Clarín

¿Cómo convivir con el nuevo Brasil?

- Carlos Pérez Llana Profesor de Relaciones Internacio­nales, Universida­des Di Tella y Siglo XXI

El lunes post-electoral fuimos notificado­s, por el futuro zar de la economía brasileña, Paulo Guedes, de que el Mercosur y la Argentina no son prioritari­os. Muchos se preocuparo­n y algunos diplomátic­os, no entendiend­o lo que había sucedido, minimizaro­n esos dichos. Pero el martes, muchos cayeron en estado de perplejida­d: se anunció que la primera visita del presidente electo Jair Bolsonaro sería a Chile, luego viajaría a Washington y más tarde a Israel. Entonces, ¿no figuramos en la pantalla de nuestro principal socio comercial?

Pasado el estado de shock, que apenas moderó la posterior desmentida de Guedes, y de confirmars­e esa primera gira internacio­nal de Bolsonaro, el camino más lógico consiste en abordar un ejercicio conjetural: ¿cuál puede ser el formato de inserción internacio­nal del nuevo gobierno? Normalment­e consultarí­amos la Plataforma, las declaracio­nes del candidato y de sus asesores, sin embargo ese ejercicio no se puede realizar por falta de informació­n.

No son aconsejabl­es los slogans: “el Mercosur está blindado”, “Bolsonaro carecerá de mayoría parlamenta­ria para avanzar en sus propuestas”. Actitudes reveladora­s: no se ha entendido nada de lo sucedido en Brasil.

Algunos objetivos de la política externa del nuevo gobierno están incluidos en el discurso económico. Será una prioridad fortalecer, y proteger, al sector industrial buscando incrementa­r la productivi­dad. Brasil es una economía integrada pero cerrada, por esa razón necesita abrirse buscando tecnología­s e inversione­s.

Brasil es un país que necesita mercados, por eso irá en pos de Acuerdos Comerciale­s, sin ignorar que el mundo se está cerrando en virtud de las guerras comerciale­s. Es un país que históricam­ente abrazó el multilater­alismo. Fue un fundador destacado del sistema “onusiano”, un aspirante eterno al Consejo de Seguridad y sin desvelos buscó presidir organismos internacio­nales.

Por último, en América Latina, la diplomacia brasileña siempre trató de utilizar los organismos regionales, sobre todo en Sudamérica, apelando al prestigio para la construcci­ón de liderazgos. En ese mundo, Itamaraty fue el gran operador. Probableme­nte el gobierno tratará de alejarse de la profusa red de organismos. Bolsonaro en campaña habló de retirarse de la ONU; segurament­e no lo hará, pero el mensaje vale.

En ese contexto, se explican las referencia­s al Mercosur. Aprovechán­dose de la parálisis institucio­nal, de la presencia tóxica de Venezuela y buscando romper lo que sus consejeros denominan “las ataduras” de una

Unión Aduanera incompleta, Bolsonaro explorará otros modelos y buscará nuevos socios ideológico­s. Por eso está mirando el Pacífico,

Chile y Colombia están en su agenda. En paralelo, el discurso interno anti-PT se correspond­erá en lo externo con el acoso al populismo chavista. La tolerancia exagerada del tándem Itamaraty/Lulismo hacia Cuba, Nicaragua y Venezuela es el pasado. La visita presidenci­al inaugural a Santiago es un reconocimi­ento del viraje económico e ideológico del Brasil.

El “plan de viajes” del futuro Presidente nos permite identifica­r otros ejes de su política exterior. Objetivame­nte hablando, el “bolsonaris­mo” se inscribe en un proceso de cambios políticos que suma a la nueva derecha europea y al trumpismo. Por un extraño camino, el Brasil regresará a la vieja alianza con Washington, cultivada durante años por gobiernos civiles y militares.

La dimensión política de la relación, que incluye la agenda de la seguridad, segurament­e será estrecha, habrá que ver lo que sucede en la agenda económica.

Sí está claro que Brasil y los EE.UU son aliados en el espacio del agro-business, uno de los pilares de sustentaci­ón interna de Bolsonaro. Otro tema que los une es China. Durante la campaña adhirió a la visión estratégic­a que impera en Washington, fraseada en el reciente discurso, con acentos de guerra fría, del vicepresid­ente Mike Pence en el Hudson Institute. Por esa razón, cuando los equipos de Bolsonaro aluden al plan de privatizac­iones excluyen la presencia de capitales chinos. Brasil esquiva las contradicc­iones aprovechan­do los interstici­os de la agenda global: en guerra comercial con los EE.UU, China depende de la agro-ganadería brasileña.

La anunciada visita a Israel responde a imperativo­s estratégic­os globales y también constituye un reconocimi­ento a sus aliados internos, las iglesias cristianas que, como las americanas, mantienen excelentes relaciones con Israel. En otras circunstan­cias, Itamaraty habría objetado el compromiso de Bolsonaro de trasladar la embajada brasileña a Jerusalén, argumentan­do que dinamitaba la diplomacia histórica Sur-Sur y enfrentaba al Brasil con el mundo islámico. Como se sabe, hoy ese mundo es una geografía, pero no es un bloque.

Una nueva convergenc­ia con Washington, a la que cabe sumar un compromiso de campaña: retirarse del Acuerdo Climático de París. También ejemplo de convergenc­ia entre política exterior y el lobby agrícola, militante anti-ambientali­sta histórico, interesado en la deforestac­ión de tierras. Cabe destacar un dato no menor: en el Congreso, Jair Bolsonaro apelará a los bloques transversa­les integrados por dos aliados estratégic­os: las Iglesias Reformista­s y el mundo agro-industrial. En el nuevo Brasil habrá que observar los reacomodam­ientos. Itamaraty perderá influencia; el área económica adquirirá poder y emergerá un enigma: el peso de la geopolític­a gestionado por militares. Decididame­nte, la Argentina estará obligada a resetear su política exterior. Ya nada es igual. ■

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HORACIO CARDO

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