“Rosario Central ganó, pero en realidad todos perdimos”
En el reciente clásico rosarino por la Copa Argentina, Rosario Central ganó, pero en realidad todos perdimos.
Perdimos los que habitualmente quedamos en casa, pegados a la radio o al televisor palpitando nuestros corazones desde el momento mismo que comienza la transmisión, sumando nuestros anhelos al de los esposos, hijos, nietos o amigos que tienen la suerte de estar en la cancha, mientras les cocinamos algo especial para festejar el triunfo o para paliar un poquitín la derrota. O aquellos que les toca trabajar en horas coincidentes con el clásico, prendidos de una u otra forma a la voz transportadora de los comentaristas. Y todos los que contaron las horas, los minutos y los segundos que faltaban para entrar al estadio con botellitas de agua porque sabían que se les iba a secar la garganta de tanto alentar o de tanto enojarse con el árbitro, flameando al viento los colores amados, los colores que en el clásico siempre tienen un brillo superador.
Las emociones angustiantes sufridas en los días previos, descargadas en la cancha como terapia enriquecedora a través del inagotable aliento. Las apuestas, los bares esperando a los ganadores. Las chicas con colores azules y amarillos o rojinegros, sumando la inagotable nota de color. Los más chicos transportándose a través de mamá o papá. El viejo arrastrando como puede su artrosis de siempre, pero que al clásico no se lo pierde por nada. Todos dispuestos a quedarse debajo de la lluvia, el frío o el sol abrumador, inventando cánticos muchas veces irrepetibles fuera de la cancha. Y ellos. Los once y los suplentes listos para la defensa, el ataque, el anhelado gol. Flameando sus piernas al compás de una tribuna que no deja y no deja de alentar. Y todos con la natural taquicardia frente a la amenaza de gol o la de los minutos finales, por el gol que falta, el del triunfo, el del empate o el de la vergüenza.
Sí. Todos perdimos. Todos. Perdimos porque perdimos esa vibra en los corazones de casi toda la sociedad rosarina. El clásico sin gente es como una exclusiva y hermosa obra puesta en escena en un teatro carente de público.