Revelan que cortaron el cuerpo de Khashoggi para disolverlo en ácido
Macabro. Un alto funcionario turco explicó que ese fue el objetivo del comando que desmembró al periodista disidente. Buscaban deshacerse rápidamente del cuerpo.
Turquía reveló ayer otro dato espeluznante sobre el asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi, un hecho que causó conmoción a nivel internacional: el columnista disidente fue desmembrado con el macabro objetivo de disolver con ácido las partes y así hacer desaparecer el cadáver lo más rápido posible.
El dato lo dio Yasin Aktay, consejero del presidente turco Recep Tayyip Erdogan. En una clara ofensiva de Ankara contra la monarquía del Golfo, el propio mandatario se refirió luego al caso y dio otra información punzante. Sostuvo que la orden de asesinar al periodista provino “de los niveles más altos del gobierno saudita” (ver “La orden vino...”).
De esta manera, sin nombrarlo directamente, Erdogan apunta al príncipe heredero Mohamed Bin Salmán, el hombre fuerte de Arabia Saudita, a quien el rey Abdulaziz, de 82 años y debilitado por el Alzheimer, le delegó todo el poder.
Pero el que dio los detalles más siniestros fue el consejero de Erdogan, Yasin Aktay. “Sabíamos que el cuerpo de Khashoggi había sido desmem- brado, pero ahora vemos que no solo lo descuartizaron, sino que lo disolvieron” en ácido, dijo al diario turco Hürriyet. “De acuerdo con las últimas informaciones, la razón por la que lo cortaron en pedazos fue para poder disolverlo más fácilmente. El objetivo era no dejar rastros del cuerpo”, agregó Aktay.
La Fiscalía turca había declarado el miércoles pasado que el periodista fue estrangulado a los pocos minutos de entrar en el consulado saudita de Estambul, el pasado 2 de octubre. Khashoggi, un hombre cercano a la monarquía saudita, pero distan- ciado de ella desde que el príncipe Salmán llegó al poder, llevaba un año viviendo en Estados Unidos, donde colaboraba con The Washington Post y escribía columnas en las que criticaba moderadamente determinadas políticas de Riad.
Viajaba con cierta frecuencia a Turquía para visitar a su novia, Hatice Cengiz, ciudadana turca, con la que planificaba casarse. Con ese fin solicitó al consulado saudita en Estambul documentos relativos a su divorcio anterior. Obtuvo una cita para el 2 de octubre, y fue en ese momento cuando se puso en marcha un plan para asesinarlo.
Un equipo de tres agentes sauditas llegó a Estambul el 1 de octubre, y otros 15 lo hicieron el mismo día 2. Cuando Khashoggi entró al consulado fue estrangulado, según la Fiscalía turca.
Los investigadores turcos tuvieron que esperar hasta el 15 de octubre para obtener el permiso requerido de Riad para registrar las dependencias consulares, territorio saudita bajo la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas. La investigación avanzó despacio, según reconoció Ankara, al poner los sauditas todo tipo de trabas que han ralentizado el trabajo de los expertos turcos.
Las autoridades sauditas negaron todo durante dos semanas, hasta que finalmente admitieron que lo habían asesinado. Aunque la versión fue muy inocente: dijeron que hubo una pelea y que Khashoggi murió por los golpes recibidos. Luego sostuvieron que fue una operación “no autorizada”, tratando de despegar del crimen al príncipe Salmán.
La comunidad internacional, horrorizada con el caso, exigió su esclarecimiento urgente. El reclamo vino especialmente de las potencias europeas, ya que Estados Unidos, un socio histórico de la monarquía saudita, intentó protegerlo en un principio. Con la cantidad de pruebas contundentes que había, Washington no tuvo más remedio que exigir justicia en el caso.
Israel, que estableció buenos vínculos con Arabia Saudita dado que ambos tiene como enemigo común a Irán, se refirió al tema ayer por primera vez. El primer ministro Benjamin Netanyahu calificó de “horrible” el asesinato de Khashoggi, pero pidió preservar la estabilidad de la monarquía ultrarreligiosa saudita.
“Es muy importante para la estabilidad del mundo, para la región y para el mundo que Arabia Saudita permanezca estable”, afirmó el mandatario israelí, demostrando que las alianzas tácticas priman sobre este truculento crimen cometido en una sede diplomática.
A un mes del asesinato, “no hay consecuencias” y sí “una sensación de impunidad”, señala Timothy Kaldas, analista del Instituto Tahrir para Oriente Medio. “Parece que el mundo encontró la forma de ignorar todo esto y continuar apoyando al régimen. Estas acciones mandan el mensaje de que el dinero saudita es más importante que la sangre de los ciudadanos de esta región”, denuncia el especialista. ■