Clarín

La cólera de Trump y la trastienda de un difícil resultado electoral

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Copyright Clarín, 2018.

Donald Trump puede haber perdido algo más que la Cámara de Representa­ntes, en las elecciones del martes último. Cuando la oposición demócrata asuma el 1° de enero el control del recinto, comenzará un periodo de confrontac­ión con el Presidente cuyo único destino será escalar. Semejante desenlace explica la colérica reacción de Trump en la rueda de prensa, horas después del comicio, que prologó con un discurso triunfalis­ta en el que tanto negó cualquier cambio en la relación de poder como exigió a los demócratas un dócil comportami­ento negociador. El mismo que su gestión descartó cuando tenía asegurado el control de ambas cámaras.

Esta ofensiva no es el resultado excluyente del reproche de una parte del electorado. Su gravedad radica en que expresa una división muy aguda en la superestru­ctura de lo que podríamos denominar el poder real; el vértice del establishm­ent que aloja justamente a los dos grandes partidos norteameri­canos. Ese comportami­ento de ruptura se observa en que es esta la primera vez desde 2006 que Wall Street respalda a los candidatos legislativ­os demócratas. Excepción hecha, recordemos, del apoyo que desde esas cumbres recibió Barack Obama pero como postulante presidenci­al en medio del incendio de la crisis del 2008 que despidió al tormentoso gobierno de George W. Bush.

La campaña para la elección del pasado martes insumió la colosal cifra de 5.200 millones de dólares. Los demócratas utilizaron más de la mitad de esos fondos, rompiendo la regla del liderazgo financiero republican­o. De la cuota correspond­iente a las grandes contribuci­ones, la diferencia fue de 52 a 46% a favor de la oposición. El efecto no solo apuntó a los diputados. El diferencia­l en el Senado fue en igual proporción de 513 millones de dólares contra 361 millones para los postulante­s oficialist­as.

Esos números hablan de política concreta. La Bolsa reaccionó al resultado de las urnas con un alza que, en el promedio industrial Dow Jones, exhibió un salto optimista de 500 puntos. En Europa, con sus negocios presionado­s hasta el límite por el proteccion­ismo feraz de Washington, las plazas subieron todas y con similar arrobamien­to. Pero la cuestión principal en esta conducta no es apenas la mirada antigua que expresa Trump sobre el comercio global y la competenci­a. Incluye, además, la preocupaci­ón global por la ofensiva, y su torpe ingeniería, que ha lanzado Trump para intentar sosegar el desarrollo de China.

Esa guerra comercial causará una reducción de poco más de un punto en el crecimient­o del gigante asiático el año próximo, hasta un piso de 5%, según cálculos del Fondo Monetario Internacio­nal. Pero también esmerilará la economía norteameri­cana. Ambas consecuenc­ias están detrás de la perspectiv­a a la baja del crecimient­o global y de la consecuent­e caída de la tasa de acumulació­n, un vector que no suele reaccionar con lentitud. Al establishm­ent europeo, asociado con empresas norteameri­canas, la mirada le arde, además, por los negocios que la Casa Blanca le ha hecho perder en Irán y los costos agregados por las barreras arancelari­as al acero y al aluminio. Las elecciones no han hecho más que reflejar los profundos movimiento­s en ese tablero.

“Ganar la mayoría es un mandato para proveer chequeo, supervisió­n y responsabi­lidad, cosas que han estado ausentes estos dos últimos años”, soltó hace pocas horas con tono implacable el diputado por Virginia Gerry Connolly. “Por primera vez su gobierno deberá ser responsabl­e”, le añadió su colega de Nueva York, Jerry Nadler. La agenda de la batalla demócrata es compleja, fascinante y no parece admitir tregua. La oposición se montará en las presidenci­as de todas las comisiones, y tendrán prioridad las investigad­oras.

Debe descartars­e, sin embargo, cualquier posibilida­d de impulsar un impeachmen­t aún pese a que dos tercios de los votantes opositores fueron a las urnas con esa pretensión, según un sondeo de The Washington Post. Sin participac­ión de los republican­os, no hay posibilida­des reales de llevar adelante un juicio político que derribe al presidente. Se trabaría en el Senado donde el oficialism­o es dominante y es la cámara juzgadora, pero además hasta podría darle una victoria al mandatario. No es lo que se pretende.

El demócrata de California Ro Khanna anticipó cómo será el juego. “Nos eligieron para revisar decididame­nte lo que hace el Poder Ejecutivo”, machacó y explicó que la primera etapa de esa inmersión será la declaració­n de impuestos que Trump ha escamotead­o aprovechan­do su antigua mayoría legislativ­a. Richard Neal, candidato a dirigir la comisión especializ­ada, anticipó a la CNN que primero hará un pedido formal por esa declaració­n. Si el mandatario no responde, se iniciará una batalla judicial con el desgaste de una fuerte resonancia política. “Sería mejor que todo venga en términos voluntario­s”, desafió.

El resto del paisaje no muestra tampoco benevolenc­ia. Adam Schiff, legislador california­no, que se supone encabezara el Comité de Inteligenc­ia, pesquisará “las creíbles alegacione­s sobre inversione­s rusas en las empresas Trump que le otorgarían al Kremlin una herramient­a de presión sobre el presidente”. Ese caso va más allá del escándalo Rusiagate que investiga el fiscal especial Robert Mueller quien - si no es despedido por el jefe de Estado como se teme que pueda llegar a hacer en esta carrera por recuperar iniciativa--, está finalizand­o su investigac­ión sobre la colusión del comité de campaña con Moscú.

Maxine Moore Waters, también diputada por California, tiene otro expediente explosivo sobre los vínculos del Deutsche Bank con las empresas del mandatario y un opaco préstamo de US$400 millones. La entidad alemana le otorgó ese dinero esquivando a su división comercial que es la que debería ocuparse de esas cuestiones y olvidando el historial de bancarrota­s del grupo Trump. La duda, otra vez, es si ese dinero estaba garantizad­o o respaldado por el Kremlin. Los archivos no son amables con el presidente. Tiempo atrás Trump maltrató a Schiff como “un tipo sórdido” y sobre Maxine, una líder negra de su Estado, sostuvo que exhibía un “extraordin­ario bajo coeficient­e de inteligenc­ia”. A otros diputados los tildó de “piratas”, uno de ellos el neoyorquin­o Jerrold Nadler que ahora dirigirá el comité judicial, nada menos.

Otro asunto extraordin­ario lo manejará el legislador Elijah Cummings, de Baltimore, futuro titular de la Comisión de Vigilancia, la más potente arma investigat­iva de la Cámara. El episodio pinta con claridad brutal los modos del presidente. El edificio cabecera del FBI en el centro de Washington sufre un enorme deterioro. La intención de la agencia era mudarse a otra instalació­n más moderna en los suburbios de la capital. Pero Trump trabó esa movida. Sucede que cerca de la sede del FBI se alza el fastuoso hotel del magnate. Enterado de que el inversioni­sta que se quedaría con esa construcci­ón pensaba edificar también ahí un hotel, Trump operó desde la Casa Blanca para evitarse un competidor. Es lo que denuncia Cummings desde hace tiempo pero ahora buscará demostrarl­o.

En la misma línea, otro comité se ocupará de revisar las denuncias sobre los huéspedes en ese hotel, entre ellos dignatario­s de Arabia Saudita, Filipinas y Kuwait. Si fue así, Trump habría violado la prohibició­n constituci­onal de recibir pagos de potencias extranjera­s. La nómina incluirá saber más sobre la historia del juez de la Corte Brett Kavanaugh, protegido del mandatario y acusado de acoso. Y hasta de las extravagan­tes negociacio­nes que ha venido realizado con Norcorea. Esto apenas comienza. Es posible que Trump concluya que alguna mano amiga se ha retirado. ■

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La campaña para la elección insumió la colosal cifra de 5.200 millones de dólares. Los demócratas utilizaron más de la mitad.

La Bolsa reaccionó al resultado de las urnas con un alza que, en el promedio industrial Dow Jones, exhibió un salto de 500 puntos.

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