Clarín

Rosario vivió un clásico atípico, pero los festejos fueron los de siempre

Se siguió con tensión aunque el fútbol se jugara lejos. Y como viene pasando, el que sonrió fue Central.

- Andrés Actis rosario@clarin.com

El Parque Independen­cia, vacío. El Gigante de Arroyito, vacío. Son las 15.30 y en Rosario, una ciudad acostumbra­da al bullicio, a 40 mil personas agolpadas en uno de los dos estadios cuando de un clásico se trata, está vacía. La pelota corre en Sarandí, a más de 300 kilómetros de distancia. Los gritos, el ruido de los motores de los autos, las bocinas, recién aparecen a las 17.20 cuando Patricio Loustau pita el final. La celebració­n en las calles es, otra vez, de Central.

Rosario vivió un clásico atípico, sin el color que caracteriz­a a un rincón del país que siente y respira el fútbol con una pasión desbordada, que muchas veces roza la sinrazón. Esa imposibili­dad de convivir en paz explica, en par- te, una fiesta que ayer fue a puertas cerradas. Los dirigentes, los funcionari­os políticos y las autoridade­s de AFA tampoco ayudaron. Boicotearo­n con recelos y mezquindad­es la posibilida­d de organizar un clásico histórico. Para los hinchas de Central, por la victoria en un cruce eliminator­io, segurament­e lo será. No para la ciudad ni para su fútbol.

En Rosario, las concentrac­iones de los hinchas también fueron a puertas cerradas. En las casas, en los bares y en los lugares de trabajo. Ni el horario ayudó para los fanáticos del ritual de reunirse con amigos a seguir el clásico. Por la avenida Pellegrini se juntaron los de Newell´s. Por la avenida Avellaneda y las calles del norte de la ciudad, los de Central.

Algunos almorzaron y se comieron los codos en la sobremesa. La mayo- ría se sentó frente al televisor minutos antes del partido. En la semana, en los grupos de chats, se viralizaro­n los casos de hinchas que decidieron renunciar o pedir una licencia para poder ver el clásico. Mito o realidad, nunca se sabrá. Sí es verosímil por las locuras que suelen hacer los fanáticos en cada clásico, como la de los siete leprosos que ayer alquilaron una terraza lindera al estadio de Arsenal.

Eso sí: el clásico deja tras cada edición algún elemento para la crónica policial. Y esta vez hubo 16 detenidos tras el partido, en todos los casos por riñas callejeras. Un saldo leve, si se repasa la historia de violencia y de enfrentami­entos.

Hubo otra cosa natural, lógica, habitual, y ocurrió una vez que el fútbol terminó. Por los lugares elegidos para los festejos y por los colores que los invadieron. El Monumento Nacional a la Bandera y la esquina de Génova y Avellaneda, frente al Gigante de Arroyito, volvieron a teñirse de azul y amarillo. Una postal que Central transformó en costumbre. Ganó ocho de los últimos diez clásicos. En su cancha y con su gente. En el Coloso del Parque y con el público en contra. Y ayer en Sarandí, con las tribunas vacías. Los clásicos, últimament­e, al cabo, son siempre de Central. ■

 ?? A. GUERRERO ?? Rojinegros. Hinchas de Newell’s en el bar Paso, de Pellegrini y Paraguay. La fiesta fue “canalla”.
A. GUERRERO Rojinegros. Hinchas de Newell’s en el bar Paso, de Pellegrini y Paraguay. La fiesta fue “canalla”.

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