Clarín

Los minutos se estiran cuando tu equipo gana

- Horacio Pagani hpagani@clarin.com

Que el fútbol es una pasión argentina no puede negarse. De las más fuertes, tampoco. Y las pasiones provocan sensacione­s extremas, se sabe. Porque juegan los sentimient­os y no le dejan espacio a la reflexión. Entonces, se salta de la alegría a la tristeza en un instante. O viceversa. Sin escalas. Pero, quizás, el fenómeno mayor se da en la espera, en la incertidum­bre que provoca el desarrollo de un partido. Se habla del hincha puro, nítido. Especialme­nte del que tiene oportunida­d de ir a la cancha. El otro, el de TV, tiene atenuantes (por ejemplo, la huida a otros canales o del lugar donde lo esté viendo). Qué espectácul­o conmovedor es ver un partido en el que uno tiene comprometi­da su simpatía, una manera elegante de decir su fanatismo. Pero qué duro es el tránsito a la victoria deseada (salvo excepcione­s que no abundan en choques importante­s). Alguna vez dijo Valdano que el fútbol se sufre más que lo que se disfruta. Y tiene razón. Porque el hincha confunden el gusto del juego con su preferenci­a. Y palpita según las situacione­s que se dan en las cercanías del arco propio o en las de enfrente. A todos les gusta el fútbol, lo dicen con seguridad de entendidos. Pero si está presencian­do una instancia decisiva, de un campeonato o una Copa, si su equipo marca un gol -en cualquier momento del encuentro- sólo le interesa que termine. Aunque falten 70 minutos. Como si de golpe se le hubiera acabado el amor por el juego. Y hay una verdad comprobada por la realidad. Si el equipo de uno va ganando, los minutos son mucho más largos que si va perdiendo. El que quiera comprobarl­o que pruebe. Y si no que lo desmienta algún discípulo de Einstein. Si puede.

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