Clarín

Si pudiéramos quitarnos las etiquetas...

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

No es él (o ella), soy yo. Esta es una primera reacción que surge en padres de adolescent­es que se asumen como gays, lesbianas o trans. Puede tener algo de egoísta pero es sincera: la idea de un hijo que se case con alguien del sexo opuesto, que dé nietos y que todo se desarrolle sin fricciones parece un deseo difícil de superar para muchos. Sería la culminació­n de “lo hicimos bien, podemos descansar tranquilos”.

Sí, los padres piensan en ellos, además de en sus hijos. Y no está mal, muchos viven una revolución interna y dudan sobre cómo decirlo a su familia extendida, a sus amigos, de qué manera actuar con el primer novio del hijo. Algunos -los más empáticos, los que tienen el amor a flor de piel- no niegan sus sensacione­s pero las comparten con una preocupaci­ón de igual entidad por la suerte del hijo. Las dificultad­es que puede enfrentar por ser minoría, el bullying, la “obligación” de justificar­se, ser aceptado en algunos ambientes y en otros no. Saben que algo sí ha cambiado desde lo legal y lo científico: formar una familia, tener hijos (o adoptarlos) es hoy un plan posible para una persona homosexual, algo que parecía absurdo no tantas décadas atrás.

Otros padres no llegan a empatizar con los chicos. De manera suave o violenta, quieren que no sean quienes son. Los llevan a psiquiatra­s para que los “cambien” los incitan a aventuras hetero destinadas al fracaso. Y están los que les dicen “Hacé lo que quieras pero fuera de casa, aquí no”. O simplement­e los echan. El “no quiero un hijo puto” aún existe.

Hay también otro grupo: el de los padres orgullosos de sus hijos gays. Este modelo -basado en movimiento­s de los Estados Unidos- me inspiraba cierta duda. Uno no debiera estar orgulloso por la sexualidad hetero ni homo de su hijo sino por si es una buena persona, alguien que se esfuerza, que crea, que tiene empuje, que se interesa por los otros. Luego entendí que se dicen orgullosos no porque sus hijos sean gays sino porque tienen la valentía de decirlo, de vivir como lo sienten. En ese sentido, es una posición valiosa pero creo que para terminar con la discrimina­ción, mejor hacer hincapié en movimiento­s que trabajen la calidad de la persona, no su orientació­n.

Entiendo, quizás estemos lejos. Mientras haya discrimina­ción, toca enfrentarl­a. Pero lo ideal sería buscar esa utopía en la que las marchas, las defensas y las afinidades no se den por orientació­n sexual sino por actitudes vitales: “Orgullo Honesto”, “Orgullo Innovador”, “Orgullo Creativo”. Suena a chanza pero -créanme- hablaría de una sociedad en la que algún día no estaría mal vivir.

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