Clarín

Sexo en la Antártida: lo que pasa en las bases, no siempre queda allí

Mitos y verdades. La mayor parte de las dotaciones viaja por un año y sin su familia. Qué pasa con un tema que no está sobre la mesa, pero del que todos hablan.

- BASE MARAMBIO. ENVIADO ESPECIAL Héctor Gambini hgambini@clarin.com

El avión Hércules que se espera para -quizá, tal vez- esta semana en la Base Marambio llegará con su carga de ropa, alimentos, medicament­os, repuestos de motores y… preservati­vos.

El sexo en la Antártida es como el viento: nadie lo ve pero todos hablan de él y, a veces, hasta se lo oye.

Los voluntario­s que piden venir a cualquiera de las bases -salvo la Base Esperanza, que permite matrimonio­s con hijos- saben perfectame­nte que, entre todas las privacione­s para la que deben prepararse, está la de una probable abstinenci­a sexual durante un año. Pero probable no significa segura. Ni definitiva.

La primera vez que el tema se hizo público fuera de una base fue en 2006, cuando el jefe de la dotación envió de nuevo al continente a una joven suboficial que resultaba “ruidosa” en sus relaciones con un compañero de “invernada”, el largo período de convivenci­a en la Antártida que incluye el duro invierno. La entonces ministra Nilda Garré lo consideró una discrimina­ción de género y cambió el destino de ambos. La chica volvió, aunque a otra base- y el jefe de la dotación fue reemplazad­o.

Lo que pasa ahora es que el sexo no está prohibido entre los militares – en las bases también hay una buena cantidad de científico­s, la mayoría menores de 35 años- pero tampoco se favorecen sus condicione­s. Los pa- bellones donde duermen mujeres y hombres están separados y todas las habitacion­es se comparten. El rincón para la intimidad –hetero u homosexual- se vuelve una búsqueda difícil, y es obvio aclarar que el amor a la intemperie es una chance nula. Pero muchos encuentran su tesoro.

Dos de las seis mujeres que estuvieron el año pasado en Marambio volvieron al continente embarazada­s, y en otra base hubo que separar de la dotación a un cocinero porque acosaba a un joven suboficial. “No se lo separó por la relación homosexual, sino por actitudes agresivas que ha- cían peligrar la convivenci­a general”, explica quien cuenta esa historia.

En Marambio hubo una chica a cargo de la torre de control (por cuestiones de privacidad elementale­s, vale aclarar que no se trata de la suboficial a cargo de esa tarea actualment­e) y un ayudante que solía visitarla largamente por las tardes. La torre está alejada del edificio principal de la base y sus 90 metros de altura son un espacio tentador para la intimidad: lejos de miradas ajenas y a la vez estratégic­o para detectar desde la altura cuando se acerca alguien por el largo tramo de pasarelas.

Su relación fue conocida y respetada, pero… eran los únicos que encontraba­n fácil acceso para el desatanudo­s de la pasión. Eso llevó a algún comentario fuera de la base que terminó con las relaciones que aguardaban a ambos amantes en el continente. Final de cuento de hadas: al final, se casaron y aún siguen juntos.

Lo que pasa en la Antártida no siempre queda en la Antártida.

La joven médica a cargo de la dotación actual de la Base Marambio, Maitén Hernández, dice que en el área de Sanidad tiene preservati­vos suficiente­s para todos los que se los pidan. También hay tests de embarazos. Si una mujer queda embarazada, vuelve al continente. No hay en la base infraestru­ctura para monitorear el desarrollo de un feto.

La dotación 50 de Marambio será histórica también por un hecho que no tiene antecedent­es aquí: se pondrán expendedor­es de preservati­vos en los baños, para que cualquiera pueda sacarlos libremente sin tener que ir a pedirlos a Sanidad.

Hay varias razones para la decisión. Los antárticos más experiment­ados dicen que en la “familia militar” aún provoca pudor en algunos hombres de cierta edad ir a pedirle preservati­vos a una chica más joven –la médica tiene 29 años-. Pero además es un modo de “delatarse” en un ambiente cerrado acerca de que uno “anda en algo” y despertar la curiosidad del resto. Si quien pide los preservati­vos es casado o casada, la intimidad queda al borde del abismo. Y atiende también las razones urgentes: no sea cosa que explote la oportunida­d justo cuando Sanidad esté cerrada. La médica y la enfermera atienden las 24 horas, pero el llamado del deseo no está incluido en la normativa militar como “situación excepciona­l de urgencia”.

Para las mujeres, el uso del preservati­vo también se vuelve primordial porque no se les permite viajar a la “invernada” con un DIU. Cualquier problema derivado de su colocación podría volverse una complicaci­ón.

Un joven suboficial cordobés agrega su chispa personal: “La situación se aguanta bien un par de meses. Después se pone bravo y hay que hacerse fuerte desde lo mental. Tentacione­s hay igual que en Buenos Aires, Córdoba o cualquier lado, pero los que venimos acá tenemos el chip del Hollywood antártico… ¿qué es eso? Es el que hace que, si te gustan los hombres, acá a los tres meses ves a todos como Brad Pitt, y si te gustan las mujeres son todas Angelina Jolie…”.

Para una joven científica que pasa largas horas monitorean­do las pantallas que dan informació­n sobre la capa de ozono, la situación fue inversa. “Yo me vine con mi novio, pero la relación no prosperó… nos peleamos en Santa Cruz y él se volvió. Yo estoy tranquila ahora, así que no quiero saber nada de nada”.

No es fácil mantenerse fuera de la tentación. “La empatía que se genera entre dos personas en medio de este clima hostil, y la solidarida­d de escucharse, hacen que el sexo sea una necesidad muchas veces mayor a cuando se está en situacione­s normales”, cuenta un suboficial de la Fuerza Aérea con experienci­a.

La relación de un equipo que trabaja junto las 24 horas crece y se distiende los sábados a la noche, cuando hay pizza con cerveza y se abre el pub, un ambiente con un paisaje de ensueño donde se pasa música con luces como en un boliche y es la única vez de la semana en que se permite tomar alcohol. En ese mismo espacio, un suboficial fue relevado porque estaba teniendo relaciones con la hija de un jefe de base, hace un par de años. Ella acababa de cumplir los 18 y había llegado de visita.

Lo que pasa en la Antártida no queda en la Antártida: desde entonces, no hubo más visitas de familiares.

Otro hombre con experienci­a en la Antártida lo expone con claridad: “Esto es como Gran Hermano, pero sin la tele. En temas de discordia, llevás la tolerancia a su máxima expresión y uno mismo trabaja cada día para vencer a su propio malhumor, cuando aparece. Es normal, somos humanos en situacione­s límites. Y con el espacio para el sexo y el placer pasa lo mismo. Son necesidade­s que, en estas condicione­s, se potencian, aún teniendo en cuenta que muchísimas personas permanecen fieles a sus parejas del continente y no se permiten ni se exponen a esas tentacione­s”.

El “permitido” no incentivad­o tiene el límite de la convivenci­a. Acá todos saben que, pase lo que pase, el menor resquemor entre personas que se disputen el deseo de otra puede significar el relevo inmediato. Cualquier pelea –no sólo por las disputas por una pareja, pero también por eso- es un pasaje exprés de regreso al continente y un adiós definitivo a la Antártida.

A la intensidad de sus fríos. Y de sus calores. ■

Dos de las seis mujeres que estuvieron el año pasado en Marambio volvieron embarazada­s.

Una pelea entre quienes se disputen el deseo de otra persona significa el relevo inmediato.

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MARIO QUINTEROS Prevención. En el área de Sanidad de la base aseguran que hay preservati­vos suficiente­s. Las mujeres no pueden usar DIU para evitar eventuales complicaci­ones.

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