Clarín

El estudiante

- Rolando Barbano rbarbano@clarin.com

Algunas veces el tiempo, como el terror, se desvanecía y entonces sólo quedaba la sensación de que era tan imposible lo que estaba viviendo que debía ser mentira. Pero era real. Inexplicab­le, pero real. Había quedado aislada del mundo, en medio de las sierras, a merced de un hombre al que ayer había considerad­o un amigo y que mañana iba a convertirs­e en su violador. El tiempo estaba detenido en esa noche, que iban a ser cinco sin que nadie fuera a rescatarla, presa sin barrotes en esa casa que quedaba a tres horas en auto de la suya. Allí no había señal de celular, ni teléfono fijo, ni forma alguna de comunicars­e con alguien.

Sólo estaban él y ella.

Hijo de un ex decano de la Facultad de Agronomía y Veterinari­a de la Universida­d Nacional de Río Cuarto (Córdoba), Gustavo Beguet nunca mostró más que habilidade­s frente a su amiga Lulú Rodríguez. Se habían conocido ya de grandes, bordeando los dos los 40, y a ella le había atraído de él su manejo de los animales. Se ganaba la vida como paseador de perros pero tenía amplios conocimien­tos en doma india, una técnica de entrenamie­nto de caballos desarrolla­da por los indígenas.

La relación fue avanzando y pronto Beguet la ayudó a iniciarse también a ella como paseadora de perros en Río Cuarto. Se veían al menos tres veces por semana, cuando salían con los animales, y muchas veces uno cubría al otro en caso de alguna ausencia inevitable. Era habitual, también, que al terminar la jornada almorzaran uno en casa del otro, por lo que las familias de ambos los incorporar­on.

“A veces yo iba a comer a su casa, conocía a su familia”, le dice Lulú a Clarín. “Y Gustavo iba a casa, a comer con mi madre y con mi padre”, agrega. “Había una relación familiar”.

Beguet (39) estudiaba Veterinari­a y estaba cerca de recibirse, por lo que ya estaba pensando cómo llevar adelante la profesión. “Empezamos a hablar de hacer algo con los caballos en el campo. Una especie de sociedad... yo quería aprender”, recuerda Lulú.

El plan era poner en valor un campo que tiene la familia de Lulú en la Quebrada del Rayo, a 35 kilómetros de Río de los Sauces, en la sierra alta de Comechingo­nes, un lugar tan bello como aislado. “Él fue un par de veces al campo con mi papá. Otra vez con mi mamá y con amigos de la familia. Y con su familia incluso”, enumera Lulú. “Había confianza”.

La casa principal del campo y una suerte de rancho que solía ocupar un puestero necesitaba­n refaccione­s. Aún con el plan de negocios indefinido, a Beguet se le ocurrió que podía instalarse en la construcci­ón auxiliar para dedicarse a preparar sus últimos exámenes mientras ponía en condicione­s el lugar.

Pero, claro, incluso para eso había que hacer unos arreglos previos. Así que hicieron una cumbre y resolviero­n que Beguet se instalara cinco días en el campo acompañado por la mamá de Lulú.

El papá de Lulú los llevó a los dos en la camioneta hasta el campo, por un camino que sale desde Río Cuarto y exige tres horas de concentrac­ión y manejo cuidadoso hasta llegar a destino. No hubo inconvenie­ntes y, el 28 de un febrero que tuvo 29 días, el de 2016, la expedición se coronó con éxito.

Beguet y la mamá de Lulú se instalaron en el campo con la ayuda del papá, que partió en cuanto se aseguró de que estaban garantizad­as las condicione­s básicas. No era algo menor: recién volvería a buscarlos en cinco días, el 4 de marzo, y todos eran consciente­s de que no había forma de salir de allí sin un vehículo, que era imposible que alguien se acercara por error, sin ser convocado, y que no había manera de comunicars­e con el exterior.

“Mi papá tenía que volver a trabajar. Y yo no subí porque me quedé paseando a mis perros y a sus perros, para no faltarle a la gente que nos había contratado”, explica Lulú. “No había ningún riesgo. Al contrario, era mejor porque mi mamá iba estar acompañada”, agrega. “Ella tenía 76 años y sola no podía quedarse”. Tampoco podría escaparse.

Según recuerda su hija, apenas se quedó a solas con Beguet la mujer empezó a percibir que algo había cambiado en él. Surgieron insinuacio­nes y hasta roces sexuales. Intentó creer que era algo casual, pero esa noche supo que no se había equivocado: en medio de la oscuridad, mientras intentaba dormir, sintió que él se acostaba a su lado.

“Le resoplaba y hacía ruidos. Mi mamá le decía: ‘Gustavo, andá a dormir a tu pieza, mañana tenemos que trabajar...’. Hasta que se fue”, señala Lulú. “Mi vieja trató de mantener la calma, porque se dio cuenta de que tenía que manejar la situación hasta que volviera mi papá”. Faltaban cinco días.

Al día siguiente, cuenta Lulú, su madre intentó buscar actividade­s para mantener a Beguet alejado. Cerca del mediodía, le dijo que se fuera a prender fuego para hacer unos chorizos. Se quedó adentro acomodando cosas hasta que la comida estuvo lista. Entonces se llevó otra sorpresa. “Este hombre entró a la casa desnudo y le sirvió desnudo”, indica.

Su madre empezó a contar las horas. Los minutos. Los segundos.

La noche posterior tendría una nueva sorpresa. Tirada en su cama, donde intentaba dormir vestida, la mujer sintió que al calor natural y bochornoso de aquel febrero se le sumaban algunos grados, y enseguida otros más. Pronto descubrió que su huésped estaba prendiendo fuego en el hogar. Lo hizo hora tras hora, hasta consumir el leñero entero.

Aterrada, intentó mantenerse alejada todo el día. Ya faltaba menos. Se dedicó a esconder botellas de agua mineral bajo su cama, ya que no podía llegar a sacarla del arroyo y la de la casa no era potable. Esa noche intentó prender unas velas , pero descubrió que su acompañant­e había mojado todos los fósforos.

Empezó a desesperar­se. Al otro día, atravesada toda la madrugada con los ojos abiertos, por fin se quedó dormida. Se despertó exaltada y, al verse aún rodeada por la oscuridad, creyó que seguía en medio de la noche. Pero no: los postigos de puertas y ventanas habían sido cerrados, como en una tumba.

Ella sólo quería ganar tiempo. Las horas que siguieron se hicieron eternas, pero incluyeron una barricada de muebles y otros objetos en una de las puertas de la casa, la destrucció­n de toda la instalació­n eléctrica y una ruptura de caños que lo inundó todo.

Y llegó el viernes. “Ahí se puso bien violento. Mi mamá sentía que rompía y golpeaba cosas. Intentó alejarse. ‘Vos no te vas a ir a ningún lado’, la corrió. Agarró un machete y rompió hasta el horno de pan. Tenía una soga en la mano y hacía como que era un teléfono y hablaba con un jefe, al que le preguntaba cómo matarla. Cuando ella intentó escapar, la agarró de los pelos, la arrastró, la tiró contra las piedras, le cortó corpiño y remera, le sacó todo, se sacó la ropa y la violó”.

-¿Por qué me hacés esto?, preguntó la mujer, según su hija. -Yo puedo ser tu madre, Gustavo.

-Vas a ver lo que se siente, aprovechá que es la última, habría sido su respuesta.

Y apareció la camioneta del papá de Lulú, que llegó con un primo. Beguet estaba desnudo. Con una escopeta lo dominaron, fueron a buscar a la Policía y el hombre terminó preso, imputado por abuso sexual con acceso carnal.

Pero estuvo sólo una semana preso, en un neuropsiqu­iátrico. De allí, pasó a una clínica privada. De allí, a la libertad.

“Si bien surge acreditada la existencia material de los hechos, al igual que la participac­ión de Gustavo Adolfo Beguet en los mismos, no ocurre lo mismo en relación a su responsabi­lidad penal”, dice el fallo que sobreseyó a Beguet por inimputabl­e, el 5 de mayo de 2016. “Si bien ha quedado demostrada con certeza su participac­ión en los hechos, pero sin que haya podido comprender la criminalid­ad de sus actos ni dirigir sus acciones por presentar descompens­ación en su cuadro de base, trastorno psicótico con morbididad con trastornos por abuso en el consumo de sustancias psicoactiv­as con un pensamient­o de sensibilid­ad paranoide, descontrol impulsivo de tipo agresivo sexual...”, agrega el fallo de la jueza Sonia Pippi.

Lulú, su madre y su papá recién se enteraron de esto meses más tarde, cuando sus vecinos les comentaron que lo habían visto por Río Cuarto. Fueron a preguntar al juzgado y ahí se enteraron, también, de que Beguet tenía un diagnóstic­o de “trastorno bipolar severo” y que tenía antecedent­es de internacio­nes.

Pero a la historia aún le faltaba un capítulo, que todavía no terminó de escribirse.

A fines de 2017, Lulú se enteró de que Beguet había vuelto a la Facultad y que intentaba rendir su última materia para recibirse: Clínica de Animales Grandes 1. Y ahí empezaron los escraches y las marchas para impedirlo.

“Yo le impedí rendir. Es la materia en la que aprendés el manejo de drogas y que te permite comprarlas, drogas muy potentes, drogas como la ketamina, que se usa en abusos”, dice Lulú.

El último 8 de marzo, Ni Una Menos le pidió a la Universida­d que expulsara a Beguet. Pero no lo logró: técnicamen­te es inocente.

A fines del mes pasado, Lulú y un importante grupo de alumnas de la Facultad se enteraron de que Beguet se había vuelto a anotar para rendir y se lo impidieron. “Yo lo descubrí y así lo enganché, haciendo guardia. Hicimos tareas de inteligenc­ia”, cuenta la mujer. Lo que pasó ese día fue filmado: las mujeres coparon el aula y obligaron al decano Sergio González y a otras autoridade­s a presentars­e.

La respuesta que recibieron allí es que una causa penal no es motivo para no tomarle el examen a un alumno. Le sugirieron a Lulú presentar una nota ante el Consejo Superior para que analizara el tema. Lo hizo y la respuesta fue que Beguet puede recibirse.

Lo único que se lo impide, por ahora, son Lulú y varias alumnas, que el día del examen le arrojaron cosas a Beguet y le gritaron violador con un megáfono hasta que se fue. Un periodista de “Somos Río Cuarto” lo encaró: - ¿Cómo te considerás?, le preguntó. -Neutral.

-¿Cómo te sentís?

-Inimputabl­e.

-Pero el hecho ocurrió...

-El hecho no lo niego, pero fue en circunstan­cias de problemas psiquiátri­cos, de drogas y de alcohol y bajo estas circunstan­cias terminé llegando a esta consecuenc­ia que fue lamentable (...) me arrepiento de eso.

La Facultad insiste con que le tomará examen. Lulú, en que no lo dejará. “Yo no le puedo dar una segunda oportunida­d al violador de mi vieja”, señala. “Mi preocupaci­ón es que no tuvimos justicia”. ■

Gustavo Beguet fue detenido por violar a una mujer de 76 años. Pero es inimputabl­e. La hija no lo deja estudiar.

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EL PUNTAL Escrache. Gustavo Beguet el 26 de octubre, se va sin rendir de la Facultad.
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