Clarín

¿Son responsabl­es las redes sociales?

- Silvio Waisbord

Sociólogo. Profesor de la School of Media and Public Affairs, George Washington Universit

Son las redes sociales los responsabl­es principale­s del éxito electoral de la intoleranc­ia en países como Brasil, Estados Unidos, Filipinas, Hungría, y Polonia? En los últimos años, Facebook, Twitter y YouTube han sido acusadas de haber permitido la propagació­n de mentiras que amplifican el discurso del odio. De hecho, es fácil toparse con comunidade­s de usuarios que postean y reproducen contenidos intolerant­es. Basta cliquear palabras claves o ver unos videos para confirmar que rápidament­e la oferta informativ­a se transforma en un desfile de insultos, falsedades, y conspiraci­ones con un tema común: la deshumaniz­ación de otros.

La presión política ante la inobjetabl­e evidencia forzó a los gigantes de Internet a reconocer, tardíament­e, el problema. Ante la crisis, prometiero­n limpiar sus sitios de contenidos falsos, distribuid­os maliciosam­ente para inflar el odio e influir las elecciones. Armaron equipos de “curadores de contenidos” y reajustaro­n los mecanismos de decisión de publicació­n (los míticos algoritmos) para asegurar que los contenidos se ajusten a su política editorial de prohibir la incitación a la violencia y el odio. Pasaron de abrazar una visión maximalist­a de la “libertad de expresión” a adoptar una posición que justifique editoriali­zar contenidos sin ser tachados de ejercer la censura arbitraria.

En las elecciones recientes en Brasil, Whatsapp, propiedad de Facebook, fue objeto de un vendaval de críticas. Utilizada por más de 120 millones de personas (más de la mitad de la población), la plataforma sirvió como vehículo para la distribuci­ón de contenidos racistas, misóginos, y sexistas, astutament­e envasados en informació­n falsa, fotos adulterada­s y rumores. La particular configurac­ión de la plataforma se presta tanto para la formación de enormes audiencias como para el uso privado de mensajes presuntame­nte confiables.

De cara al escándalo, la compañía tomó varias medidas: reforzó la vigilancia de contenidos, redujo el número de participan­tes en grupos y de veces que un mensaje puede ser reenviado, redobló el uso de software para detectar mensajes automático­s, y colaboró con equipos para chequear la veracidad de la informació­n.

No hay duda que las empresas de redes sociales tienen una enorme responsabi­lidad en las nuevas formas de propaganda del odio. Se han convertido en poderosas intermedia­rias de la (des)informació­n puesto que concitan la atención constante de millones de personas. Su presencia y popularida­d compite y, en algunos casos, opaca a los medios tradiciona­les. Son cámaras de eco para autoritari­os de diversa estirpe, contrarios a cualquier forma de diversidad social. Ahí se encuentran y se reconocen los fanáticos unidos por el amor al espanto: la intoleranc­ia hacia otros, distintos de piel, sexualidad, religión, género, etnia, estatus legal, y creencia política.

Sin embargo, es equivocado pensar que las redes sociales son los únicos responsabl­es del flujo del odio. Es perder de vista el complejo sistema de desinforma­ción e intoleranc­ia que nos rodea.

No hay duda que las plataforma­s digitales, en su obsesión por incrementa­r el tráfico de audiencias, son cómplices ya que proveen autopistas para ficciones cuyo único propósito es sembrar y recoger odio.

Hay que recordar que gran parte de la intoleranc­ia que circula en redes sociales es producto de los discursos de políticos e informació­n de medios ideológica­mente afines.

Estas son las usinas diarias de la intoleranc­ia que encuentran cauce en los medios sociales. Narrativas, frases e imágenes del odio que circulan en medios sociales suelen reflejar lo dicho tanto por políticos como por medios noticiosos que son los abanderado­s de la reacción contra la diversidad. Su misión común es vender mie- do y mentiras, convalidar resentimie­ntos y ficciones para hacer política y hacer plata.

Esta afinidad queda demostrada por las cuentas en medios sociales de los acusados de ser responsabl­es tanto del envío de bombas a prominente­s miembros del Partido Demócrata (y CNN) como la matanza en una sinagoga en los Estados Unidos. Tanto Cesar Sayoc como Robert Bowers usaron lenguaje similar al usado por el presidente Trump y la cadena Fox, sobre una “caravana” de migrantes para “invadir nuestro país” e imágenes falsas, con tonos antisemita­s, sobre quienes supuestame­nte impulsan y pagan a los migrantes. Los violentos utilizan el mismo lenguaje apocalípti­co de las mismas teorías conspirati­vas diariament­e alimentada­s por políticos y sitios de noticias reaccionar­ios.

No es coincidenc­ia. Existe un flujo de retroalime­ntación de informació­n que refuerza la mentira y el odio - políticos, sectores económicos que apoyan las campañas electorale­s, medios tradiciona­les y digitales, y medios sociales. Forman una industria de mentiras que envenena el discurso público según el manual de propaganda autoritari­a: desdibujar las fronteras entre realidad y ficción.

Las falsedades adquieren viso de realidad cuando son emitidas por políticos y medios “confiables” y son compartida­s y aprobadas por amigos y contactos. Los medios sociales son aliados en tanto rehúsan asumir plenamente su responsabi­lidad social como difusores. Así alimentan un círculo vicioso de desinforma­ción, lamentable­mente blindado a contraprue­bas y correccion­es. Imaginemos qué ocurriera si se bajara el volumen del odio perpetrado por políticos y aliados mediáticos y económicos, o se dejara de montar campañas para explotar la “madera torcida” de la humanidad - odio, absolutism­o, ignorancia, y violencia-. Las simpatías autoritari­as no desaparecí­an de la noche a la mañana, pero no tendrían el mismo espacio y la legitimida­d que tienen en las redes sociales. ■

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HORACIO CARDO

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