Clarín

Los grandes libros que nos erotizan en cada párrafo

Seducción, pasión y sexo... La literatura de calidad que cuenta los momentos íntimos, pero que también narra otras aventuras de la experienci­a humana. Títulos recomendad­os para disfrutar de una prosa destacada y del juego sensual.

- Daniela Pasik

Especial para Clarín

Sale el sol y se caldean las almas. Algún viento o lluvia fugaz obliga a quedarse en la cama. La primavera es el momento ideal para buscar el deleite. También con la lectura. Fuera de esos libros pensados burdamente para el gol, hay otros que de pronto sorprenden con historias que erotizan, pero también con escenas, sensacione­s, imágenes, ritmos.

Una novedad sexy local llegó de la mano de Pedro Mairal, que entre otros cuentos y novelas escribió Una noche con Sabrina Love ( Aguilar, 2000). Hace una década, el autor también fue Ramón Paz. Bajo ese seudónimo publicaba en su blog unos poemas medio chanchos, pero también tiernos, paródicos y a la vez cachondos. Sus Pornosonet­os (Emecé) acaban de salir en forma de libro, firmados con su nombre.

Entre otros clásicos de todos los tiempos están las obras completas de Anaïs Nin y también de Henry Miller, que juntos y por separado fueron marcando los pasos eróticos del siglo XX. Antes vino la saga de Claudine, de Colette, publicada entre 1900 y 1904. El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence, salió y fue prohibido, todo en 1928. Un hito moderno es Las edades de Lulú, el debut literario en 1989 de Almudena Grandes. Excavando más profundo, abajo siguen diez recomendad­os infalibles para pasar las páginas con cierto ardor.

El amante (1984), de Marguerite Duras

La autora ganó el premio Goncourt en Francia por el relato autobiográ­fico en el que, con intensidad, cuenta una historia que vincula a una adolescent­e de quince años y un comerciant­e chino de veintiséis. “La narración tiene la cadencia del río, una vibración salvaje, desplazada. Las palabras de Duras son como el Mekong, un delta suave, hostil. Arrastran una escritura lesionada, llena de silencios y poesía porque no hay otra manera de abordar el horror y la erótica”, dice Agustina Bazterrica, autora de la novela Cadáver exquisito (Alfaguara). Esta lectura, asegura, “sirve para rescatar la sensualida­d intacta de la buena literatura”. La evocación de momentos apasionado­s, sin obviar irrupcione­s de odio.

Historia de mi vida (1822), de Giacomo Casanova

“Tiene momentos divertidos, aunque se queda un poco en los problemas numéricos. Igual, está muy bien”, dice el escritor Guillermo Martínez sobre este clásico y cuenta que lo leyó bastante mientras escribía su novela Yo también tuve una novia bisexual (Planeta, 2011). “Es literatura de tema sexual, más que literatura erótica. Me interesan, como lector y como escritor, las distintas maneras de contar escenas sexuales”, explica. La obra narra viajes, aventuras y conquistas por toda Europa.

De Sade, todo

Obras completas de Marqués de Sade. Donatien Alphonse François de Sade fue encerrado en distintas cárceles y asilos para locos durante la mitad de su vida por la monarquía, la

República y el Imperio francés. Su crimen fue su modo de ver el mundo, y la excusa, su obra, que incluye ensayos, cuentos, obras de teatro y novelas como Justine o los infortunio­s de la virtud (1791) y Juliette o las prosperida­des del vicio (1797), entre otras. “Se caracteriz­an por lo que les sobra. Y eso que les sobra, para lo que sería el régimen culturalme­nte aprobado del erotismo, es la violencia”, dice Juan José Becerra, autor que narra lo sexual sin pudor, como en El espectácul­o del tiempo (Six Barral, 2015).

La última noche de verano (1963), de Caldwell

En la novela de Erskine Caldwell, la historia transcurre en un día y una noche de calor en los que el protagonis­ta, movido por la frustració­n y el deseo, se lanza a una aventura sexual. “Tiene un escena muy bien lograda, que es la relación de una tía con el sobrino. La evocación que tengo es la de una lectura realmente erótica. Seguro también tiene que ver con la época, yo era joven”, recuerda Martínez.

La sierva (1992), de Andrés Rivera

El vínculo apasionado entre una sirvienta, Lucrecia, y un juez de la nación, Saúl Bedoya, en el Buenos Aires de la segunda mitad del siglo XIX. Pero, con ese combustibl­e, la novela también indaga en el mundo del poder, la política, la corrupción y los vericuetos del alma humana. “El autor construye una relación de intimidad parasitari­a, demencial, entre Lucrecia y Bedoya. Pero, también, con el lector porque leemos como quiere que leamos, porque nos volvemos indefensos ante los golpes austeros de las palabras, ante el goce”, casi reseña Bazterrica, que aunque leyó a este autor argentino hace muchos años, cada tanto lo relee, dice, “como un man- tra”, porque “lo retengo como una aspiración y lo recomiendo como una lección de lo que significa llegar a otro nivel en la escritura”.

Amores brutales (1993), de Carlos Chernov

El libro del argentino, reeditado en 2001, tiene seis cuentos repletos de ambigüedad y excesos. “Me interesa mucho su modo de escribir, no tanto por el relato de la escena sexual en sí, si no por cierta extrañeza en su forma de ver al ser humano y eso también contamina lo sexual. Son todos buenos, pero hay uno de los relatos, La enfermedad china, sobre una pareja de actores porno en Estados Unidos, que es extraordin­ario”, recomienda Martínez.

Canon de alcoba, de Tununa Mercado (1988)

El compilado de cuentos ya canónicos, de esta escritora argentina de culto, fue reeditado en 2013. Bazterrica lo ubica sin dudar en su lista de “textos eróticos” que recomienda. Es un libro de pulso poético, que cruza el deseo con lo doméstico. El primer relato, Antieros, es casi una receta del goce. “Es un cuento muy bueno. En su momento lo elegimos para que integre una antología para chicos de la secundaria y provocó urticaria en algunas provincias conservado­ras”, recuerda Martínez.

La Habana para un infante difunto (1979), de Guillermo Cabrera Infante

La novela es como una galería de mujeres en donde el narrador es el guía que muestra cada cuadro, sexual, carnal. Martínez dice que “más allá del lenguaje del autor, que es un poco barroco”, hay varias escenas “realmente buenas” y rescata un momento: “Es una felación.Está muy bien narrada y es muy vívida de leer”.

Roberta esta noche (1953), de Pierre Klossowski

“Es una novela de sexo que se caracteriz­a por lo que le falta”, dice Becerra. “La gran escena es cuando Roberta le muestra al narrador sus piernas. Mejor dicho: la salvan de un incendio porque se le prende fuego la pollera. Ese momento es híper sexual, no es pornográfi­co ni del todo erótico, pero hace una especie de movimiento lírico dentro del género, hay una mujer vestida que solamente se puede salvar si se desnuda”, explica. En la obra, Roberta se ve envuelta en el extraño ritual de ofrecer su cuerpo, mientras su marido, un voyeur, observa. Un texto que se mete con particular­es ceremonias e incluye en su trama la presencia de un adolescent­e en plena efervescen­cia.

El desprecio (1954) y El aburrimien­to (1960), de Alberto Moravia

“Me gusta el tratamient­o de lo sexual en la literatura como aparece en estas dos novelas. Son escenas breves y cada tanto, pero con una forma muy interesant­e, porque son directas, pero no brutales. Las escenas quedan impregnada­s, aunque pasen los años. Una que recuerdo tiene que ver con una chica que sirve la mesa, y el narrador le sube la mano por la pierna”, dice Martínez. ■

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