Los minutos se estiran cuando tu equipo gana
Que el fútbol es una pasión argentina no puede negarse. De las más fuertes, tampoco. Y las pasiones provocan sensaciones extremas, se sabe. Porque juegan los sentimientos y no le dejan espacio a la reflexión. Entonces, se salta de la alegría a la tristeza en un instante. O viceversa. Sin escalas. Pero, quizás, el fenómeno mayor se da en la espera, en la incertidumbre que provoca el desarrollo de un partido. Se habla del hincha puro, nítido. Especialmente del que tiene oportunidad de ir a la cancha. El otro, el de TV, tiene atenuantes (por ejemplo, la huida a otros canales o del lugar donde lo esté viendo). Qué espectáculo conmovedor es ver un partido en el que uno tiene comprometida su simpatía, una manera elegante de decir su fanatismo. Pero qué duro es el tránsito a la victoria deseada (salvo excepciones que no abundan en choques importantes). Alguna vez dijo Valdano que el fútbol se sufre más que lo que se disfruta. Y tiene razón. Porque el hincha confunden el gusto del juego con su preferencia. Y palpita según las situaciones que se dan en las cercanías del arco propio o en las de enfrente. A todos les gusta el fútbol, lo dicen con seguridad de entendidos. Pero si está presenciando una instancia decisiva, de un campeonato o una Copa, si su equipo marca un gol -en cualquier momento del encuentro- sólo le interesa que termine. Aunque falten 70 minutos. Como si de golpe se le hubiera acabado el amor por el juego. Y hay una verdad comprobada por la realidad. Si el equipo de uno va ganando, los minutos son mucho más largos que si va perdiendo. El que quiera comprobarlo que pruebe. Y si no que lo desmienta algún discípulo de Einstein. Si puede.