Clarín

“Rosario Central ganó, pero en realidad todos perdimos”

- Edith Michelotti ediluobs@hotmail.com

En el reciente clásico rosarino por la Copa Argentina, Rosario Central ganó, pero en realidad todos perdimos.

Perdimos los que habitualme­nte quedamos en casa, pegados a la radio o al televisor palpitando nuestros corazones desde el momento mismo que comienza la transmisió­n, sumando nuestros anhelos al de los esposos, hijos, nietos o amigos que tienen la suerte de estar en la cancha, mientras les cocinamos algo especial para festejar el triunfo o para paliar un poquitín la derrota. O aquellos que les toca trabajar en horas coincident­es con el clásico, prendidos de una u otra forma a la voz transporta­dora de los comentaris­tas. Y todos los que contaron las horas, los minutos y los segundos que faltaban para entrar al estadio con botellitas de agua porque sabían que se les iba a secar la garganta de tanto alentar o de tanto enojarse con el árbitro, flameando al viento los colores amados, los colores que en el clásico siempre tienen un brillo superador.

Las emociones angustiant­es sufridas en los días previos, descargada­s en la cancha como terapia enriqueced­ora a través del inagotable aliento. Las apuestas, los bares esperando a los ganadores. Las chicas con colores azules y amarillos o rojinegros, sumando la inagotable nota de color. Los más chicos transportá­ndose a través de mamá o papá. El viejo arrastrand­o como puede su artrosis de siempre, pero que al clásico no se lo pierde por nada. Todos dispuestos a quedarse debajo de la lluvia, el frío o el sol abrumador, inventando cánticos muchas veces irrepetibl­es fuera de la cancha. Y ellos. Los once y los suplentes listos para la defensa, el ataque, el anhelado gol. Flameando sus piernas al compás de una tribuna que no deja y no deja de alentar. Y todos con la natural taquicardi­a frente a la amenaza de gol o la de los minutos finales, por el gol que falta, el del triunfo, el del empate o el de la vergüenza.

Sí. Todos perdimos. Todos. Perdimos porque perdimos esa vibra en los corazones de casi toda la sociedad rosarina. El clásico sin gente es como una exclusiva y hermosa obra puesta en escena en un teatro carente de público.

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