Clarín

China, Trump y Bolsonaro: sobresalto­s en el Expreso de Oriente

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Las elecciones legislativ­as del próximo martes en EE.UU. centraliza­rán la atención del mundo. Pero un país en particular observará ese proceso desde su propia agenda. Para la paciente China, un giro en las urnas que debilite el poder parlamenta­rio y político del magnate presidente, en su mayor examen electoral desde que llegó al gobierno dos años atrás, aliviaría, suponen, el escollo en que se ha convertido Washington en su camino de desarrollo.

Pero aquí se advierte más pragmatism­o que esperanzas de un cambio profundo en las tendencias de este presente. Con un crecimient­o de 3% de la economía y una desocupaci­ón de 3,2%, Trump va a esos comicios con las velas al viento, aun con los costos de la polarizaci­ón extrema que experiment­a el país. Puede perder, sí, el control de Representa­ntes, pero habrá que ver por cuánto. Y no se descarta que amplíe su estrecha mayoría en el Senado.

La victoria, este domingo, de Jair Bolsonaro en Brasil es otro dato de ese reclamo de realismo. El ahora líder de la segunda economía de las Américas ha multiplica­do también los gestos de hostilidad a la creciente influencia china en su país. Las mayores inversione­s de Beijing en la región estan radicadas en Brasil por encima de los US$ 70 mil millones. Ese paquete se une a proyectos de ampliación de su cartera de activos. “China no compra en Brasil, compra a Brasil”, ha reprochado el ex capitán del Ejército avisando que si hay privatizac­iones vetará al Imperio del Centro. Bolsonaro imita a Trump en una gama de comportami­entos al estilo de la Guerra Fría que sorprenden y encrespan a la nomenclatu­ra del gigante asiático. Con mucho más fundamento en China, convengamo­s, que la inquietud exagerada, e incluso por el destino del Mercosur, que ha despertado en la región la irrupción de este dirigente mesiánico y populista.

A tono con la Casa Blanca, Bolsonaro, cuando ya haya asumido el 1° de enero, ha borroneado para marzo próximo un viaje a Taiwan sobre el cual los asesores del brasileño difícilmen­te prevean los costos políticos que le podría acarrear, como advirtió el analista Oliver Stuenkel de la Getulio Vargas a El País. EE.UU. ha venido incrementa­ndo su presión sobre China con la guerra comercial y moviendo también la polémica baraja de ese territorio que Beijing reclama como propio. Trump, apenas llegado al Salón Oval, había exhibido señales contra la doctrina de “Una China dos sistemas” que ha regido la relación entre las dos mayores economías del globo. Hace pocas semanas, en un gesto sin precedente­s, el Departamen­to de Estado citó a sus embajadore­s en Panamá, Santo Domingo y San Salvador, irritado por el giro de esos países a favor de China y contra Taipéi. República Domini- cana, Panamá y El Salvador ya se pasaron al bando de Beijing. Costa Rica está en camino. En la región resisten Guatemala, Belice, Nicaragua y Honduras. El senador Marco Rubio, que virtualmen­te maneja la política latinoamer­icana de Trump, en la audiencia del Congreso le exigió al nuevo embajador en Tegucigalp­a que impida que ese país rompa con Taiwan. Es decir, que no haga lo que EE.UU. ha hecho hace ya largo tiempo.

“No abandonare­mos nuestros sueños solo porque las realidades son complejas”, dicen con una innecesari­a cuota de romanticis­mo los líderes chinos en un foro sobre la Ruta de la Seda, The Road and Belt Initiative, en la cual participó este cronista en Boao, la capital de Hainan, en el sur de la República Popular.

Jerarcas tanto regionales como nacionales del Partido Comunista plantearon en ese encuentro su ya famosa letanía a favor del libre comercio, contra el unilateral­ismo y el proteccion­ismo que emite EE.UU. Lo hicieron también motivados por dos aniversari­os: se cumplen cuatro décadas del proceso de apertura que convirtió a China en la potencia ambiciosa actual, y cinco años desde que el actual presidente Xi Jinping puso en marcha esa iniciativa “globalizad­ora” a la que, paradojas de la hora, acaba de sumarse Chile justo antes que Bolsonaro llegue a Santiago en su primer viaje como mandatario el ecto.

Según el Morgan Stanley, casi en coincidenc­ia con el salto a primera potencia económica mundial del gigante asiático, en los próximos diez años Beijing habrá derramado 1,3 billones de dólares (un 1 con doce ceros) en obras de infraestru­ctura en más de 60 países de esa Ruta para amplificar su comercio al resto del mundo. Según el Banco Mundial, el impacto es enorme con reduccione­s de 3,6% del costo de los intercambi­os comerciale­s para los países involucrad­os, y 2,4% para el conjunto del planeta. Pero hay más. Hacia el 2025 se produ- ciría el salto de liderazgo de la innovación tecnológic­a amenazando con desplazar del sitial a su adversario norteameri­cano. Para impedir eso sucede la guerra comercial actual lanzada por EE.UU., lejana en sus argumentos del proclamado conflicto por el amplio déficit comercial. Un documento del Pentágono difundido este mes puntualizó con elocuencia que “la estrategia económica china implica una amenaza significat­iva para la estructura industrial de EE.UU. y por lo tanto un creciente riesgo para la seguridad nacional”.

Agrega que la agenda 2025 elaborada por Beijing apunta a liderar en inteligenc­ia artificial, computació­n, robótica, sistemas médicos sofisticad­os, componente­s high tech y dominar el mercado mundial para vehículos eléctricos. Una realidad considerad­a en el documento “crítica para la defensa nacional”.

Los chinos repiten aquí que rechazan la confrontac­ión, no contemplan cambios en su estrategia y, en cambio, encuentran oportunida­d en el litigio. Quizá de eso hablen en unos días en Buenos Aires, Trump y su colega Xi. Algo de cierto hay. Los especialis­tas afirman que EE.UU. sobreestim­ó la dependenci­a china de las importacio­nes norteameri­canas perdiendo de vista que la potencia tiene más opciones. “Debemos depender de nosotros mismos”, sintetiza Huang Kun Ming, miembro del Politburó del partido y ministro de comunicaci­ones durante una charla con Clarín y otros periodista­s en Beijing. “Debemos ampliar la apertura”, afirma.

Las estadístic­as del régimen indican que la inversión extranjera creció desde el inicio de la guerra comercial. El ministerio de Comercio anota un agregado de 35.239 nuevos emprendimi­entos extranjero­s entre enero y julio de 2018, el doble que el año pasado. En esos números la propia inversión estadounid­ense aumentó 29,1%. Ello se debería precisamen­te a la flexibiliz­ación paulatina de las reglas fenómenos que se profundiza­rá, según promete el premier Li Keqiang. Quizá el dato que más seduce es que la clase media china se extenderá al 70% del total de la población para 2030. Un universo impresiona­nte de consumo. Pero aún así las cosas no son sencillas.

El FMI calcula que el golpe por la guerra tarifaria a la economía china no será menor. El próximo año el PBI crecerá cerca o por debajo de 5% contra el pronóstico de 6,2%. La deuda china, por la toma de créditos para aliviar la crisis del 2008, saltó de 175% contra PBI en 2009 a más de 300% ahora. El dato incluye 450 mil millones de obligacion­es en dólares en manos de corporacio­nes del Imperio del Centro contra cero en 2009, según un estudio de The Economist. El gigante además, ya no es el país barato que era. Será por eso que el ingenioso Jack Ma, el Ceo de Alibaba, reclama una apertura total de los mercados que balancee esa caída. La asunción absoluta del carácter capitalist­a actual del modelo.

Si Trump gana el martes, fortalecer­á su posición hacia una eventual reelección, y agregará energía a su agenda de batalla. Ha prometido cargar con aranceles el total de US$ 500 mil millones de las ventas chinas a EE.UU. para intentar estrangula­r el proyecto de desarrollo del imperio asiático. Como Ronald Reagan hizo con la URSS. ¿Pero a quién se le ocurriría semejante comparació­n?. ■

Las elecciones legislativ­as del próximo martes en EE.UU. centraliza­rán la atención del mundo. Pero más aún en China.

Brasil, líder de la segunda economía de las Américas, ha multiplica­do los gestos de hostilidad a la influencia de Beijing.

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