencia­l de votos al partido de ultraderec­ha en las elecciones generales del pasado 9 de septiembre en aquel país.

En lugar de aceptar condescend­ientemente la xenofobia como algo inevitable en los sectores desfavorec­idos, se deberían combatir las causas de ese desfavorec­imiento, argumenta Ullgren. Para otros analistas, la xenofobia y el racismo deben considerar­se fuerzas movilizado­ras independie­ntes. Kristina Lindquist alude a un racismo intrínseco y señala las estadístic­as que demuestran que “lo que caracteriz­a a los votantes de la extrema derecha son, precisamen­te, sus actitudes xenófobas”.

En España, un artículo firmado por antiguos líderes del partido comunista ha suscitado enorme revuelo por aplaudir el carácter “progresist­a” de determinad­as políticas fiscales y sociales del nuevo gobierno italiano, ignorando, se dice, su encaje en un programa político xenófobo y reaccionar­io.

Los autores se defienden del “elitismo intelectua­l” que no asume

“que detrás del gobierno italiano hay un ejército de perdedores que salieron con los huesos rotos de la globalizac­ión y las políticas de austeridad europeas”. Y, aunque reconocen que “hay, por supuesto, divergenci­as y contradicc­iones, como la política migratoria de Matteo Salvini”, esgrimen, “la contradicc­ión…entre los partidario­s de la globalizac­ión neoliberal y aquellos que, con más o menos conciencia, defienden la soberanía popular y la independen­cia nacional y apuestan por la protección, la seguridad y el futuro de las clases trabajador­as” .

En Francia, intelectua­les como Jean-Loup Amselle denuncian desde hace tiempo la política de identidad o el abandono del universali­smo republican­o y la lu-

¿Qué prima más en el votante populista de derechas? ¿La xenofobia o el rechazo a la globalizac­ión?

cha de clases en favor de una fragmentac­ión de la sociedad en comunidade­s étnicas y culturales que defienden sus propios intereses. Para Amselle, el pensamient­o crítico postmodern­o es cómplice de esta deriva que pone al individuo por delante de lo social. “En una suerte de efecto boomerang, la aparición en el seno del espacio público de minorías étnico-culturales y raciales ha provocado [en Europa] el reforzamie­nto de la identidad “blanca” y cristiana”, escribe Amselle.

Su compatriot­a, el filósofo Didier Eribon, matiza esta visión, preguntánd­ose si el desplazami­ento de la lucha de clases como discurso hegemónico de la izquierda, “no fue condición necesaria para poder pensar políticame­nte sobre mecanismos de sometimien­to racial, sexual y de otro tipo”. Y, en cualquier caso, concluye Eribon, “¿por qué deberíamos tener que escoger entre diferentes luchas contra diferentes formas de dominación?”. Sostiene Asad Haider en Mistaken Identity: Race and Class in the Age of Trump (2018) que todas las luchas tienen un mismo adversario: el sistema capitalist­a. De él y sus orígenes imperialis­tas emanan todas las formas de dominación que conocemos en la actualidad. Mientras no se tome conciencia real de ello, sugiere el autor, no se lograrán erradicar las diferentes expresione­s de dominación capitalist­a que estructura­n nuestras sociedades.

El debate es complejo. Si bien parece difícil negar que una parte sustancial de la izquierda política ha mostrado creciente connivenci­a con el sistema neoliberal, algunos se preguntan si, tanto en el discurso de la extrema derecha abiertamen­te intolerant­e, como en el de la izquierda que clama contra la identidad en aras de lo social, no se esconde la misma tentación de incidir en la dicotomía clase/identidad con el fin de preservar los privilegio­s del colectivo hasta ahora dominante, esto es, los varones blancos heterosexu­ales. ■

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HORACIO CARDO

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