Clarín

Cuando la comida se convierte en amenaza

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Recuerdo el primer auto que tuve con aire acondicion­ado. Precario, funcionaba así así pero permitía, en verano a tope, viajar con las ventanilla­s levantadas. La mayor diferencia la sentí en la autopista: sin darme cuenta corría a 150 kilómetros. La velocidad no se notaba. Al percibirlo, levanté el pie del acelerador y dejé que se fuera frenando. Ahora, siempre, en la ruta escudriño el velocímetr­o: ir demasiado rápido pasa desapercib­ido. El automóvil contemporá­neo es engañoso, ofrece más de lo posible.

Algo similar pasa con la comida. El kiosco, la panadería, el súper, en todas partes abundan ofertas a las que cuesta resistirse. Las más baratas –por azúcares, harinas refinadas, grasas trans y sodio– suelen ser las nocivas, las que generan conductas adictivas. Como el acelerador del auto, hay que estar siempre atento al impulso, es imperioso controlars­e. La comida está ahí, demasiado a mano, en muchos casos barata. El cuerpo dice sí, pero la mente tiene que decir no.

Ese desajuste, estoy convencido, provoca tensiones que derivan en contratiem­pos alimentici­os: sobrepeso, obesidad, atracones y, en extremo, bulimia y anorexia. Dirán que la personalid­ad también influye, que no todos dejamos de comer o vomitamos sin más. Es cierto, el factor individual existe pero la tendencia social también: sin caer en lo que comúnmente se llama trastorno, vemos cuerpos promedio cada vez más adiposos. La gente lucha contra los fantasmas de la demasiada comida y, a menudo, pierde.

La bulimia y la anorexia son maneras patológica­s de decirse: yo soy diferente, hago la mía. Como el ermitaño que se retira a la cueva o el hombre o la mujer que deciden ser célibes, el anoréxico se margina del alimento y el bulímico se atiborra pero lo expulsa antes de que se integre al cuerpo. Estas comparacio­nes pueden parecer polémicas: el ermitaño tiene fama –mal ganada a menudo– de sabio y los célibes parece que dejan el sexo para dedicarse al espíritu. Pero no, también abandonan una parte del mundo.

Lo sé, la comida es diferente. Y quien sufre estos problemas suele canalizar por allí desajustes afectivos, insegurida­d, temor a crecer. Sin duda que eso es primordial y define a la persona. Tanto como la paradoja de un mundo lleno de alimentos en los que mucha gente tiene hambre y otros pecan por exceso (cultura de extremos, como una bulimia social). Las trabas son individual­es pero no vivimos aislados sino en grupo y la red que nos une, a veces, también nos desampara.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina