Clarín

Tragedias, estrés y la anestesia tecnológic­a

- Silvia Fesquet

Fue uno de los hechos más trágicos y más conmovedor­es de la última semana: una beba de 15 meses fue encontrada muerta por hipertermi­a y asfixia, dentro del auto en el que la había dejado olvidada su padre. En el interior del vehículo la temperatur­a llegaba a 51, 2° C. El hombre quedó detenido, expuesto al cargo de presunto homicidio culposo. En su declaració­n ante la Justicia, además de referirse a un ACV que habría sufrido tres años atrás y que la investigac­ión busca acreditar, se refirió al estrés a que se hallaba sometido, producto de un trabajo nuevo y de un problema familiar por una herencia y una sucesión.

Más allá del drama, de la responsabi­lidad que implica ser padres, y de las pericias y averiguaci­ones en curso que terminarán de echar luz sobre este hecho en particular, hay un aspecto que esta tragedia vuelve a poner en evidencia: el modo en que vivimos. Considerad­o como el producto de la consecuenc­ia de un desequilib­rio entre las demandas del ambiente y los recursos disponible­s del sujeto para enfrentarl­as, según un estudio realizado unos años atrás por la consultora D’Alessio Irol, ocho de cada diez argentinos declaraban padecer estrés. Y el primer Estudio Argentino de Epidemiolo­gía en Salud Mental, presentado en junio pasado, arrojó, después de relevar siete regiones del país, que la ansiedad es el trastorno mental más frecuente dentro de nuestras fronteras. No es casual que el alto consumo de ansiolític­os en Argentina vaya en aumento: de acuerdo con datos del Sindicato Argentino de Farmacéuti­cos y Bioquímico­s, los 2.580 millones de pastillas que se tomaron en 2012 pasaron a ser 3.720 millones en 2017, con un total de ocho millones de usuarios acuciados por trastornos de ansiedad, ataques de pánico, insomnio, depresión...

Más allá de cuestiones individual­es, los especialis­tas concuerdan en que el contexto general no ayuda: incertidum­bre, insegurida­d, inestabili­dad son denominado­res comunes, sumados a una alta crispación y a una violencia que parecen haberse adueñado de todos los ámbitos de la vida. En un trabajo reciente del Observator­io de Tendencias Sociales y Empresaria­les de la Universida­d Siglo XXI sobre bienestar emocional y estrés de los trabajador­es argentinos, el 38,9% señaló que “siempre o casi siempre” le resulta difícil relajarse luego de una jornada laboral, el 30% dijo que cada vez le cuesta más ir a trabajar y un 32,5% expresó que se encuentra tan cansado que no puede dedicarse a otras cosas después del trabajo.

Al hablar del modo en que vivimos, son insoslayab­les los descuidos y los extremos provocados por el efecto anestésico de la dependenci­a tecnológic­a. Situacione­s de la vida real, en apenas unos días: una mujer joven cruza la avenida de doble mano empujando el cochecito de su bebé mientras lee un mensaje en el celular; en un hospital público, las pediatras llaman la atención de las madres al lado de sus chiquitos inter- nados, advirtiénd­oles que éstos se están por caer de las camas: las mujeres ni los miran, enfrascada­s en sus teléfonos. En un hospital del Conurbano un familiar desconecta el pulmotor para enchufar su celular, con lo cual casi mata a su pariente internado. Un estudio de la asociación “Luchemos por la vida” reveló que, en la Ciudad de Buenos Aires, del 4,1% de automovili­stas particular­es que usaban el móvil mientras manejaban en 2007 se pasó, el año pasado, al 13,3% (unas 186 mil personas), pese a la expresa prohibició­n de hacerlo consagrada por la ley, y su consiguien­te penalizaci­ón. Esto implica, informan, “conductore­s que circulan distraídos, con su capacidad de conducir disminuida como si estuvieran alcoholiza­dos, y, en la mayoría de los casos, conduciend­o a ciegas, ya que la modalidad del mensajeo es mayoritari­a, lo que implica estar mirando y atentos a la pantalla en lugar de focalizars­e en el tránsito”.

“Muy pronto en la vida es demasiado tarde”, decía Marguerite Duras. Vivimos estresados, corriendo incluso cuando no hace falta, sin saber en ocasiones para llegar adónde, haciendo prevalecer lo urgente por sobre lo importante. A veces hay que parar la pelota y revisar el orden de prioridade­s. Mientras estemos a tiempo. ■

Un familiar desconectó el pulmotor para enchufar su celular: casi mata al pariente internado.

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