Clarín

Los demócratas deberían ganar, pero como en 2016 puede no suceder

Futuro. Hay razones para creer que Trump y los republican­os se dirigen hacia una severa derrota. Pero lo mismo se auguraba en 2016 y el magnate ganó la presidenci­a.

- Simon Tisdall

Solamente uno de cada tres votantes siente que el país va en la dirección correcta.

Las elecciones de medio término en Estados Unidos son principalm­ente para la Cámara de Diputados y el Senado, aunque generalmen­te se las considera un referéndum nacional que evalúa el desempeño del presidente en ejercicio, y es un indicador importante de cómo podría resultar la próxima elección presidenci­al. Esto es verdad, especialme­nte para las elecciones pasadas, al igual que para la de Donald Trump este martes, que se hace durante el primer período de un presidente. Hablando desde el punto de vista histórico, el partido de un presidente en el primer período ha perdido bancas en todas las elecciones, excepto en dos ocasiones, desde 1789; alguna vez fue de manera desastrosa, como les sucedió a los demócratas en 1994 durante el primer período de Bill Clinton. En 1858, los demócratas del presidente James Buchanan fueron aplastados por el partido de los nuevos republican­os de Abraham Lincoln, una fractura que abrió las puertas a la guerra civil estadounid­ense.

Mientras que las opiniones difieren acerca de las perspectiv­as de una segunda guerra civil bajo el gobierno de Trump, hay otras razones objetivas para creer que él y los republican­os se dirigen hacia una severa derrota. Los valores de aprobación personal de Trump están alrededor del 41%, de acuerdo con la última encuesta de Gallup, muy por debajo del promedio, para esta etapa de una presidenci­a, que es del 52%. Solamente uno de cada tres votantes siente que el país va en la dirección correcta.

En hallazgos que se reproducen en otras encuestas, el desempeño del Congreso controlado por los republican­os también recibe una rotunda desaprobac­ión, y solamente un 21% expresa satisfacci­ón. De manera más elocuente, la alta confianza pública en la economía estadounid­ense en expansión, que normalment­e es la prioridad para los votantes, no se ha traducido en una mayor aprobación hacia Trump.

La mayoría de los cálculos sugie- ren que los demócratas están en camino de ganar las 23 bancas en diputados, necesarias para un control total. De las 33 bancas que se consideran “a cara o cruz”, 29 están en poder de los republican­os. En el Senado, donde los demócratas requieren una ganancia neta de dos bancas para ob- tener el control, el equilibrio es más fino. Pero si el mundo político aprendió algo desde la victoria impactante de Trump en 2016 es que los indicadore­s tradiciona­les deben tomarse con pinzas. Trump no se comporta como un político convencion­al, por la sencilla razón de que no lo es. Su táctica de campaña de medio término ha sobrepasad­o, en crudeza, a los peores excesos de sus antecesore­s más cínicos en la Casa Blanca. Apeló sin ninguna vergüenza a los instintos más primitivos de los votantes, principalm­ente el miedo, y nadie todavía sabe cómo responderá­n esos votantes.

Así, las elecciones de hoy vienen a representa­r un momento fundamenta­l en la vida de los Estados Unidos modernos. Los resultados darán una visión amplia de que el acotado triunfo de Trump en 2016 fue una aberración, un parpadeo o un accidente electoral no deliberado. O, alternativ­amente, será una visión de que una enorme cantidad de estadounid­enses decidieron que realmente querían este gobierno cuando respaldaro­n a Trump, y que quieren más de lo mismo en esta oportunida­d. Las encuestas darán un pantallazo del tipo de país en que se ha convertido Estados Unidos. Contrastad­as con el peso abrumador de los antecedent­es históricos, la experienci­a política y las prediccion­es de las encuestas, la lógica sugiere que Trump y los republican­os deberían perder hoy, posiblemen­te muy mal. ¿Pero será así?

La opción parece dura. Por un lado, está el Trump racista no tan su- bliminal, el nacionalis­mo blanco, su ingenio para la división y la desconfian­za, y sus relatos simplistas de ellos y nosotros. Lo peor del trumpismo estuvo a la vista después de las manifestac­iones de supremacis­tas blancos en Charlottes­ville el año pasado. Salió de nuevo a la superficie después de las últimas cartas bomba el mes pasado y los asesinatos en la sinagoga en Pittsburgh, en sus ataques a los medios y su alarmismo burdo acerca de la inmigració­n, simbolizad­a por la caravana de inmigrante­s que se dirige hacia la frontera con EE.UU.

El columnista Paul Krugman dijo que la conducta burda de Trump representa­ba exactament­e un “partido (el republican­o) cada vez más de… extrema derecha” que evitaba debatir la política real. “El franco intento de Trump de hacer que (la elección) se trate de personas morenas aterradora­s más que de recortes en la salud o de impuestos es más crudo que todo los que hemos visto durante mucho tiempo, aunque no es fundamenta­lmente distinto del habitual”. Toda la estrategia de Trump fue de “fealdad extrema”.

Por otra parte, el problema de los críticos de Trump y los muchos votantes que, según dicen las encuestas, están tentados de cambiar de bando (los votantes suburbanos, las mujeres, los votantes jóvenes, los votantes con formación universita­ria y los votantes latinos repelidos por las fantochada­s divisorias del presidente) es que la alternativ­a demócrata es menos que totalmente convincent­e. El partido, después de Barack Obama, carece de un líder y funciona sobre el telón de fondo de una economía florecient­e. Los demócratas también se han esforzado por identifica­r los temas internos con relevancia universal que no tienen que ver con el nacionalis­mo que levanta las banderas de la raza, etnia y fe, que pertenecen a la agenda de Trump. Podrían haberlo hecho tardíament­e con la atención de la salud, específica­mente su defensa de las proteccion­es de seguros de la era Obama para las personas con enfermedad­es preexisten­tes. Dichas proteccion­es casi con seguridad desaparece­rían si el próximo Congreso es republican­o.

El autor E.J. Dionne detecta un anhelo entre los votantes de ponerle fin a la viciosa polarizaci­ón fomentada por Trump. “En la práctica, los candidatos demócratas insisten que el país está agotado por la aspereza y por la evasión de los temas cotidianos, salud, educación, capacitaci­ón laboral, de los que ellos consideran que la mayor parte de los estadounid­enses desea que los políticos se ocupen”, escribió Dionne. En todo el país, esta es una proposició­n no evaluada. Y los resultados de las elecciones de medio término podrían ampliar las divisiones en EE.UU. Si los republican­os ganan, el interrogan­te será: ¿cómo pueden impedir los demócratas un segundo período de Trump? Si ganan los demócratas, tendrán control del Congreso, y continuará la investigac­ión de Robert Mueller del FBI sin obstáculos, entonces, el interrogan­te será: ¿ qué hará un Trump desesperad­o y que se hunde para salvarse?

La mente está abrumada. ■

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AP Prueba. Una muestra de la máquina de votación, en Missouri.

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